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Humilló a Guardiola y dejó plantado a Johan Cruyff: Revelan las increíbles anécdotas de Romario en el Barcelona

El mítico atacante brasileño dejó huella en el cuadro blaugrana.

16 de Junio de 2020 | 19:18 | Redactado por Felipe Santibáñez, Emol
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Un goleador terrible.

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Romario es uno de los delanteros más impresionantes que se vio en la década de los noventa. Era habilidoso, potente y astuto como pocos dentro del área. Fue figura en el Brasil campeón del mundo en 1994 y en Europa brilló con el Barcelona.


Solo estuvo una temporada y media en Cataluña, pero fue suficiente para dejar huella. Convirtió 39 goles en 65 partidos y ganó una liga. Sus compañeros recordaron varias anécdotas del "Chapulín".

"Cuando venía con ganas de entrenar era una barbaridad. En los partidillos resultaba una gozada verle jugar. Es verdad que el que estaba en su equipo ganaba seguro. Recuerdo que una vez le hizo un sombrero a Guardiola, Pep paró el entrenamiento por completo y se puso a aplaudirle. Pronto le seguimos todos", le contó Óscar Arpón al diario Marca.

Romario era puro talento y no le gustaba seguir la disciplina del técnico Johan Cruyff. Varias veces el carácter de ambos generó enfrentamientos.

"Algo le reclamó y Romario le contestó tajante. 'Tú no eres mi padre, yo entreno, juego...', Johan le dijo que le esperara en el vestuario y él, después de estar un rato, le avisó a un trabajador del club para que le trasladase a Cruyff que se había ido a un torneo de tenis. Un genio. Le dije que no hiciera esas cosas y me contestó 'Soy Romario, tú no sabes lo que es ser Romario'", relataron.

Pese a las roces que tenían, Cruyff valoraba mucho al brasilero. Sabía que era un futbolista excepcional. Incluso le dijo que lo autorizaba a ir a los carnavales de Río de Janeiro si hacía un doblete en el próximo partido. El ariete cumplió y se tenía tanta fe que ya había comprado los pasajes de avión antes de salir a la cancha.

En el fútbol hispano Romario también vistió la camiseta del Valencia. Allá se encontró con Luis Aragonés. La relación fue mucho más tensa que con el holandés. "Míreme a los ojitos, míreme a los ojitos", le decía el exigente DT.

"No corría pero él repetía, 'que lo hagan los jóvenes, Mendieta y compañía. Yo ya no estoy para correr'. Se excusaba diciendo que si lo hiciese después luego no iba a estar fresco cerca del área, que es donde era letal con ese espectacular cambio de ritmo. Eso sí, el balón que cogía era para marcar. Miraba para indicarte dónde quería el esférico y hacer el desmarque. Si lo tenías contento te ganaba el partido él solo de sobra pero había que darle los balones dentro del área", reveló José Manuel Sietes.
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