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Javier Couso, constitucionalista: "A mí nunca me convenció esto de la casa de todos"

Para el académico y también asesor del ministro Marcel, "esas son reconstrucciones racionales ex post facto" o bien, una aspiración que solo se verifica en el tiempo. "A mí me convence más la teoría de Habermas: en sociedades multiculturales, el único pegamento que queda es el derecho democráticamente elaborado", agrega, explicando por qué apoya lo hecho por la Convención.

13 de Mayo de 2022 | 07:41 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Crónica Constitucional
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El Mercurio
Aunque al constitucionalista y académico de la UDP Javier Couso (DC) le carga la frase aquella de "te lo dije", parece a menudo tentado a usarla.

Coautor de “El otro modelo”, viene impulsando por más de una década la idea de una nueva Constitución. Más aún, y aunque reconoce que es un contrafactual, no deja de preguntarse si, de haber tenido éxito el proceso impulsado por Michelle Bachelet, se hubiera podido evitar el estallido de 2019. Pero, además, precisamente ese año, en una entrevista en The Clinic, formuló otra advertencia: la de que en la mayoría de los procesos constitucionales exitosos, los protagonistas han sido militantes de partidos y no independientes.

Por eso, cuando se le pregunta qué tan a la altura de sus expectativas ha estado todo, remarca que "este era el escenario B para mí: hacer una nueva Constitución cuando se había desatado la peor crisis en cuarenta años".

Hecha la aclaración, el también asesor constitucional del ministro Mario Marcel se entusiasma:

"Lo que ocurrió el viernes de la semana pasada, con la propuesta de Sistema Político —más allá de lo que pasó con aquella indicación repuesta anómalamente en otra comisión— termina de establecer lo que para los observadores internacionales es un milagro: una de las convenciones más fragmentadas, y no solo fragmentadas, sino que compuesta en un 60% por independientes, ha logrado armar, con un quorum de dos tercios, algo que es un texto constitucional plausible. Eso era extremadamente difícil".

Usted ha sido siempre defensor de una Constitución "mínima". Esta se calcula que tendrá más de 400 artículos. ¿Aun así piensa que puede ser un buen resultado?

—A mí, a diferencia de mi colega y amigo Patricio Zapata, nunca me convenció esto de "la casa de todos", porque creo que esas son reconstrucciones racionales ex post facto. A la Constitución más famosa del mundo, la Constitución de Filadelfia, la de Estados Unidos, hoy se le reconoce una gran majestad; la gente no sabe que hubo un grupo derrotado, los antifederalistas, que quedaron muy resentidos. Me convence más la teoría de Habermas: en sociedades multiculturales, el único pegamento que queda es el derecho democráticamente elaborado.

"Creo que lo de la casa de todos es más bien la aspiración a que pase lo que pasó con la Constitución del 25. Esta fue vista en su momento como una imposición de Arturo Alessandri, pero en 1973, el 11 de septiembre, la invocan tanto Salvador Allende como la Junta militar... A mí me hubiera encantado que esta fuera una Constitución que simplemente dejara que gobierne la mayoría respetando los derechos de la minoría. Ese es el gran problema que le veía a la Constitución del 80, que no permite gobernar a las mayorías por las trabas que les impone. Ahora, en Chile, las refundaciones han sido siempre violentas y esta sería la primera oportunidad, más allá de que algunas personas entienden que el estallido vendría a ser un golpe larvado, pero creo que eso es un poquito mucho...".

Pero tampoco fue muy pacífico.

—Fue un estallido. Pero este proceso constitucional ha sido el resultado de un acuerdo político, desde la UDI hasta Boric, no de una intervención militar. Y más allá de mi gusto personal, en lo que efectivamente está quedando no he visto nada con lo cual uno dijera que no se puede vivir.

Una de las críticas a la Constitución del 80 es que definía y fijaba cuestiones propias de la política pública y esta también lo hace. Por ejemplo, en el aborto o en el sistema de salud.

—Es analíticamente razonable distinguir entre una Constitución programática impuesta por la única dictadura que ha tenido plausiblemente el carácter de criminal en la historia de nuestro país y una Constitución programática democráticamente adoptada en tres eventos electorales. Yo creo que acá hay dos cosas. Una es la legitimidad de la actual Constitución. Se ha dicho que esta ha sido reformada múltiples veces. Pero imaginémonos que Maduro deja el poder y quedan su partido, que tiene un 40%, y una Constitución reformable por dos tercios: cada coma de las reformas va a ser lo que graciosamente quieran los partidarios de Maduro modificar. Entonces, cuando hablan de Constitución reformada múltiples veces, no hay en Chile una coma que no haya sido ratificada por los partidos afines a la obra del gobierno militar.

"Obviamente, yo no estaba de acuerdo y hay también muchas feministas que no estaban de acuerdo con dejar la interrupción voluntaria del embarazo en la Constitución, pero es analíticamente distorsionado decir que estamos hablando de situaciones equivalentes. Y en ese sentido, creo que, como lo ha dicho José Francisco García, esta Constitución va a ser un punto de partida. Si mira las normas que van quedando, muchas son de textura muy abierta. Dice, por ejemplo, ‘sistema público de salud’, no estatal. Va a haber mucho espacio para interpretación. Por otra parte, yo les enseño a mis alumnos que la Constitución es un bloque de constitucionalidad: tratados de derechos humanos, texto de la Constitución, leyes que la desarrollan. Cuatro séptimos es el quorum que se está planteando y dos tercios más plebiscito para algunas materias. Con esa lógica, hay en realidad cerca de dos mil artículos en la Constitución del 80, porque son todos los de la Constitución más sus leyes orgánicas".

"Si yo mirara esto sin anteojeras nominalistas... y hablo de nominalismo porque también se ha dicho que, porque se habla de ‘sistemas de justicia’ se acabó el Poder Judicial. Acá tengo la Constitución que más ha durado en la historia de Chile, la de 1833. Fíjese cómo se llama el capítulo VIII: ‘administración de justicia’. Ese era el nombre y sin embargo, Jorge Huneeus Zegers, el mejor constitucionalista del siglo 19, cuando analiza ese capítulo, dice que este regla ‘el Poder Judicial’. El nominalismo es quedarse en los nombres, creer que hacen realidad".

No es nominalismo la crítica de Cristián Riego al Consejo de la Justicia y la posibilidad de una intervención mayor de la política en el funcionamiento de los tribunales.

—Discrepo. Vamos a los países bolivarianos; no Venezuela, que es una dictadura, pero Bolivia y Ecuador: no hay un solo juez en sus consejos de la justicia. Vamos a Argentina: un tercio de 18. Vamos a Francia: igual que en Chile, uno menos que la mitad, pero no tiene además dos funcionarios judiciales como sí habría en Chile. Si uno quiere realmente tomarse la justicia, hace como Bolivia y Ecuador, cero jueces. O como Argentina, un tercio. No veo que Cristián se refiera a que el poder político va a apoderarse de la judicatura porque no dan los números, él se refiere a la segunda politización: la posibilidad de que haya una suerte de política al interior de los jueces a propósito de la elección de quienes irán al Consejo. Pero eso aquí ha pasado de otra manera. Cuando Hernán Larraín decía que la Corte Suprema estaba dominada por jueces de izquierda, ¿por qué habría de haber habido jueces de izquierda? Estaba exagerando, pero hay algo de política siempre.

Lo que pasa es que no han sido muy positivas las experiencias de los consejos de la justicia. Todos enfrentan cuestionamiento.

—Yo no habría tocado el actual sistema. Pero que no se hubiera optado por lo que yo prefería no significa que vamos a llegar al escenario de Bolivia o de Ecuador.

El tema de fondo es lo que planteó el Presidente Boric y comentó el Presidente Lagos: ¿va a ser esta una mejor Constitución?

—Hay dos dimensiones. Una es la de la legitimidad y otra la de las virtudes que tenga en relación con el futuro político. La legitimación es clave porque si no se desborda. La actual se desbordó, ya no es obedecida: cuando tienes desde Ossandón a Pamela Jiles burlando la Constitución, eso ya te da una idea. ¿Va a ser la nueva considerada legítima, sociológicamente hablando? Esa es una pregunta abierta que toda Constitución suele responder a los cinco o diez años de vigencia. No hay otra forma de saberlo. Ahora, ¿en qué sentido es este texto bueno o malo? Creo que tiene elementos buenos y malos. Elementos buenos: la descentralización en Chile es una promesa que tiene como 200 años incumplida. El reconocimiento constitucional de los pueblos originarios es algo crucial. Al plurinacionalismo la Comisión de Venecia no le vio ni una sola objeción, pero en Chile se rasgan vestiduras. La paridad de género es importante también.

"Vamos a lo que quedó con ripio. Las facultades de las regiones, eso quedó por hacerse. Hay algunas cuestiones programáticas que las habría sacado. El aborto no lo habría instalado".

"Ahora, a mí me da risa cuando se habla de unicameralismo encubierto, porque, para Freedon House, ¿cuáles son las dos democracias más libres de América Latina? Uruguay y Costa Rica. Y Costa Rica es abiertamente unicameral, no ‘encubierta’".

Pero entre los casos en que se ha ido del bicameralismo al unicameralismo aparecen Perú con Fujimori o Venezuela con Chávez, ejemplos que con razón asustan.

—Al revés. Cuando Chávez llega al poder, Venezuela es bicameral. Es una vez en el poder que él crea un sistema unicameral. Antes, ¿impidió el bicameralismo que un populista como él se hiciera del poder?

No, pero para su proyecto era mejor ser unicameral, igual que para Fujimori.

—Estamos de acuerdo, pero ¿por qué el caso de Costa Rica? Estas cosas son multicausales. Sostener que el bicameralismo evita la llegada de líderes autoritarios... Cuando Fujimori llegó al poder, era bicameral. Cuando llegó Chávez, cuando llegó Correa, cuando llegó Evo... Porque, ¿qué es lo que me preocupa? Aquí entramos a los escenarios. Yo creo que tenemos un sistema razonablemente aceptable y hay varios observadores que creen lo mismo. Mi miedo de un rechazo a esta Constitución es que este proceso era una vía para un conflicto que todavía está soterrado. Creo que el estallido no ha dejado de estar latente. La sensación que tengo es que si gana el Rechazo va a haber una enorme tentación de sectores que les gusta la Constitución del 80 de decir: esto fue una mala pesadilla, volvamos ahora a lo habitual, cambiemos un par de cositas aquí y allá. Mi miedo es que entonces un candidato populista, un Parisi sin problemas alimenticios y haciendo campaña en Chile, no en Alabama, explote un sistema que va a seguir en bancarrota. Son personas que se hacen del poder total. Arrasan electoralmente y hacen una Convención a su medida. Ahí es cuando yo estaría asustado. De convenciones fragmentadas no ha salido nunca una Constitución autoritaria.

¿Pero no podría facilitarle las cosas?

—Yo creo que el estallido facilitó cosas terribles que fueron detenidas gracias a este proceso. Este es un país que, por ejemplo, el día 12 de noviembre, cuando Piñera convoca a un acuerdo, no podía controlar la seguridad de la embajada argentina. Hay evidencia anecdótica que el periodismo ha hecho poco por investigar de que ese día había logrado entrar al patio de la embajada un grupo importante, que la embajada habría llamado al ministro Blumel y que este dijo que no estaba en condiciones para que antes de una hora pudieran llegar fuerzas. ¿Se imagina un incendio y saqueo con el embajador adentro? La sensación que tengo yo es que no se aquilatan los riesgos de mantener el statu quo.

¿Pero eso no es jugar a "o aprueban o viene el desastre"?

—No estoy diciendo eso. Lo que estoy diciendo es que no sabemos cuál es la alternativa que va a jugar el mismo rol para el cual se hizo este proceso. Una cosa absolutamente ilegítima es decir “o votas apruebo o viene el caos”. Eso es inaceptable. Otra cosa es, como observador, decir: este proceso quiso dar respuesta vía institucional a un sistema político en bancarrota, a una situación social muy difícil de controlar. Yo considero que es perfectamente posible vivir con este texto. Claro, es una opinión personal y porque tampoco tengo muy claro cuál es la otra alternativa. Es más, incluso los fondos de inversión extranjeros ya tienen más o menos incorporado este escenario. El otro es más incierto para ellos, porque significa que el problema constitucional continuará. Quienes apoyan el rechazo tienen el deber de configurar por lo menos un esbozo de plan. Si fracasa este proceso, es importante que alguien, y pienso en los grupos que están bogando por ello, dibujen cuál es el camino y se comprometan con él.

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