Estupefactos, muchos moscovitas descubren la magnitud de la respuesta internacional a la intervención militar rusa en Ucrania cuando ven cerradas las puertas de las grandes tiendas donde solían comprar ropa y muebles.
Zara, H&M, Ikea, son algunas de las marcas que suspendieron sus ventas en Rusia de un día para otro y cerraron sus tiendas en los muchos centros comerciales de la capital rusa.
Si bien los moscovitas han vivido muchos períodos de crisis, escasez e hiperinflación, las últimas dos décadas bajo el gobierno de Vladímir Putin representaron para muchos una época de prosperidad y acceso a los bienes de consumo.
Anastasia Naumenko, estudiante de periodismo de 19 años, trabajaba en una tienda de ropa de la cadena Oysho, pero perdió su empleo cuando el gigante español Inditex decidió cerrar sus comercios en el país. La joven busca un maquillaje, pero la moneda local, el rublo, se ha depreciado mucho debido a las sanciones. "Escuché decir que los precios se habían cuadruplicado", dice la joven a la entrada del centro comercial Metropolis, de Moscú. "Va a ser terrible", asegura.
Además, con la prohibición de emitir cualquier información que denigre a las fuerzas armadas rusas, la joven cree que también tendrá que dejar de lado su sueño de ser periodista. "¿Qué necesidad habrá de mi profesión con esta censura?", se pregunta.
"Todos los lujos a los que estaba acostumbrada son cosa del pasado"
Iulia Shimelevitch, de 55 años, que da clases particulares de francés, acude a una tienda de alimentos para animales en busca de productos occidentales para sus perros y gatos.
En los últimos diez días la mayoría de sus alumnos anularon sus clases, muchos de ellos optaron por salir de Rusia ante la represión y las dificultades que se avecinan, entre ellos su hijo. "Mi vida se desmorona", afirma. "Todos los lujos a los que estaba acostumbrada los últimos años, los productos importados, la ropa, al parecer son cosa del pasado", lamenta.
"Todos los lujos a los que estaba acostumbrada los últimos años, los productos importados, la ropa, al parecer son cosa del pasado. Pero lo más duro no será ajustarse el cinturón, sino separarme de mi hijo y el sentimiento de culpa con respecto al resto del mundo"
Iulia Shimelevitch, moscovita de 55 años
"Pero lo más duro no será ajustarse el cinturón, sino separarme de mi hijo y el sentimiento de culpa con respecto al resto del mundo", admite.
Piotr Loznitsa, un diseñador de interiores de 47 años, también vio cómo su agenda de encargos se vaciaba en pocos días. Pero lo que más lo inquieta es el futuro de sus hijos y la disponibilidad de medicamentos importados para sus padres ancianos. "Si en el año esto no se arregla, yo voy a sacar a mis hijos de aquí cueste lo que cueste", declara.
Ksenia Filipova, estudiante de 19 años, sale de una tienda de lencería fina acompañada de un amigo que lleva un perro. Un poco avergonzada, la joven explica que llegó para "comprar por última vez (sus) marcas preferidas, porque todo está cerrando". Y, además, "el aumento de precios se nota en la billetera".
Las autoridades rusas han asegurado que el país se recuperará rápidamente de las sanciones internacionales, pero muchos habitantes esperan días sombríos. Putin ha repetido, además, que las sanciones deben ser una oportunidad para que Rusia aumente su producción propia. Tal vez pueda ser posible en el sector agroalimentario o textil, donde se han registrado avances en los últimos tiempos, pero será más difícil en el sector tecnológico.