Dave Mustaine estableció una relación personal con el público chileno, conocido en el mundo entero por su pasión metalera.
César Silva“¡Mega-Deth, Mega-Deth!, ¡Aguante, Mega-Deth!”. Como incontables veces en escenarios sudamericanos, anoche volvió a escucharse este coro cuando Dave Mustaine cantaba “Symphony of destruction”. Este clásico del heavy metal (o trash metal para los puristas), con coro modificado al español por los metaleros criollos, para demostrar el cariño hacia la banda norteamericana, erizaba los pelos oírlo en el Arena Movistar. A falta de un video, éste registrado en Buenos Aires puede dar una idea de lo que estamos hablando. Ver acá:
La escena demostraba la fidelidad de la comunidad del metal nacional. Comunidad que pese al paso de los años, sigue llenando recintos. No importa lo repetido en el calendario de nombres como Megadeth y Iron Maiden; o que la banda de Mustaine esté lejos de crear discos tan buenos como Countdown to extinction, de donde proviene esta (a) política “Sinfonía de la destrucción”.
La consigna es estar ahí. Por eso la noche del viernes 30 de abril más que la calidad vocal del guitarrista expulsado de Metallica, o de su habilidad hoy para sacarle chispas a las cuerdas, con tantos años de circo y adicciones de todo tipo en el cuerpo, queda para el recuerdo las imágenes de fans haciendo lo imposible por no fallar a esa cita. Sus seguidores viajaron a Santiago incluso desde regiones en buses arrendados. No les importa pasar frío, o un poco de hambre, o dejar botados los trabajos con tal de estar cerca Megadeth. Incluso, varios se desmayaron por cansancio, falta de aire o deshidratación cuando todavía Mustaine no salía al escenario.
El esfuerzo, después de todo, valió la pena. Porque si bien el motivo del paso de la banda por Santiago, era mostrar en vivo su último disco, Endgame, el público enloqueció de gusto porque Mustaine no tuvo problemas en recordar varias piezas del Rust in peace, su disco más célebre, el cual este año cumple dos décadas de vida.
Otro motivo de alegría también era ver en acción nuevamente al bajista David Ellefson, que retornó al grupo después de estar peleado a muerte con Mustaine. Tan electrizante fue la conexión entre el cantante de “Take no prisioners” y el público chileno, que éste confesó su admiración cuando terminaba su concierto, tras una hora y media de show. “Ustedes son una gran audiencia”, dijo Mustaine, entremezclando un garabato en inglés. Y agregó que por eso iba a tocar otro par de canciones. Sólo pidió algo de tiempo para ponerse de acuerdo con la banda. Algunos en el público, feliz por el bis, empezaron a gritar: “¡Mustaine, Dios!”. Y si lo dice un metalero chileno, habrá que creerle.