El nuevo álbum del aplaudido tenor alemán.
DeccaSANTIAGO.- El 14 de abril Jonas Kaufmann se convirtió en el primer tenor alemán en 103 años en cantar Cavaradossi (“Tosca”, de Puccini), en el Metropolitan de Nueva York. El 18 de noviembre será el primero en asumir el papel de Maurizio en “Adriana Lecouvreur” (Cilea), que no se presenta desde 1906 en el Covent Garden (Londres).
En medio de estos hitos aparece el disco Verismo Arias (Decca), calificado como uno de los más extraordinarios recitales de ópera grabados en los últimos años.
El repertorio no considera a Puccini, y Kaufmann lo explica: “Los italianos separan a Puccini del verismo. Hay una delicadeza y cierta elegancia en Puccini que no se encuentran siempre en el verismo, más rudo y también más violento”.
Conmovedoras sutilezas
El álbum abre con “Giulietta e Romeo”, de Riccardo Zandonai. Es la gran escena y aria de Romeo, “Giulietta, son io”, donde el joven Montesco llora sobre la tumba de su amada.
"Dudo que se pueda poner en música sentimientos más personales. Escucharlo es como sorprender la intimidad de otro”, dice Kaufmann, quien llega al desgarro a través de un fiato diabólico y de un material oscuro que sin embargo le permite sutilezas conmovedoras. Después de escucharlo en esto, es fácil imaginar qué hará cuando cante la escena final de “Otello” (Verdi).
La amplitud del crescendo, la vibración interna de cada palabra, la reciedumbre del recitativo, el timbre múltiple, la tórrida sensualidad que deviene en pureza lírica, sus matices y pianísimos, y el registro inmenso, hacen que uno se pregunte si existe algo que Kaufmann no debiera cantar. “Él tiene todo”, escribió “The New York Times” en su crítica sobre este disco.
Kaufmann nunca soñó con poder hacer alguna vez “Vesti la giubba” (“I Pagliacci”, de Leoncavallo), en que subraya la acidez y la brutalidad de Canio, o las arias “Cavalleria Rusticana” (Mascagni), con Turiddu convertido en un niño asustado en “Mamma, quel vino è generoso”, y ambas óperas ya las tiene apuntadas para el Metropolitan en riesgoso programa doble. “Esta música provoca no sólo un desgaste emocional y físico, sino también mental. Es difícil permanecer indemne después de cantar este repertorio. Hay que abandonarse a la música”, reflexiona.
Así como ocurre con el Romeo de Zandonai, es Kaufmann el que parece aquí sorprendido en intimidad. Sucede en “Amor ti vieta” (brevísima y desbordante de pasión); en las arias de Maurizio (elegantes como pocas veces en el verismo, en especial “La dolcissima efigie”, en que el protagonista compara la belleza de Adriana con su bandera... y también en el agotamiento y la desesperanza de “L’anima ho stanca”), y en especial en los fragmentos de “Andrea Chénier” (Giordano): su “Improvviso” es de una elocuencia que sobrecoge y subyuga, y contrasta con el arrebato lírico con que enfoca “Come un bel dì di Maggio”.
También “Chénier” está en carpeta para subir a escena en los próximos años; ojalá lo haga junto a Eva-Maria Westbroek, quien lo acompaña en el último track, el dúo final de la ópera, “Vicino a te”. La soprano tiene una voz inmensa y bellísima, y estará con Kaufmann en su debut como Siegmund en “La Walkyria” (Wagner), en abril de 2011 en Nueva York.
La placa incluye “È la solita storia del pastore”, de “L’Arlesiana” (“Lamento di Federico”, Cilea), que Kaufmann ha convertido en un imperdible de sus recitales al proponer un viaje desde la entrañable confidencia inicial de “(...) e s’addormì” a la desesperación de “Mi fai tanto male! Ahimè!”; la interesante “Testa adorata”, de la olvidada “Bohème” de Leoncavallo; dos fragmentos de “Mefistófeles” (Boito); “Amor ti vieta”, de “Fedora” (Giordano); “Sì, questa estrema grazia”, de “I Lituani”, y “Cielo e mar!”, de “La Gioconda”, ambas de Ponchielli, y otra rareza, la preciosa canción “Ombra di nube”, de Licinio Refice.
Antonio Pappano está al frente de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia di Roma; él mismo dirigió a Kaufmann en su premiada “Madama Butterfly” (Puccini), con Angela Gheorghiu (EMI), y prepararía para el mismo sello, con Kaufmann y Gheorghiu otra vez, una nueva “Aída” (Verdi). Son proyectos que hablan de una carrera imparable y que anotará para las próximas semanas la aparición comercial del DVD con el “Werther” de París, y el álbum con “Fidelio” (Beethoven), grabado en Lucerna, del vivo, con Claudio Abbado en el podio y Nina Stemme como Leonora.
“¡Me enamoro de una manera...!”
-¿El personaje se puede liberar del intérprete al punto de que vaya por un camino que ni usted imaginó?
-Busco siempre partir de cero y crear el carácter cada vez que subo a escena. Me ha sucedido que he llegado al punto de hacer un personaje en un sentido muy distinto al que pensé al inicio o al que hice en una primera producción. Me dejo guiar por la emoción y por la espontaneidad del momento, y así también la interpretación musical resulta fresca e creíble, que es lo más importante. Así descubro cada vez la alegría de cantar.
-¿El control de la voz no termina por ejercer también un control sobre las emociones que se quiere transmitir?
-Una vez que controlas la voz totalmente, eres libre y puedes involucrarte en la interpretación, sintiendo de verdad.
-¿Hay algún personaje que sienta más cerca de su corazón?
-Es difícil de decir. Siempre amo el personaje que estoy haciendo en ese momento; ¡me enamoro de una manera...! Creo que es hermoso que eso suceda. Toda mi energía, mi alegría y mis deseos para lo que hago esa tarde. Es cierto que hay personajes que son de otro mundo, como Werther, que canté por primera vez en enero de este año. Es un ser fuera de la vida. Y qué decir de “Don Carlo” (Verdi)… es bello como canto y también como personaje. Cavaradossi (“Tosca’’) como personaje no es tan interesante… ¡Pero la música!... es una maravilla”.