Columna de Amanda Kiran
Dulce final
Viernes 18 de julio de 2003, 10:39

Si de platas se habla, hay que llegar a una sana conclusión. Siempre es bueno ahorrar.

Hasta los ahorros mas básicos son importantes.
Me he dado cuenta que la vida te lleva a vivir ciertos estándares que a veces no te corresponden. No hay que tener miedo de decir no puedo por que no tengo.

La gente, la verdadera gente, tus amigos, no te van a dejar de querer.

No hay que demostrar nada, hay que ser...hay que sólo vivir lo que uno pueda, y así la simplicidad de la vida te va a regalar mil millones de satisfacciones.

Es casi inexplicable, pero la angustia de las deudas, las platas mal gastadas, los sobregiros, en el mundo de hoy son difíciles.

En todos lados, sólo hay facilidades para endeudarte. Te regalan de todo para que comprometas tu firma en un pagaré de hasta 30 años.

Finalmente todo hay que pagarlo, y es duro, a veces no te deja ni dormir. Y eso es lo menos sano, hace mal, y es nocivo para todo, todo lo que hagas, todo lo que te propongas hacer.

Desde hace un tiempo el lema es:
Dulce final
(18.07.2003)

De primera clase
(13.07.2003)

Planeta Tierra
(04.07.2003)

Cupido existe
(26.06.2003)

Convicción deportiva
(20.06.2003)

Encomienda tamaño natural
(13.06.2003)

Mujeres ranas
(06.06.2003)

El balón de oro
(30.05.2003)
 
 

Si hay que ir a galucha es mejor sentir lo maravilloso que tiene una Galucha. Por ejemplo, en plena lluvia mirando un clásico, solo, en galucha, 4 adolescentes te ofrecen el paraguas que les sobra. En marquesina "no se usa paraguas".

Sólo en cancha, en el recital de Sting te puedes abrazar y bailar hasta lento, como si estuvieras en un café concert de Sting. En marquesina no se puede, hay demasiados peldaños.

Si sé, es rico comer en un buen restaurante, pero la gracia de sentarse sobre una buena colcha en plena playa, con un rico sándwich y la bebida helada, no deja de tener un ambiente cálido y acogedor.

Hay miles de ejemplos que puedo dar. Millones más.

El tema de por qué ahora cuido la plata, es porque he visto el sacrificio de muchos por darnos lo mejor, sobre todo de nuestros padres, quienes siempre cuidaron todo, y de todo para que la diversión, la entretención y los gastos fueran en forma medida, los mejores.

Tengo la clara imagen, con mis padres, en el norte de Chile, Vicuña.

Vacaciones de invierno, me dejaron invitar a mi mejor amiga, me dejaron enseñarle a manejar, nos dejaron ir a bailar, hasta nos enseñaron a cocinar.

Como regalo, el último día del viaje, nos invitaron a almorzar afuera.

Era un almuerzo clásico. Comimos mariscos, bebidas, una por cabeza, y algo para picar, esperando los platos. Todo estaba bien, simple, rico.

Al final noté cómo mis papás sacaban cálculos y nos dejaron sólo a nosotras dos pedir postre.
Sabía que en cierta forma era un lujo estar ahí, y agradecí el gesto del postre. La cuenta salía $8.000 sin postre y con, $10.000. Más propina, $11.000.
Perfecto.

-La sonrisa cómplice de ambos me llenó de orgullo-.

Pedimos el postre sin siquiera mirar la carta, sólo queríamos probar los profiteroles, que mi amiga Carla solía comer.

Los pedimos, comimos entre los cuatro, los gozamos, y luego de eso pedimos la cuenta.

Fue la última vez que comí ese postre, ahora no los como ni en matrimonios.

La cuenta salió $16.000.

Mi papá puso una extraña cara de preocupación y pidió la carta.

Cada uno costaba $4.000. El postre más caro de la historia, de nuestras vidas, de las vacaciones.

Pagamos humildemente y nos fuimos.

Hasta hoy nos reímos de esa situación.

En el minuto no fue graciosa, pero ahora, por suerte, lo es.

Lo que me llena de orgullo es que lo contemos tal cual fue, y no.

Comentando "qué deleite nos dimos con esos profiteroles, mi ñata".

Porque -la verdad- no estaban ni tan buenos.


Amanda Kiran

 
   
   
     
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