 |
Columna
de Amanda Kiran
Amantes dorados
Viernes 26 de septiembre de 2003
En todo el mundo, en muchas
culturas, en diferentes idiomas, en todos lados, la gente, la mayoría
de la gente, decide casarse.
De una u otra forma, con uno u otro hábito, en diferentes
ceremonias, la gente intenta definir su vida para toda la vida con
otro ser humano.
Ahora -como están los tiempos- ya no importa tanto el sexo
de los contrayentes, sólo que se crean enamorados, y ya está...¡Casémonos!
Nadie, o casi nadie quiere pasar su vida solo, todos soñamos
con tener hijos, una familia, criar a esos pequeños seres,
los cuales se pueden transformar en monstruos o líderes.
Soñamos con tener lo que nosotros mismos fuimos, un choclón
de nuevo.
Todos queremos ser parte de algo, construir, mantener y formar algo
que puede incluso llegar a ser una carga, pero llena de vida y satisfacciones.
La partida a esta etapa puede llegar en diferentes formas. Tras
varios años de pololeo. Después de una noche de pasión.
Porque ya es la hora. No importa la razón, a casi todos les
llega y se supone que ese momento es mágico.
|
 |
|
|
|
|
La mañana que conocí al Leiva,
como le llaman sus amigos, era una mañana cualquiera para mí.
No para él. El, un “negro” simpático, fanático
de los deportes, y de la vida al aire libre, me presentaba a su polola.
Se llamaba Carla. Ella, después del beso de despedida, lo deja.
Esa mañana, como muchas mañanas, nos juntamos un grupo grande
a subir en bicicleta las curvas de Farellones. El iba por primera vez
y se notaba especialmente feliz y entusiasmado.
Al llegar a la cima nos sentamos todos a tomar un jugo, conversar un rato
y prepararnos para la bajada. En eso decide confiar y contar lo que tenía
tan guardado y atragantado.
"Amanda -me susurra- ando con el anillo en la mochila. Hoy quiero
proponerle matrimonio a la Carla".
"¡Ah! Pero que emoción –exclamé-, debes
estar nervioso".
"Sí, un poco… La quiero llevar a comer y luego a un
cerro, solos. Entonces ahí voy a decirle, pero primero le voy a
dar un anillo de coco, después vendrá la joya original".
"¡Qué
divertido!, tal vez prefiera el primero", dije inocentemente. Me
reí junto a él. Sobre todo gocé con su alegría
y vitalidad.
Por fin pudo liberar algo que de verdad lo tenía ansioso y muy
nervioso.
Me fui deseándole la mayor de las suertes. Esa noche no dejé
de pensar en él.
A la mañana siguiente llegó a subir nuevamente el cerro.
Yo no me atrevía a preguntarle, para no ser indiscreta, quería
que él me comentara algo… No lo hizo, así que ataqué.
"Leiva… y ¿cómo te fue?", lo interrogué.
"Ah! Bien. Dijo que sí, estaba feliz… Realmente feliz",
me respondió.
"Pero, ¿y cómo fue?".
"Así, un poco como te comenté… La llevé
a comer y en la mitad de la comida le dije que quería casarme con
ella, que me hacía feliz y que decidiéramos una fecha. Entre
la conversación le regalé el anillo de coco del cual te
hablé…".
"¿Se puso feliz?".
"Sí, un poco, pero no tanto. Luego la llevé al cerro
pero hacía frío, ella estaba con botas, no quiso bajarse
del auto y me enojé, así que la llevé a su casa.
Antes de bajarse, entre el beso de despedida y el abrazo, le entregué
el anillo de verdad, la joya, el caro", me aclaró.
"Fue entonces cuando se puso a llorar, gritó de alegría,
lloró otra vez, me abrazó, me dio besos y se fue a acostar
con las orejas dentro de la tremenda sonrisa que se llevó a la
almohada. Fue perfecto", me dijo.
Para mí, en cambio, lo único perfecto había sido
la reproducción del relato.
Mientras terminaba su historia, me puse triste. Me molestó algo.
No pude compartir su alegría, no pude mostrarme entusiasmada y
terminamos la conversación con un palmoteo en la espalda, poco
cariñoso, y la frase corta "te felicito".
Bajamos todos en silencio las curvas, bien concentrados. El Leiva llegó
primero, ya lo esperaba su novia. A lo lejos los vi subir la bicicleta
al auto y partir. Movió su mano alegremente en son de despedida.
Yo bajé mas lento. Me fui pensando. Pensando qué hay con
las mujeres y el anillo, qué hay con el noviazgo y la roca famosa,
qué hay con eso que la única forma de sacar lágrimas
y formalizar algo en serio es a través de lo material, del precio,
del cuanto vale.
Si no es una buena inversión, entonces, él se arrepentirá
de casarse, ¿eso pensarán algunas mujeres?
No le veo la gracia en llevar un candado enorme a tu mano que dice: "A
mí me propusieron de verdad. Gracias a esta roca, soy feliz".
¡Qué terrible!
¿Qué hay con los famosos brillantes? Si lo realmente importante
es sentir que de ahora en adelante serán dos para todo y que por
eso cambiará tu vida para siempre y totalmente. ¡Qué
miedo!
Sinceramente, esperaba más del desenlace romántico de esta
historia al levantarme, sin embargo me fui triste, pensando en la solidez
en la que puede empezar una pareja así. De todas formas, les deseo
éxito de verdad, a él sobre todo, que se mostró como
un niño frágil, jugando a ser el papá.
Papá que intentó encantar con un anillo de coco. Anillo
que pasó sin pena ni gloria nuevamente a un bolsillo olvidado de
la mochila. Mochila que no se volverá a usar por un buen tiempo.
Mochila y bolsillo que preferimos olvidar.
Amanda Kiran
|
|