| Éxito
y actualidad de ‘"Peter Grimes"
Por
Juan Antonio Muñoz H.
El silencio emocionante con que el público siguió ‘‘Peter
Grimes’’ (1945) anticipó el éxito absoluto
con que esta ópera de Benjamin Britten fue recibida en Chile.
Se confirma así la poderosa sugestión que este compositor
provoca en las audiencias, impactadas por un sonido poco habitual y
por un discurso de aterradora actualidad.
La puesta en escena contó con régie de Alfred Kirchner
quien ideó un movimiento escénico sencillo y asertivo
que sirve para seguir la escueta trama exacta y también para
descubrir las lecturas posibles, sin jamás abanderizarse por
ninguna. Esto es muy importante en una obra que nació negando
la literalidad y que apela a la capacidad de análisis del público
y a sus emociones más personales.
Kirchner
develó el cúmulo de motivos contemporáneos que
están en el texto y supo descubrir la intrincada vida de la aldea,
dando cuenta de cada uno de los personajes trágicos que conforman
este ‘‘pueblo chico, infierno grande’’. Esto,
sin olvidar la alegría de la participación comunitaria
en el trabajo y la fiesta, el imperio del alcohol, la nostalgia, la
soledad y los efectos del clima, fibras del tejido de esta partitura.
La
escenografía austera de Ramón López y en especial
su iluminación —alternancia de tonos plúmbeos con
la brillantez del rayo— fueron un marco de arrebatadora plasticidad
que hizo recordar ciertas visiones marinas de Turner.
Jan
Latham-Koenig se mostró aquí en su elemento. Condujo a
una Filarmónica en esos días de gloria, sin titubeos en
ningún momento, favoreciendo siempre la fluidez del discurso.
Cada detalle instrumental fue perceptible mientras que casi nunca el
sonido copioso atentó contra las voces. Ritmos alternados, silencios,
trazo melódico y síncopas emergieron ya con lirismo conmovedor
ya con violencia estremecedora, como sucedió con el coro con
que finaliza la primera escena del segundo acto, con los ‘‘buenos
ciudadanos’’ dispuestos a linchar al supuesto culpable:
escalofriante cuadro que confirma que el gran tema de la ópera
se encuentra en el miedo y la violencia que un ser diferente de los
demás produce en las personas comunes.
Poseedor
de una poderosa voz de tenor lírico, con un agudo en forte de
sorprendente calibre, Robert Brubaker es capaz también de frases
de extrema delicadeza y de dar sentido expresivo a cada momento de la
endiablada música que tiene su parte. Es un actor de miles de
recursos, los que maneja atento a la expresividad del rostro, del movimiento
de manos y de cómo su cuerpo debe integrarse al paisaje escénico.
En esto último, sus dos grandes soliloquios fueron un prodigio
de control dinámico, lo que no es fácil cuando se trata
de describir a este alucinado furioso que es Grimes.
Brubaker,
Kirchner y López hicieron inolvidable la entrada de Peter a la
taberna para cantar ‘‘Now the Great Bear and Pleiades’’:
la escena en tinieblas y la figura del pescador recortada sobre el brillo
de la tormenta se recordará como un momento de antología
en el Teatro Municipal de Santiago.
Balstrode
y Ellen Orford no fueron menos. Christopher Robertson tiene un material
denso, con excelentes agudos y graves, y sabe participar del juego escénico.
Kirchner lo guió para constatar, al fin del segundo acto, la
muerte del nuevo aprendiz y a él le bastó sólo
la contracción de sus músculos y llevarse lentamente la
mano a la cabeza.
Judith
Howarth fue otro triunfo de la noche. Dueña de un soprano lírico
de gran belleza y con una facilidad pasmosa en la mantención
de la línea de canto, es también una artista de esas que
hay pocas: musical hasta la pulcritud, capaz de comunicar emociones
en controversia a través del canto y de concentrar sobre ella
la atención en cada partícula teatral. Su digna defensa
de Grimes compite en maestría con el agobiante encuentro de los
desgarros en el abrigo del niño y con la hermosa forma en que
Ellen pierde la inocencia: ‘‘My broidered anchor on the
chest’’, donde el bordado le aporta la pista ‘‘cuyo
significado evitamos conocer’’.
Junto
al monumental trabajo de disciplina fonética y movimiento librado
por el excepcional Coro (director Jorge Klastornick), destacó
también la quebradiza y negra visión de la mezzo Claudia
Godoy para Mrs. Sedley, y la maternal y cercana Auntie de la contralto
Carmen Luisa Letelier.
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