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LAS FUENTES
El hijo bastardo

“El rythm & blues tuvo un hijo, y lo llamaron rock & roll”
—Muddy Waters

Sucedieron muchas cosas importantes en Estados Unidos en 1954. La televisión transmitió por primera vez el concurso Miss America. Ernest Hemingway se ganó el premio Nobel de literatura. Un inventor llamado Leo Fender creó en una pequeña fábrica un nuevo modelo de guitarra, la Stratocaster. Pero nada cambiaría tanto el mundo como lo que se gestó en el estudio Sun de la ciudad de Memphis.

Allí, un joven de extracción humilde se unió a un guitarrista, un bajista y un productor visionario para registrar un viejo tema de blues: “That´s all right, mama”. Esa tarde, Elvis Presley no inventaba el rock & roll, es cierto, pero lo disparaba a un alcance inimaginable, con brillos que hasta hoy nos encandilan. Sus movimientos de cadera, sus modos robados del R & B negro y la música country, su jopo y su actitud ganadora serían los códigos perfectos para fundirse en una sociedad que cambiaría para siempre. Eran los años de la posguerra, y Estados Unidos saboreaba una bonanza económica que extendía la clase media y el confort, e incluso le permitía a los jóvenes gozar de cierto poder adquisitivo. Los íconos culturales se ensuciaban, se vestían de negro, miraban a la cámara con desdén. Se llamaban James Dean, Marlon Brando o Gene Vincent.

Entre las muchas cosas que logró el rock & roll, quizás la más importante haya sido tender al fin un puente entre las culturas blanca y negra. Las precauciones de la industria fueron excesivas: los jóvenes más acomodados no tenían problemas con escuchar a Bo Diddley, y, a ciertos afroamericanos, Elvis Presley les parecía un tipo simpático. Parecía como si, súbitamente, un género musical lograra lo que no habían podido hacer cientos de ideólogos. Primero a través del rockabilly, luego tomando los códigos del rythm & blues, los músicos blancos fueron apropiándose de modos negros de entender la música popular, añadiéndole una actitud personal que los convertiría en peculiares íconos visuales. Ahí está el jopo de Elvis, la chaqueta de cuero negro de Gene Vincent, los anteojos de Buddy Holly. Además de sonido, el rock & roll fue imagen, y es innegable que esa puerta abierta de arte y vanidad no volvió a cerrarse nunca más en la historia.

Una mezcla de blues, country, rhythm & blues y gospel; el rock & roll fue un híbrido acelerado, atrevido e insolente. De partida, se basaba en una clave de alusión sexual (“to rock” es una antigua expresión informal para referirse a “hacer el amor”, aunque originalmente se atribuía al éxtasis místico), y no respetaba las convenciones que hasta entonces se estilaban sobre manejo mediático. Una canción podía hablar del amor de un modo torcido (comparando a una amante con un perro, como en “Hound dog”) o levantarse sobre frases incoherentes (“Be-bop-a-lu-la”, “Tutti frutti”). Podía integrar códigos raciales sin dar explicaciones. Se enorgullecía de su condición obrera. Miembros del Ku Klux Klan dijeron en su momento que el rock & roll “baja al blanco al nivel del negro”, y gracias a Dios así fue. Fue mirando a los negros que se solidificaron las más influyentes carreras musicales de esos años, desde Elvis a Eric Clapton, de los Beatles a los Rolling Stones. Orientada según un ánimo de baile, el rock & roll terminaba de confirmar a la juventud como un segmento etario, social y de mercado completamente autónomo. Los adultos no entendían el rock, ni tenían por qué entenderlo: no estaba dirigido a ellos. Según Elvis: “Es difícil de explicar lo que es el rock & roll. Es un ritmo que te atrapa, es un sentimiento”.

Los verdaderos padres

Ni Elvis fue el primer rocanrolero ni “Rock around the clock” la primera canción del género. Su importancia es la de hitos culturales y sociales que el tiempo ha convertido en emblemas, pero el estudioso tiene la obligación de irse a las fuentes reales de un género de paternidad compartida e inicios fascinantes.

Existían atisbos de la revolución por venir, pero los años cincuenta eran, en Estados Unidos, tiempos bullentes y diversos, con listas de éxito que podían acoger tanto el calipso de Harry Belafonte (“Jamaica farewell”, “Banana boat”) como las baladas de Pat Boone (“Ain´t that a shame”) o Bobby Darin (“Dream lover”). La canción de amor limpia, blanca y aséptica era una veta de la cual aún podía extraerse oro. Era la prioridad de la industria —una industria que, por lo demás, aprendía recién a profesionalizarse—, y dentro de la cual no cabía el desarrollo que los negros le daban por entonces al blues, principalmente en las variantes del R & B, el soul más agitado y el llamado country & western. Algunos de los mejores blueseros, jazzistas y folcloristas han llegado hasta nosotros en grabaciones de pésima calidad: no eran prioridad para una industria tan racista como, entonces, el resto del país. Los nombres de Muddy Waters, Howlin’ Wolf, John Lee Hooker y Lightin’ Hopkins —por nombrar a los blueseros de mayor importancia hacia fines de los años cincuenta— eran la joya de un grupo de entendidos, no necesariamente carne de rankings.

De ahí que el rock & roll sea un asunto de visionarios: melómanos realmente compenetrados con los avances y experimentos sobre la base blues de la guitarra eléctrica, y que estaban dispuestos a saltarse los absurdos raciales para combinar estilos y dar vida a un género nuevo. El libro Feel like going home del estudioso Peter Guralnick le atribuye a Chuck Berry y Bo Diddley la intención de reaccionar con su música al modo en que por entonces los blancos se apropiaban de su cultura. Eran cantantes de blues, en el fondo, dispuestos a llevar su trabajo a nuevos terrenos, con tal de no perder a su audiencia. Ese diálogo, tenso o no, resultaría en obras hermosas y poderosas.

Canciones pioneras

Existe un single de 1951 llamado “Rocket 88”, una canción compuesta por Ike Turner (sí, el marido de Tina), cantada por Jackie Brenston y grabada por Sam Phillips bajo etiqueta Sun. Hay ahí una guitarra distorsionada, y un cantante que compara el tamaño de su auto con su dote viril. O sea, hay estruendo y sexo, como no solía haberlo antes en la música negra. Pero existen varios estudiosos que desestiman a esta canción como pionera. Ya en 1947, argumentan, habían surgido dos singles que utilizaron la palabra “rocking” en un sentido sexual: “Good rocking tonight” y “Rocking at midnight”, ambos interpretados por el cantante Roy Brown. Eran canciones que Elvis Presley conocía perfectamente. Incluso hay una anécdota incomprobable: la primera vez que “El Rey” se encontró frente a frente con Brown puso cara de vergüenza y le pasó un poco de dinero. Se asumió, ante su maestro, como el copión que siempre fue. El cantante Wynonie Harris, en tanto, re-grabó “Good rocking tonight” en 1948 en una versión más acelerada. Suena como un rock & roll.

¿Otro nombre? Qué tal el de Louis Jordan, el primer rocanrolero según los músicos negros del sur de Estados Unidos encuestados alguna vez por la prestigiosa revista Mojo. ¿Un título? “Rock and roll” del saxofonista Wild Bill Moore, el primer single en acuñar el término, aunque su sonido era más cercano al jazz. Pero ¿a quién preguntarle ahora? Los auténticos protagonistas de toda esta transformación musical están muertos. Enciclopedias como All music guide (www.allmusic.com) prefieren referirse a este tipo de artistas como parte de un Jump-blues, o sea, un blues más acelerado pero no propiamente rocanrolero. Ubica aquí también a Jimmy Witherspoon, Louis Prima y Big Joe Turner. Este último músico tiene una explicación poderosa a la hora de los análisis: “El rock & roll y el blues eran lo mismo. Es cosa de modas que van y vienen. Cada veinte años, el mundo salta y se pone feliz. Eso fue el rock & roll. Y luego vendrá otra cosa, y así”.

El rockabilly

Fue el género musical sureño, desarrollado principalmente por blancos, y que disparó al rock & roll a un terreno innegablemente autónomo. Era música agitada, formada con trozos de country & western y R & B. Necesitaba de una guitarra eléctrica y de un bajo acústico, utilizado de manera rítmica (tanto como para, a veces, hacer innecesaria la percusión). El primer y más famoso rockabilly fue el que grabó Elvis Presley entre los años 1954 y 1956, antes de pasar a las grandes ligas con su contrato con RCA. Es música hermosa y enérgica, que hasta hoy resulta irresistible para bailar. El éxito de Elvis le permitió al sello Sun grabar a otros muchos artistas del género, principalmente Carl Perkins, Jerry Lee Lewis (cantante y pianista), Roy Orbison, Johnny Cash y Charlie Rich. Desde otros sellos, son ineludibles los nombres de Buddy Holly, Gene Vincent, Eddie Cochran y Johnny Burnette. Cuando hablamos de rock & roll nos hacemos la idea de este tipo de música, independientemente de que luego el nombre diera para mucho, sobre todo luego que se lo apropiaran los británicos (Beatles, Rolling Stones, Who, Yardbirds) hasta llevarlo a alturas enormes.

Por primera vez en la historia de la música popular, la guitarra eléctrica tomaba un papel central. No hay músico de esta época que no tenga a su héroe sobre las seis cuerdas, sea el talento imparable de Chuck Berry, sean los experimentos de Bo Diddley, Jimmy Rogers y Link Wray; casi todos afroamericanos que inventaron conceptos como el riff, el “power chord” y la melodía ágil apta para el baile. Como dijera Muddy Waters: “El rythm & blues tuvo un hijo, y lo llamaron rock & roll” y ese hijo iba a producir tanto ruido que sería, por suerte para algunos y por desgracia para otros, imposible ignorarlo.

Podemos leer todo lo que se ha escrito sobre rock & roll y escuchar cada uno de los discos. Pero en este aniversario podremos sólo imaginar los efectos sociales de un género que, en algún momento, dividió al mundo entre quienes adoraban y odiaban a Elvis Presley. No debemos olvidar que su irrupción no fue automática. Incluso el interés por Elvis y su contingente de amigos del sello Sun se vio momentáneamente detenido el día en que el cantante debió irse al ejército (donde permaneció entre 1958 y 1960). Hacia fines de los años cincuenta, el panorama al respecto era desolador: Elvis en la milicia, Buddy Holly muerto, Little Richard retirado rezando, Jerry Lee Lewis vetado de todas partes (por haberse casado con su prima de trece años) y Chuck Berry preso. No es lo que podríamos llamar un “fenómeno cultural”, ¿no? Como todo lo valioso, el rock se tomó su tiempo y esfuerzo para consolidarse. Pero una vez que lo hizo, ya no hubo cómo echar pie atrás.