El baladista favorito
de Estados Unidos hacia principios de los años noventa, llegó
a Chile buscando un imposible: afianzarse en el mercado latino a través
de traducciones al español de sus más famosas canciones.
Si sus baladas ya eran soporíferas en inglés, la traducción
las hizo, además, graciosas, y fue difícil tomarse en serio
a este cantautor y pianista que asumió a la Quinta Vergara como
una gran terraza de hotel, desarrollando sin apuro canciones de amor que
resultaron demasiado suaves para el Monstruo.
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