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En medio de la crisis, los argentinos tienen un nuevo motivo de orgullo

El estallido social que le puso la lápida al gobierno de Fernando de la Rúa es visto en Buenos Aires como un levantamiento espontáneo que será una luz de alerta para los dirigentes políticos de hoy en adelante.

22 de Diciembre de 2001 | 16:30 | Mauricio Campusano, EMOL. Enviado especial a Buenos Aires.
BUENOS AIRES.- Quizás la palabra más usada por los argentinos durante estos días para graficar su satisfacción por el levantamiento popular que derivó con la renuncia de De la Rúa, sea orgullo. Pero no orgullo por los saqueos y los destrozos que dejaron las manifestaciones en el centro de la ciudad y cerca del obelisco bonaerense, sino el orgullo de ver a pueblo levantarse espontáneamente –a pesar del estado de sitio imperante- en contra de un desorden político y económico que comenzó a gestarse hace cuatro años atrás y que ya en la noche del miércoles no daba para más.

Esteban Fidalgo, dueño del restorán “La Posada de 1820”, ubicado en la esquina de Tucumán y San Martín en el microcentro de Buenos Aires, está convencido de que si bien el cambio de gobierno no traerá consigo las soluciones que el país requiere para salir delante de sus problemas, rescata el hecho de que “ahora los políticos sabrán que no pueden dedicarse todo el tiempo a sus peleas intestinas, egoístas y cupulares, porque si lo siguen haciendo tan mal como De la Rúa correrán la misma suerte que él”.

Si bien disimula su pesar por la caída de De la Rúa, en el convencimiento de que aún con su caída todo seguirá igual de inestable en Argentina, Fidalgo destaca el hecho de que “la gente, sin colores políticos de por medio, salió a la calle con cacerolas, pitos y bombos, a protestar por una situación de no daba para más. Y eso es lo que me alegra, porque durante mucho tiempo los argentinos aguantamos que nos manosearan como querían. Siento que eso se acabó y lo que pasó el jueves demuestra que hemos alcanzado un mayor grado de madurez social”, enfatiza, para luego perder su mirada en el fondo del vaso que hasta hace dos segundos contenía un dulce vino blanco argentino.

Si la noche bonaerense está recién comenzando, uno está convencido de que por esta vez el amargo sabor de la destrucción y la reimplantación del Estado de sitio por el Presidente interino Ramón Puerta, restringirá el espíritu bohemio que, a pesar de las dificultades económicas del último lustro, aún mantienen muchos argentinos.

Y en realidad no hay otra alternativa, pues la mayoría de los espectáculos programados para este fin de semana fueron suspendidos a raíz de los acontecimientos desatados a partir del jueves en la madrugada. El recital que ofrecería este sábado el legendario “flaco” Spinetta fue trasladado para la próxima semana. El mismo rigor sufrieron los espectáculos al aire libre programados en el Parque Centenario, como así también los de las salas Regio y Alvear y casi la totalidad de las salas teatrales. Estas últimas, no obstante, sondeaban el ambiente social para decidir remontar sus obras este viernes, al igual que las salas de cine ubicadas en los malls de Alto Avellaneda y Abasto.

Pero más allá de las suspensión de los espectáculos, loa argentinos no tienen ganas de celebrar nada, salvo el hecho de haber dado una voz de alerta a su clase dirigente. Aún subsisten los problemas de liquidez del sistema financiero. Ayer, por ejemplo, y a pesar de regir feriado bancario con restricciones a las transacciones financieras, fueron miles los que se agolparon en los cajeros automáticos y en las propias plazas bancarias para intentar burlar las medidas decretadas por Cavallo hace dos semanas -y que, por cierto, aún rigen el sistema- y resguardarse de una devaluación que está a la vuelta de la esquina a pesar de que las autoridades digan que no.

Miles de jubilados hicieron fila para intentar cobrar lo que consideran a estas alturas, “pensiones paupérrimas”.

Omar Rodíguez, un retirado de 75 años que hacía fila en la sucursal del Banco Francés, tenía dos motivos para su frustración. Primero se quejaba de la poca solidaridad de sus compatriotas, quienes a pesar de verlo con bastón y una evidente recorrida edad no lo premiaron con alguna preferencia; mal que mal todos los presentes estaban en lo mismo: retirar dinero antes que el banco anunciara que se había quedado sin fondos disponibles para seguir pagando las pensiones.

De ahí que viniera su segunda y, quizás, más grande preocupación, pues tenía la certeza de que sus 150 pesos de jubilación no serían pagados en su totalidad, ya que los fondos de pensiones tuvieron que ser utilizados por el anterior gobierno para cancelar los 700 millones de dólares de intereses que significaba el vencimiento de la deuda pública el pasado 15 de diciembre.

“Esto no es justo”, exclamaba a quien quisiera oírlo y las emprendía de inmediato con el cajero de la sucursal bancaria por la demora que lo tenía hace ya una hora en la fila, pero muy cerca de la ventanilla. Suerte por él, pues después los informes noticiosos informaron que las filas se extendieron en los bancos hasta bien entrada la tarde.

Magullando su rabia porque su certeza se había hecho patente, alegaba que trabajó durante toda su vida y que exigía del gobierno la totalidad de su dinero, más ahora que se acerca Navidad.