 El periodista Gastón González. |
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 El tren en que viajaba González quedó destrozado. |
SANTIAGO.- Los españoles hoy están de duelo. Un año después, los atentados del 11-M, la peor masacre terrorista que se recuerde en ese país, todavía tienen a muchos de los sobrevivientes con las heridas abiertas.
Algunos con heridas físicas, otros con secuelas sicológicas, memorias traumáticas, que los acompañarán de por vida. Es el efecto de la masacre que terminó con la vida de 192 personas y dejó a 1.500 heridos.
Uno de los sobrevivientes es el chileno Gastón González, periodista de 42 años que todavía tiene fresco ese día. En conversación con Emol desde Madrid, donde vive, reconstruye los momentos de la explosión, la fuerza del impacto, las heridas, el dolor, las secuelas.
Como pasajero de uno de los trenes, González viajaba junto a dos de sus hijos –como lo hacía a diario para llevarlos al colegio- cuando detonaron dos bombas. Una en el vagón en que viajaba, la otra en el de al lado. Ubicado a apenas cuatro metros de distancia entre ambas explosiones, cuenta que todavía repasa qué orden de factores permitió que hoy esté con vida.
"Yo perdí el conocimiento. Mis hijos resultaron levemente heridos. Y cuando recuperé el conocimiento, alrededor mío estaba lleno de cadáveres porque por la posición en que iba, y por azares del destino, los cuerpos de las personas que estaban alrededor mío fueron los que me protegieron de la mayor parte de la metralla de la onda expansiva, del fuego de la bomba".
Aunque dice que lo que él sufrió es poco en comparación de lo que sucedió a otros, el atentado le provocó quemaduras en la cabeza y en el rostro. "Mucha metralla pequeña, piezas metálicas que se incrustaron en las piernas y estallido de los tímpanos, una fisura en la parte posterior del cerebro por el que estaba perdiendo líquido encéfalo raquídeo".
Pese a que las heridas pueden parecer bastantes, él mismo aclara que "al mismo tiempo (son) casi nada respecto de la gente que quedó muerta, tendida, destrozada".
 Las secuelas del atentado son cada vez menores en este periodista. |
"Un gran silencio"
En su relato del día del atentado, González dice que entre las imágenes que le quedaron grabadas lo primero que recuerda es el silencio: "A diferencia de lo que uno se imagina en una cosa de este tipo, lo primero que hay es un gran silencio. La gente enmudece por muchos minutos. Silencio roto por gritos de socorro y alaridos, pero una sensación de como que se hubiera detenido el tiempo".
"Yo no sabía si había muerto o no", continúa. "Dije, quizás estoy muerto, y lo primero que me vino es que había ahogo, humo, de este plástico quemado. Entonces pensé que si podía respirar era porque estaba vivo".
"Lo primero que hice fue levantarme, buscar a mis hijos –en ese entonces de 8 y 10 años- y cuando vi que ya estaban fuera del tren, sentí una alegría inmensa".
 Los dos hijos de Gastón González que salvaron ilesos. |
La recuperación
Después del accidente, González recuerda que cometió un error porque "a los 10 o 12 días ya estaba trabajando y acelerar tanto el proceso me llevó a que, al mes y medio, tuve una baja por estrés post traumático".
Eso le duró dos o tres meses en los que estuvo "de baja. Eso lo asocian al efecto de la adrenalina en el cuerpo, que estaba tan excitado, que el efecto adrenalina duró un tiempo. Todavía estoy en proceso de tomar algo cada tantos días para dormir bien, pero ya hace meses que estoy muy recuperado".
La asistencia que recibió le permitió recuperar casi en el 90 por ciento la audición que tenía antes del atentado.
"Sólo tengo una cosa que me va a acompañar durante toda la vida. Es un ruido, un sonido de fondo en los oídos que no se va perder nunca. Lo siento permanentemente. Sólo cuando duermo no lo siento. Es un sonido que va subiendo cuando hay mucho ruido en el ambiente. Pero no es nada respecto a lo que le pasa a otra gente".
Sentimiento hacia los terroristas |
Cuando se le pregunta qué siente hacia los autores del atentado, Gastón González afirma que le da cierta tranquilidad saber que las fuerzas de seguridad, "sin torturar, sin cometer delitos ni crímenes contra los derechos humanos, han logrado dar con ellos".
"No me dan rabia, ni nada, más bien me dan pena, los veo como producto de un sistema. Porque esa gente termina en un camino tan estrecho que es matar para que se escuche su voz, para que se entiendan sus posturas. Me dan pena, porque lo que les queda es la cárcel, la persecución", dice.
Y agrega: "Cómo me gustaría que sus vidas fueran distintas, que no odiaran, que vivieran una vida que valga la pena para otros".
En un primer momento, dice González, era muy fácil decir las víctimas son 192 y 1.500 los heridos. "Con el tiempo y una mirada comprensiva de la sociedad, yo no sé si soy tan víctima y no soy también parte de los victimarios. En muchas actitudes de mi vida y de la gente que conozco, o por nuestro modo de consumir, o por nuestro modo de relacionarnos, o por la intolerancia, pasamos de un lado de la frontera a la otra".
"Yo no sé si me cabe tan claramente la característica de víctima del atentado, porque quizás en algún momento he participado de los procesos largos que llevan a alguien a poner una bomba, son complejos: El hambre, la injusticia, la intolerancia, la deformación de las religiones", reflexiona.
Y culmina: "Si tuvieran la oportunidad de hablar las personas que no pueden hablar hoy, qué dirían , no tanto busquen a quienes pusieron las bombas, sino que desactivemos muchas más bombas que están instaladas en el mundo. El hambre es desactivable, la pobreza es superable".
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