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Sesenta y nueve años de música

La mayor agrupación chilena celebró en el esceanrio su sexagésimo noveno aniversario con la interpretación de dos grandes sinfonías de Beethoven y Dvorak.

11 de Enero de 2010 | 10:18 |
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Michal Nesterowicz ha tenido mejores jornadas al mando de la Sinfónica, pero ningún momento dubitativo puede opacar su jerarquía en la dirección.

El Mercurio

La Orquesta Sinfónica de Chile celebró su aniversario número 69, recibiendo como regalo dos importantes distinciones. Primero el Premio de la Crítica mención Música Nacional que otorga el Círculo de Críticos de Arte de Chile, en consideración a su notable temporada  2009, y luego el galardón que entregan los Periodistas de Espectáculos, conocido como Premio Apes.

La orquesta más antigua del país se encuentra en un momento musical de excelencia, debido al trabajo de su último director titular, el polaco Michal Nesterowicz, quien logró afianzar un hermoso sonido además de obtener resultados de gran musicalidad. No obviaremos la presencia de una serie de importantes directores invitados.

En el tradicional concierto aniversario, además del saludo del Rector de la Universidad de Chile, se entregaron diplomas de reconocimiento y en lo musical se escucharon dos sinfonías. El programa se inició con una versión ajustadamente clásica de la “Sinfonía N° 1 en Do, Op. 21” de Ludwig van Beethoven. En ella se percibió el bello sonido alcanzado por el conjunto universitario, tanto como la intencionalidad del director Michal Nesterowicz, que logró una versión de gran transparencia melódica con énfasis en ciertos acentos y claridad en los diálogos entre instrumentos o familias.

En cada uno de sus cuatro movimientos los fraseos fueron en extremo cuidados, permitiendo el flujo de los diversos temas melódicos. Otro aspecto interesante fue el logro de diversos planos sonoros en un juego dinámico de gran efectividad. Destacaremos la participación de algunos instrumentos en sus partes a solo, todos de notable musicalidad y hermoso sonido. Los fraseos y articulaciones del segundo movimiento fueron delicadamente transparentes, con un arco dinámico expresivo.

La progresión del inicio del tercer movimiento fue impecable para continuar luego con un carácter exultante en la primera sección. El trío fue elegante y gracioso, mezclado con las partes contrastantes en forte. Antes de seguir con el allegro de jubiloso enfoque donde siempre se destacaron los temas contrastantes, la sutil introducción que da paso al cuarto movimiento y final no dejó de llamar la atención las articulaciones del timbal, que se convirtió en un aliado eficaz en la concepción clásica de la versión.  

Dvorak: contrastes de todo tipo

En la segunda parte se escuchó la hermosa y a la vez compleja de interpretar “Sinfonía N° 7 en Re menor, Op. 70” de Antonin Dvorak. La obra está llena de contrastes de todo tipo: de dinamismo, de tempi y de carácter, lo que le dificulta a veces llegar a un concepto unitario. Y es probablemente en este aspecto donde la versión no llegó a ser totalmente lograda.

Existió una insistencia en la dinámica forte y en varios pasajes los rubatos necesarios al carácter popular estuvieron ausentes. Se alcanzó una versión correcta pero alejada del espíritu graciosamente festivo que inunda la partitura.

Inobjetable fue el sonido, de gran belleza. También los fraseos y las articulaciones, de una claridad enorme. Y las partes instrumentales a solo fueron impecables, Entonces sólo resta concluir que por alguna razón el director estuvo alejado del espíritu de la sinfonía, reconociendo eso si la pulcritud del producto final.

En el primer movimiento se apreció un hermoso sonido, con contrastes eficaces y fraseos precisos, pero con un enfoque poco unitario que no obstante concluyó con un brillante final con acento en ese mismo contraste. El segundo, “poco adagio”, mostró al inicio el noble y cantabile sonido de las maderas y luego brillantes frases de la familia de los cornos. El carácter del tercero fue demasiado enérgico y le faltó elegancia, pero respondió a la indicación de la batuta. El trío estuvo más bien desdibujado.

El cuarto movimiento, con sus efectos brillantes fue eficaz, consiguió del público una respuesta fervorosa que sin duda reconoció las bondades de la interpretación, dejando de lado la rigurosidad del estilo, lo que es razonable pues la musicalidad y belleza sonora fueron una constante. No se le puede exigir a un director que tenga una aproximación total a todo el repertorio. Lo que vale es la honestidad de su trabajo, que en este caso está fuera de toda duda a partir de los logros de sonido y musicalidad de sus músicos.