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| perdido en la multitud,
o que se lo habían raptado. Parecía una madre histérica,
culpable de haberlo mandado solo. Cuando por fin apareció, me desconocí... - ¡Benjamín! le grité al mismo tiempo que él me gritó con cara de alegría. - ¡Amanda! no sabes lo que me pasó... - Pero Benja, le dije, casi me mataste del susto, ¡¿dónde estabas?! ¡¿Por qué te demoraste tanto?! Logré robarle la sonrisa y la emoción de lo que quería contarme. - Amanda, es que el Chino Ríos me pidió que le comprara una bebida... no lo dejan tomar, pero a él le gusta mucho, y me pidió a mí para que se la llevara... Ahí
me enojé aún más con el mentirosillo. ¿Cómo
era posible que me inventara esa tremenda chiva? Me sonaba casi a Canitrot,
me dio más rabia, y la preocupación definitivamente pasó
a enojo.Trató de hablar más, pero yo no lidiaba con mentirosos, nos quedamos enojados, y la situación se tornó incómoda y tensa. En eso, empezó el partido... No nos mirábamos, sólo alabábamos las mismas buenas jugadas, y eso nos hacía cómplices por un rato, pero el orgullo de cada uno no nos dejaba interactuar, así que seguíamos con el ceño duro. Parecíamos tontos. Marcelo Ríos jugaba extraordinariamente, y en dos sets el argentino Zabaleta no tuvo por donde, fue categórico, la gente saltaba, estábamos felices, Benjamín irradiaba emoción, yo me contenía. Entre la multitud, casi no nos fijamos en lo que pasaba en el court, pero sólo vimos al Chino caminando hacia nuestras graderías, cada vez más y más cerca, casi para oír respirar a su hinchada. Ve al Benja y camina directamente hacia nosotros y dice: - Benja, mañana entrai gratis, tu bebida me trajo magia. Y se fue... La gente seguía gritando, y el Benja no dijo palabra. Creo que su silencio era para no hacerme sentir peor de lo que ya me sentía. Escondió hasta su alegría, eso es lo que mas admiré en él ese fin de semana. Caminamos hacia la salida, me tomó la mano, y yo, con titubeos, le pedí perdón. - Benja, me porté como un adulto, de los peores. Aunque hubiese sido producto de tu imaginación, te debería haber creído... Perdóname. - No hay nada que perdonar, gracias por traerme y preocuparte por mí. La verdad, no me sentí mejor, pero sirvió para conocernos. Fuimos a la playa, paseamos, comimos, fue un fin de semana perfecto, con final en vivo y todo. De ese fin de semana me quedó sólo un gran problema: ahora creo en todo lo que me cuentan, y por Dios que es fácil engrupirme, pero así vivo más feliz. Amanda Kiran |
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