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También es el mail enorme de un amigo
que está con su familia apenas llegado a Londres, contándote
detalles de su estadía por allá. Es el chiste desubicado,
o la declaración de amor que nunca esperaste. Eso es el mail, un
mar de palabras en pocos segundos frente a tus ojos.
Para mí, estos últimos dos años, el mail ha
sido una tremenda salvación. Sigo escribiendo cartas a la antigua,
y mandando paquetes por correo tradicional, pero me mantengo en línea
gracias a esta pantalla plana con varias personas importantes de mi vida
que se encuentran lejos. Todo gracias a esta herramienta.
Y fue así, esa tarde, cuando recibí el correo de Teresa.
Mi amiga Teresa, compañera de equipo, está hace casi un
año en Estados Unidos. Se fue acompañando a su marido a
estudiar.
Era el sueño de él, hace años, y pasó a ser
el de ella también. Eso pasa en las parejas bien constituidas,
eso pasa con el amor. Los sueños de tu marido, pasan a ser casi
tuyos, aunque debas renunciar realmente a los personales.
Tere, dueña de mi admiración, deportista destacada, profesional
exitosa y muy ocupada acá en Chile, pasó a estar un poco
más en el anonimato, un poco más dedicada a la casa, a su
familia, a olvidarse, tal vez, por tres años de lo que ella pretendía
y quería ser.
Al
principio le costó, y yo sentía en cada una de sus letras,
una desesperación en silencio, un extrañar sin límites,
aunque tras de eso existía un aprendizaje, una unión y un
cariño cada vez mas grande hacia su familia y su marido.
En este último mail me contaba una seria de aventuras, sonaba muy
feliz, y me anunciaba del nacimiento de su cuarto hijo, para un mes más...
Lo mejor del mail era: "Amanda, vas a ser tía una vez más
y vas a ser tía de una niña!
Sííííí
-se sentía gritar a través del computador- después
de mis tres hombres llegó la niñita, y no doy mas de alegría!".
Terminé de leer el mail y empecé a escribir de vuelta de
inmediato, los dedos se tropezaban en el teclado, pero lo encontré
muy poco, demasiado poco para lo que me estaba contando.
Entonces empecé a escribirle una carta en papel, con dibujos, calcomanías
y colores.
Y de nuevo me pareció poco. No sé como, sin esperar mucho
más, llamé a Alberto, un buen amigo mío, que trabaja
en el Banco de Chile. El "dos por uno" del travel club había
vuelto, y con él, mis repentinas vacaciones.
Alberto me consiguió otra persona que quería viajar a EE.UU.,
así que compramos juntos, y partimos separados.
Pedí una semana en mi trabajo, y partí. No pregunté,
no contesté, no avisé, solo partí.
Fue entonces, cuando con el mejor nudo en mi guata, y rodeada de mochilas,
bufandas, y regalos para guagua, toqué el timbre, de una preciosa
y dulce casa en Boston, tapada de nieve un miércoles cualquiera.
Me abrió una guatona de nueve meses. Yo, solo grité: "¡Ha
llegado carta!".
Siguiente escena, un auto, lleno de niños, una guatona y yo al
volante. Al padre lo llamamos del camino.
Destino, la clínica. Al parecer la impresión fue demasiado
grande.
Pero, gracias a Dios, ví nacer a mi sobrina.
Amanda Kiran
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