Columna de Amanda Kiran
Encomienda tamaño natural
Viernes 13 de junio de 2003, 12:43

¡Ha llegado carta!

Así se avisaba antes cuando te llegaba información de algún familiar o amigo... Ha llegado carta, así como cuando a los presos les llegan algunas líneas de su esposa o hijos para su cumpleaños o el día del padre.

¡Ha llegado carta!... Se escuchaba en la casa cuando tu pololo estaba de viaje, y tú en Santiago esperando alguna novedad de él... O cuando estás en la playa, veraneando por meses, con tu familia, y el "novio" de tu prima, que está estudiando en EE.UU., le escribe.

Entonces es la labor del mismísimo cartero del pueblo, llevar la carta hasta sus propias manos. El sabe que le dará una tremenda alegría y además ganará el mejor almuerzo, junto a la familia.

En Navidad es una frase que suena más seguido, pero no le quita emoción. En esta época, uno goza viendo los diferentes colores de cada tarjeta y lo que te desea cada persona para el nuevo año. A veces hasta salen buenas ideas. Hoy en día, se reciben cada vez menos cartas, pero uno se escribe cada vez más.

¿Cómo es eso? Es el correo electrónico. Es la tarjeta virtual llena de colores y de sonidos para tu cumpleaños, o un corazón gigante rojo, que ocupa toda la pantalla para el 14 de febrero.
Encomienda tamaño natural
(13.06.2003)


Mujeres ranas
(06.06.2003)


El balón de oro
(30.05.2003)


Recorrido en un sentido
(23.05.2003)


Todo un hombre de línea
(16.05.2003)


Sobre azul
(09.05.2003)


Burlando al corazón
(29
.04.2003)


Noche Aislada
(22.04.2003)
 
 

También es el mail enorme de un amigo que está con su familia apenas llegado a Londres, contándote detalles de su estadía por allá. Es el chiste desubicado, o la declaración de amor que nunca esperaste. Eso es el mail, un mar de palabras en pocos segundos frente a tus ojos.

Para mí, estos últimos dos años, el mail ha sido una tremenda salvación. Sigo escribiendo cartas a la antigua, y mandando paquetes por correo tradicional, pero me mantengo en línea gracias a esta pantalla plana con varias personas importantes de mi vida que se encuentran lejos. Todo gracias a esta herramienta.

Y fue así, esa tarde, cuando recibí el correo de Teresa. Mi amiga Teresa, compañera de equipo, está hace casi un año en Estados Unidos. Se fue acompañando a su marido a estudiar.

Era el sueño de él, hace años, y pasó a ser el de ella también. Eso pasa en las parejas bien constituidas, eso pasa con el amor. Los sueños de tu marido, pasan a ser casi tuyos, aunque debas renunciar realmente a los personales.

Tere, dueña de mi admiración, deportista destacada, profesional exitosa y muy ocupada acá en Chile, pasó a estar un poco más en el anonimato, un poco más dedicada a la casa, a su familia, a olvidarse, tal vez, por tres años de lo que ella pretendía y quería ser.

Al principio le costó, y yo sentía en cada una de sus letras, una desesperación en silencio, un extrañar sin límites, aunque tras de eso existía un aprendizaje, una unión y un cariño cada vez mas grande hacia su familia y su marido.

En este último mail me contaba una seria de aventuras, sonaba muy feliz, y me anunciaba del nacimiento de su cuarto hijo, para un mes más...

Lo mejor del mail era: "Amanda, vas a ser tía una vez más y vas a ser tía de una niña!… Sííííí -se sentía gritar a través del computador- después de mis tres hombres llegó la niñita, y no doy mas de alegría!".

Terminé de leer el mail y empecé a escribir de vuelta de inmediato, los dedos se tropezaban en el teclado, pero lo encontré muy poco, demasiado poco para lo que me estaba contando.

Entonces empecé a escribirle una carta en papel, con dibujos, calcomanías y colores.
Y de nuevo me pareció poco. No sé como, sin esperar mucho más, llamé a Alberto, un buen amigo mío, que trabaja en el Banco de Chile. El "dos por uno" del travel club había vuelto, y con él, mis repentinas vacaciones.

Alberto me consiguió otra persona que quería viajar a EE.UU., así que compramos juntos, y partimos separados.

Pedí una semana en mi trabajo, y partí. No pregunté, no contesté, no avisé, solo partí.

Fue entonces, cuando con el mejor nudo en mi guata, y rodeada de mochilas, bufandas, y regalos para guagua, toqué el timbre, de una preciosa y dulce casa en Boston, tapada de nieve un miércoles cualquiera.

Me abrió una guatona de nueve meses. Yo, solo grité: "¡Ha llegado carta!".

Siguiente escena, un auto, lleno de niños, una guatona y yo al volante. Al padre lo llamamos del camino.
Destino, la clínica. Al parecer la impresión fue demasiado grande.

Pero, gracias a Dios, ví nacer a mi sobrina.

Amanda Kiran

 
   
   
     
Términos y condiciones de la información © El Mercurio S.A.P.