Columna de Amanda Kiran
Mujeres ranas
Viernes 06 de junio de 2003, 18:15

¡Siempre quisiste a aprender a bucear!, le decía por teléfono, medio en serio y medio en broma, a mi amiga Lala (sí, como los teletubies).

Yo quería convencerla de una u otra forma, que me acompañara a la fiesta de disfraces de la Carola, quién había preparado su fiesta de cumpleaños con bastante tiempo de anticipación. Me había avisado que era de disfraces, y me había pedido por favor que me preocupara por el traje, ya que no dejaría entrar a nadie sin disfraz. Esta era una nueva amiga de la universidad, no conocía a su familia, ni a sus amigos. Por lo mismo, no tomé su comentario tan en serio, y el día llegó, y por su puesto, Lala y yo, sin disfraz.

-Ya, pos, vente para acá, y nos ponemos los trajes que tiene para bucear mi hermano.

-Ah, no Amanda, ¿estás loca?

-No, ¿por qué?, ¿qué tiene?

-Pero que calor, nos vamos a morir de calor, en serio.

-No creo, lo usamos un rato, para entrar y de ahí nos lo sacamos.

En fin, la convencí de que al menos fuera a mi casa.
Mujeres ranas
(06.06.2003)


El balón de oro
(30.05.2003)


Recorrido en un sentido
(23.05.2003)


Todo un hombre de línea
(16.05.2003)


Sobre azul
(09.05.2003)


Burlando al corazón
(29
.04.2003)


Noche Aislada
(22.04.2003)


Sofía
(11.04.2003)
 
 


Llegó tipo 11.30 Ya era tarde para un sábado en la noche, donde la fiesta empezaba a las 22.30, y nosotras sin disfraz definido.


Buscamos de todo en mi casa, y lo único que salvaba era ésta descabellada idea mía de ir, como mujeres de agua. Finalmente logré pintarle la idea como genial, y empezamos a vestirnos.

Una pierna, que otra… Ahhhh, qué difícil!… Los brazos, el cierre… Era terriblemente complicado embutirse estos estúpidos trajes negros, así en seco. Difícil, además, porque deben entrar partes del cuerpo, que no están acostumbradas a ser prisioneras de algo tan estrecho. Pero al final, lo logramos.

Subirnos al auto, con este traje de neoprén, negro, bastante poco flexible, fue toda una hazaña. Las aletas quedaron en el asiento trasero, justo al borde de la vergüenza, al igual que los snorkels. La tenida era completa. La vergüenza también.

Lala se reía sola, y me retaba por haberla convencido. Yo, en cambio, apenas podía contestarle, por lo apretada que me sentía… Ni la risa me salía.

Al llegar al pasaje de la casa de Caro dejamos el auto afuera, y nos pusimos las aletas.

Era tan incómodo caminar, prácticamente imposible, pero recordé que uno al entrar al agua lo hace de espalda, así que empezamos a caminar de espalda hacia la reja y finalmente llegamos al timbre. Era tragicómico, pero más cómico que trágico.

Alcancé a ver la cara de sorpresa de la Carola, sin siquiera reconocernos. ¿Quién viene de hombre rana?, preguntó.

Fue entonces cuando mi amiga Lala, sin ver nada, por esos tontos anteojos de agua se tropieza y me choca por la espalda, sin reparar que yo ya me había detenido frente a la puerta principal de la casa. El choque fue indescriptible, porque perdí el equilibrio, y sólo recuerdo haber dejado caer mis tremendas patas detonadas por aletas, sobre la llave principal, con cañería y todo de la casa de mi amiga. Junto con eso, un chorro de agua fría como recibimiento.

Estaba tan confundida, y fue todo tan rápido, que pensé que un chistosito nos quiso mojar a modo de bienvenida… Ojalá hubiese sido así.

Jamás, en ese minuto, se me ocurrió pensar que todo había sido producto de mi choque -y descontrol- sobre mi propio cuerpo y pies de rana. Entramos empapadas a la casa, mientras veíamos que el papá de la cumpleañera salía a regañadientes con una herramienta indescifrable para intentar arreglar la cagada.

Pasadas ya las tres de la mañana, y con el traje guardado en el auto para poder bailar más cómodamente, fui a la cocina en busca de agua. Estaba seca, valga la aclaración.

Entonces me acerco a la llave de agua, y la mamá de mi amiga me comenta: "Ni lo intentes… Un par de locas amigas de la Carola se disfrazaron de mujeres rana, y las chistosas al llegar rompieron la cañería, estamos sin agua".

"Sólo mira el despelote que tengo. No puedo ni lavar", terminó diciendo, furiosa.

Espero que el rubor obvio de mi rostro no me haya delatado. La verdad, casi muero de la vergüenza, pero ¿qué podía hacer?.

Así que le seguí el juego, y la mal interpretación.

-Por Dios tía, esta juventud de hoy, no sabe ni disfrazarse, es una vergüenza.

Mentí para salvar mi honor, aunque me estaba hundiendo yo misma. Sufrí de cobardía instantánea en ese minuto, lo reconozco. Pero no estaba aplastando a nadie más, sólo a mí misma. Tarde o temprano mi nombre y mi imagen se hicieron una, y la mamá de la Carola no deja pasar una vez de agarrarme para el leseo.

Amanda Kiran

 
   
   
     
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