Grace Kelly: una verdad a medias.

La historia de Grace Kelly podría haber sido el sueño cumplido de esas chicas que todavía creen en el príncipe azul. Una joven de buena familia que cumple su deseo de ser actriz, y, por si fuera poco, reconocida por su belleza, talento y profesionalidad. Pero no se quedó en eso, también quiso ser reina y se convirtió en la incomparable alteza de Mónaco.

Gracia Patricia Kelly vino al mundo el 12 de noviembre de 1929 en Philadelphia, hija de John y Margaret Kelly. Su padre tenía un negocio de ladrillos que lo hizo multimillonario.

Su mayor sueño fue siempre ser actriz; por eso, terminada la secundaria, se fue a Nueva York para estudiar en el American Academy of Dramatic Arts. Apareció en algunas revistas posando como modelo y, tras graduarse, comenzó a trabajar en televisión y en producciones teatrales. Una niña bien que, no obstante, se tomaba muy en serio su vocación artística y no lo consideraba sólo un capricho.

Así, tras hacerse cierto nombre en el teatro neoyorquino, fueron llegando directores que se fijaron en su porte y cualidades para ofrecerle papeles en sus películas. En 1951 obtiene su primer gran éxito cinematográfico, compartiendo roles con el ya famoso Gary Cooper.

En esa época empezaron los rumores acerca de sus relaciones amorosas y, en casi cada uno de los filmes que protagonizó, surgieron historias sobre romances con sus compañeros de rodaje.

En pantalla acostumbraba mostrar la imagen de una joven con clase; un tanto fría, pero simpática, y perfilaba cierto aire de princesa. Pero fuera de los platós, no perdonaba. En 1953, se le atribuyó un affaire con el ya veterano galán Clark Gable. Por esa época, el genial Alfred Hitchcock se fija en ella y la convierte en su musa.

enviar