Mónaco: entre el glamour y lo ilícito
En treinta años, el Principado, bajo el mandato de Rainiero, multiplicó sus ingresos por veinte. Él era el principal generador de puestos de trabajo en un estado de apenas 1,8 kilómetros cuadrados, el más pequeño del mundo después del Vaticano.
Los asalariados del príncipe eran las tres mil personas que trabajan en la Sociedad de Baños de Mar, un imperio del ocio y del lujo que floreció en un rocoso rincón mediterráneo y que tiene la gran gracia de contar con 300 días de sol al año.
La sociedad, fundada por la familia Grimaldi en 1863, agrupa cinco hoteles, 23 restaurantes, cuatro casinos, las termas marinas de Montecarlo (uno de los spa más bellos y lujosos del mundo), el Montecarlo Country Club, el club de golf y el Sporting Club, donde cada año se celebra el Baile de la Rosa.
Lejos de sucumbir al paso del tiempo, estas edificaciones siguen siendo el lugar de ensueño de celebridades y millonarios que pueden permitirse descansar en una ciudad en la que un simple café puede costar seis euros.
De hecho, la empresa de Rainiero es hoy todavía más atractiva que en 1966, cuando el armador griego Aristóteles Onassis -el mismo que lanzó una lluvia de flores sobre Grace Kelly desde su hidroavión privado el día en que ésta llegó desde EE.UU. para casarse con el príncipe- se enfrentó a Rainiero para intentar comprar la empresa. Éste respondió al insulto haciendo una ampliación de capital.
La prosperidad del Principado hace que sus trabajadores no teman por su futuro. En Mónaco resulta casi imposible estar en paro. El pequeño estado cuenta con 32.000 habitantes -sólo unos 6.000 de nacionalidad monaguesca-, pero la población activa asciende a 41.000 personas, cuatro veces más que en los años '50. En sus calles se ubican más de 70 bancos y numerosas empresas.
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