El glamour de Mónaco se concentra en la zona que rodea su mundialmente conocido casino. A sus puertas, circulan tantos Ferrari que parecen un artículo de primera necesidad.

Sin embargo, el juego ya no es lo más importante en la economía del pequeño reino; de las ganancias que dejan las ruletas sólo sale el 3,5% del presupuesto total. La mayor parte de los ingresos provienen hoy del comercio, de la banca, del sector de las finanzas, del turismo de lujo, y de la industria química, farmacéutica y cosmética.

Este progreso se debe al príncipe Rainiero, que le ganó al mar una sexta parte del territorio actual del país y promovió las inversiones con una política de beneficios fiscales y confidencialidad que ha llevado a establecerse allí a empresas y millonarios de todo el mundo.

El tenor Luciano Pavarotti, el piloto Michael Schumacher, el golfista Severiano Ballesteros, el cantante Andrea Bocelli y tenistas como Boris Becker, Emilio Sánchez Vicario, Bjorn Borg, entre otros, han fijado su residencia en el principado para beneficiarse de las ventajas establecidas por Rainiero.

Los residentes, con excepción de los franceses, no pagan impuestos directos y las sucesiones apenas están gravadas.

Con el dinero fácil llegaron los paparazzi y los rumores de blanqueo de dinero, que se pusieron de manifiesto en 1998 con la muerte de un israelí sospechoso de tráfico de drogas que había depositado 5,5 millones de dólares en oro en uno de sus bancos.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha incluido a Mónaco entre los países que deben ser estrechamente vigilados y un informe de la Asamblea Nacional francesa lo denunció como territorio "propicio para el lavado de capitales".

Rainiero y, hoy, Alberto siempre han atribuido las acusaciones a intentos de desprestigio.

 

 

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