EMOLTV

"No hago ropa, sino obras de arte"

Reconocido en el país y en el extranjero atribuye su éxito a su amor por la belleza y considera que él no confecciona ropa ni lleva la moda, sino que crea piezas artísticas de gran estilo que nunca dejan de ser actuales.

14 de Agosto de 2007 | 09:30 |
imagen
Dos lanudos perros están echados a la entrada del atelier del diseñador y modisto, son pastores húngaros (Puli)–macho y hembra- cuyo pelo parece de rasta. De repente se paran y comienzan a ladrar sin parar; a los segundos, Rubén entra por la puerta. "Son como mis hijos", dice, mientras los acaricia.

Viste un abrigo de paño azul marino sin mangas –que luego confidencia es un Dior que adquirió hace 30 años y que "nunca pasa de moda"-, pantalón negro, bufanda calipso y botas negras con punta de metal.

Estaba perfeccionando su inglés en el Instituto Sam Marsalli que queda al frente y se atrasó un poco conversando con la profesora ¡Y cómo no si le encanta la tertulia y es muy ameno!

Entra rápido, habla con sus asistentes, acaricia a sus perros y luego sale al jardín para fotografiarse. Es un modelo ideal y se siente a sus anchas, nada de temores con el lente; al contrario, parece disfrutarlo, aunque no sonríe, sino más bien posa.

Es un encanto: amable, cortés, divertido; responde sin ambigüedades, siempre sonriente y con una picardía a flor de labios. Los perros interrumpen de repente con sus ladridos, pero se callan inmediatamente a la orden de su “padre”.

-¿Desde muy pequeño te llamó la atención la moda?
“Desde muy niño. Mi mamá era una modista muy importante del sur de Chile y desde chico la vi trabajando en moda y haciendo cosas para ella”.

-¿Siempre pensaste dedicarte a esto?
“No, yo pensaba estudiar otra cosa, veterinaria. Teníamos fundo en Gorbea y, entonces, para mí era muy importante la vida del campo... me hubiera encantado estudiar agronomía.
(Se queda pensando un momento) “Si no hiciera lo que hago ahora, me encantaría ser paisajista o ser chef. Pero en ese tiempo, me encantaba lo que hacía mi mamá, me parecía mágico”.

Recuerda que cuando estaba en primero medio –como a los 13 o 14 años- empezó a hacer pantalones por hobby, pero también para tener algo de dinero. “Soy el hijo del medio y quería comprarme cosas, lograr cierta independencia”.

-¡Tan chico!
(Se sonríe) “Sí y hacía muuuchos pantalones; llegaba del colegio y tenía gente esperándome”.

-¿Esta afición complicaba a tus hermanos?
“No, es más, cuando empecé fue en una época en que se usaban los jeans americanos -desteñidos, rotos- que no llegaban a Chile y si encontrabas alguno, tenían las patas angostas y se usaban las de elefante. Entonces, empecé arreglando los jeans para mis amigos, mis compañeros de curso y los amigos de mis hermanos. Rompíamos los más gastados y se los poníamos a los angostos para que se vieran anchos. De ahí partió todo.
“Bueno... yo a escondidas jugaba a las muñecas. No habían Barbies así que me tenía que hacer mis propias muñecas de trapo y le sacaba los géneros a mi mamá”.

-¿En serio?
“Sí. Mi abuela tenía una caja enorme de botones maravillosos y yo, cuando estaba aburrido, pegaba botones y hacía verdaderos mosaicos. Siempre he tenido esa cosa del arte en las manos; además del don del perfeccionismo, de hacer las cosas bien ¿te fijas? Y creo que eso es importante en la vida”.

Sin embargo, no se dedicó de inmediato a la moda; primero se vino a Santiago a estudiar Arte a la Universidad de Chile: “Estudié cerámica, cantería y orfebrería; casi egresé”. Pero se dio cuenta que eso no era lo suyo y se fue a estudiar a España.

-¿A Madrid, verdad?
“A Madrid, sí, a estudiar patronaje industrial para poder interpretar lo que yo dibujaba y creaba. En el fondo, poder dominar los volúmenes, la tridimensión en el plano y poder hacer los vestidos, estos que tú ves ahora, que son verdaderos rompecabezas. O sea, dominar el cuerpo, las tallas, los volúmenes. Es como estudiar escultura viviente”.

Estuvo cuatro años allá y, al volver, se instaló en Temuco, donde ya era conocido gracias a la fama de su madre. “Me quedé tres años, casi como haciendo la práctica. Llegué y mi mamá me tenía mi boutique lista para que empezara a trabajar”.

-¿Te fue bien?
“Fue todo un boom que yo volviera; muchas de esas clientas las conservo hasta el día de hoy. En el fondo, allá soy como... mira, un señor que escribe en el diario allá dijo de Temuco han salido dos personas: uno es el alcalde casi vitalicio Germán Becker y Rubén Campos” (se ríe).

-¿Vas a Temuco seguido?
"Hace mucho tiempo que no voy; este verano me quieren llevar para hacer un homenaje y, además, una beneficencia, con un desfile muy importante".

-En 1984 te viniste a Santiago, ¿no?
"Sí y me instalé en General Holley –"la calle del momento"- y todo se dio. Yo creo que en la vida, las cosas se van dando, se van abriendo los caminos, van apareciendo los ángeles o las personas.
"En esa época, hace muchos años atrás, me dije a mí mismo yo voy a ser el mejor diseñador de Chile ... ¡me faltó decir del mundo! y esa afirmación fue muy importante, porque si tú no te consideras..."

-¿Afán de perfeccionismo?
"Muchas cosas; la verdad es que para mí era muy importante ser el mejor en lo que hiciera".

-¿Así te educaron?
"Sí, tiene que ver con la familia, pero más que nada fue por todo lo que sufrí en mi niñez y en la adolescencia, que me propuse ser el mejor. Entonces, me pongo metas y las cumplo... el asunto es siempre pensar en grande".

-¿Hay algún hito que marque tu despegue? ¿Tal vez el vestido con que la Bolocco se coronó Miss Universo?
"No, mira, yo llegué a Santiago con una colección hecha que era muy interesante y, además, una tienda que era muy bonita – la hizo Axel Grossman, un arquitecto que estaba al frente de mi tienda y que también remodeló ésta-, entera tapizada en chintz color mantequilla, y muy moderna para la época".

-¿Recuerdas esa primera colección?
"Sí, toda con mezclas de cueros –que lo sigo haciendo-, con tweed... ¡increíble! En esa época, la gente no viajaba tanto y tenía la necesidad de comprar en Chile, pero comprar cosas nuevas y diferentes. Ahí salto yo como diseñador emergente y joven.
"Estaba la revista Cosas; Gonzalo Cáceres, que era súper famoso en ese tiempo; la Liliana Mondino que trabajaba en Cosas, la misma Mónica Comandari, y llego yo con cosas nuevas a poner la alta costura en el lugar que le correspondía".

-¿Te viniste solo?
"Sí, pero a los tres meses tuve que decirle Mamá, vente, porque no daba abasto. Me levantaba a las 5 de la mañana, diseñaba, cortaba, atendía público, vendía, probaba... ¡todo! ¡Muy duro!
"Había toque de queda, me acuerdo, mi mamá tenía un departamento aquí en Colón y a las 5:30 de la mañana ya estábamos en la tienda trabajando y yo me quedaba hasta las 12 de la noche o más a veces, cortando para tener todo listo para las clientas que venían al otro día".

Recuerda que fue el precursor de los desfiles con pasarelas anchas, sólo sillas para el público y mucha escenografía. También lanzó a muchas de las modelos conocidas de Chile y vistió y viste a personalidades de todos los ámbitos del quehacer nacional. "Creo que marqué un hito en ese momento y sigo haciéndolo".

Los hechos lo prueban: el período en que pasó por su peor crisis económica, se fue a Miami y ganó el premio "La estrella de la moda" del año 2000 y al "Mejor diseñador latinoamericano" 2001. "En Colombia, en la Universidad del Diseño, te pasan dos años de Rubén Campos con Oscar de la Renta y Carolina Herrera", dice complacido.

-¿A qué atribuyes tus éxitos?
"A que no hago ropa, sino obras de arte. Tengo una propuesta propia, no copio. En el fondo, Rubén Campos es Rubén Campos".

Continúa leyendo:
Cuando una prenda es tan valiosa como una joya.

"No me gustan las mujeres y las tengo que hacer felices igual".
EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?