Un comentario en el sitio de la BBC describe el sonido del nuevo disco de Tindersticks como "el de una banda que se está redescubriendo". La apreciación es certera: el prestigiado grupo de Nottingham, responsable de al menos dos de los discos más brillantes de la década de los '90, aún ordena el profundo cambio de ruta que le significó, hace tres años, la salida de tres integrantes. Tindersticks funciona hoy como un trío (más allá de los invitados), lo cual concentra en menos cabezas la conceptualización de un rock que siempre se planteó como una empresa amplia, de taller colectivo, con todas las manos que quisieran sumarse. Entre muchos fue que surgió su música de alto vuelo y frágil delicadeza, trabajada como una construcción de arreglos infinitos y tristeza inabarcable. Esa misma ambición debe hoy encauzarse en menos manos, como cuando alguien se muda a un departamento pequeño con los mismos elegantes y grandes muebles de una antigua casona.
Este nuevo sonido, más concentrado, articuló ya el álbum The hungry saw (2008) y dos bandas sonoras (35 shots of rum y White material). Tindersticks siempre ha transmitido una pesada melancolía, con fuerte base en el piano, y eso no cambia en este Falling down a mountain. Pero es evidente el giro hacia el free jazz (sobre todo en el largo track que le da título al álbum) y hacia arreglos no necesariamente más austeros pero sí más sintéticos. La flauta travesa y las trompetas dirigen "She rode me down", tal como las guitarras y el órgano dominan "No place so alone". Las sorpresas anímicas van por dos lados: el tema "Harmony around my table" ensaya un esquema de alegres coros y aplausos dignos de Belle & Sebastian, y "Black smoke" es un rocanrol de vaga raíz R&B, que no sonaría raro en un disco de los Rolling Stones.
Dos calmos temas instrumentales ("Hubbard hills" y "Piano music") acomodan un álbum que sin duda suena a Tindersticks, pero a un Tindersticks refrescado y en búsqueda, que se escucha con placer y al que termina de barnizar una voz que no cansará ni en cien años: la del susurrante, furioso, desolado y siempre súpermasculino Stuart Staples, a cuyo llamado el oído se abandona con confianza pues nada demasiado malo sucederá mientras él esté a cargo.
—Marisol García