La soprano chilena Claudia Pereira simplemente maravilló con sus pianísimos y vuelo expresivo.
Christian ZúñigaSon muchos los aficionados a la música coral e integrantes de coros que no se explicaban porqué no se había estrenado en las temporadas de Santiago una obra tan hermosa como la “Misa Solemne de Santa Cecilia” de Charles Gounod. Ella da cuenta de la firme religiosidad de su autor y no pretende deslumbrar con exigencias vocales ni en los solistas ni en el coro, exigiendo además de la orquesta un sonido que acompañe al canto que se acerca a una religiosidad íntima con esporádicas muestras de exaltación.
Esta línea de canto debe ser cuidadosa en voces e instrumentos, pues el énfasis, está en interpretar los textos litúrgicos traducidos en música.
La versión que escuchamos a cargo de la Orquesta Sinfónica de Chile, el Coro Sinfónico y la Camerata Vocal del Universidad de Chile -cuidadosa y musicalmente preparados por Hugo Villarroel-, junto a Claudia Pereira (soprano), Leonardo Pohl (tenor) y Patricio Sabaté (barítono) dirigidos por el maestro venezolano Rodolfo Saglimbeni merece las más elogiosas alabanzas. Su exquisita y sensible versión llegó a conmover profundamente al público.
A pesar de la gran masa coral y orquestal el director Saglimbeni logró en los sonidos “piano” o “pianísimo” un sonido de una finura e intimidad como pocas se ha logrado, todo en una perfecta fusión de las voces y los instrumentos. En contraste, los “forte” lograron un peso de gran musicalidad contando incluso para ello con la complicidad de la gran cantidad de percusiones que la partitura exige.
La expresividad, musicalidad y belleza vocal del coro fue una constante a lo largo de toda la obra, consecuencia del excelente trabajo del director Rodolfo Saglimbeni.
De primer nivel consideramos el trabajo de los solistas, quienes deben integrarse al todo pues el autor no les entrega arias o momentos de gran lucimiento vocal. El trabajo consiste en encontrar el más profundo sentido religioso, algo que encontramos plenamente logrado.
La soprano Claudia Pereira simplemente maravilló con sus pianísimos y vuelo expresivo, que a veces dejó casi suspendido al público por la emoción. La gran musicalidad y hermoso timbre del tenor Leonardo Pohl sólo encontró dificultades en algunos de los agudos más extremos del “Agnus Dei”, no obstante en otros hizo brillar su voz. Conocida es la solvencia total del barítono Patricio Sabaté, quien una vez más hizo gala de ella con un espléndido manejo de los contrastes dinámicos, enorme musicalidad y capacidad de afiatamiento.
En muchas ocasiones los tres solistas realizan especies de antífonas con el coro, en esas oportunidades y contando con la excelente participación de la orquesta, los resultados fueron estupendos, el fragmento “et incarnatus est” que deben cantar a trío fue un rotundo éxito.
Señalaremos algunos momentos sobresalientes en el coro, sin desmerecer el resto, el sobrecogedor inicio del “Gloria”, el formidable y musical “forte” de coro y orquesta del “laudamus te”, el expresivo “miserere”, el goce al cantar el “Quoniam”, la fuerza expresiva de los unísonos y las verdaderas atmósferas sonoras de partes como el “Sanctus”. Podríamos seguir enumerando logros de una versión que debe enorgullecer a sus intérpretes y que el público aplaudió sin cansarse.
En la primera parte se escuchó el “Concierto para violín y orquesta en Re mayor, Op. 61” de Ludwig van Beethoven, actuando como solista Marcelo González solista de los violines segundos, quien en un muy mal día no hizo justicia a su importante currículo.
Solo en algunos momentos se vislumbró algo de su musicalidad, pues el enfoque de su versión poco tenía que ver con el enfoque del director Saglimbeni, incluso en aspectos de fraseo hubo diferencias, tal vez estos factores influyeron en que entrara en nerviosismo, que se tradujo en desafinaciones y desencuentros de tiempo con la orquesta. Honestamente creemos que las condiciones del solista no estuvieron a su nivel, por lo que no encontramos justo hacer un análisis más detallado de su interpretación, para uno de los más bellos y difíciles conciertos para violín y orquesta.
Gilberto Ponce.