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Reflektor

El grupo que le voló la cabeza a medio mundo con sus tres primeros discos, vuelve con uno de los trabajos más esperados de 2013. En su aventura más diversa, algo de paja se mezcla con el trigo, aunque los sellos que lograron encumbrarlos hasta lo más alto aún siguen a la vista.

26 de Octubre de 2013 | 11:12 |

Una verdadera crisis de ansiedad parecía estar inundando a auditores de diversas latitudes, desde que hace meses se anunciara que este martes 29 de octubre estaría a disposición de todos el cuarto disco de los canadienses Arcade Fire, una de las más celebradas instituciones musicales de los últimos años. No era para menos: La banda venía de volarle la cabeza a medio mundo con discos tan atrevidos como hipnóticos, en los que lograron sobresalir de la zona indie con una propuesta elaborada y consistente. Pero, como ocurre en estas circunstancias, el escenario trae aparejado un problema: Las expectativas suben hasta las nubes, lo que aumenta el factor de riesgo en altísimo porcentaje. Y desde arriba la óptica es diversa. Para algunos, se trata de evitar el azote en el suelo; para otros, de volar plácidamente por donde la libertad decida conducirlos.

Puestos en esa óptica, el combo liderado por Win Butler claramente optó por lo segundo. Antes que ser complaciente con quienes esperaban el cuarto tomo para esa trilogía brillante que amarran Funeral (2004), Neon Bible (2007) y The Suburbs (2010), Arcade Fire decidió abrir nuevas páginas y parir su disco más diverso, que de todos modos conserva el gusto por la multiplicidad de capas, la épica, la elaboración y la experimentación, aunque ahora con un abanico aún más amplio, agitado por James Murphy desde el rol de productor. El resultado, entonces, tiene el sello de quienes han demostrado saber cómo llegar a buen puerto, pero también parece abrir por primera vez las puertas a la irregularidad. Así, los seguidores que esperaban a la banda de siempre requerirán más de una escucha para digerir los aires de reggaetón de "Flashbulb eyes" y "Here comes the night time" —dos piezas que evidencian el viaje hacia las raíces haitianas de Régine Chassagne y los pasos por estudios jamaiquinos—, en las que desde un ritmo a lo dembow se transita respectivamente por atmósferas espaciales y lúdicas (como el The Cure de "Close to me" y "Love cats").

Algo similar ocurre con las zonas country que pisa "You already know", o las tropicales de "Afterlife", mientras que "Reflektor" parece sacada de los créditos de una serie de principios de los 80 (¿"El auto fantástico"?). El sonido de esa década deja su marca en el corte (también en otros), sea a lo Bee Gees o a lo Modern Talking, pero cuando el sexteto dispone de siete minutos y medio (es una de las nueve canciones que supera los cinco minutos veinte) no se puede esperar menos que giros, aquí dados por una verdadera jam de sello arcadiano, como largo desenlace. "Normal person", en tanto, los lleva a los territorios más rockeros (con Bowie como referente), y la valla es sorteada con rotundo éxito, mientras que "Awful sound (Oh Eurydice)" ofrece el viaje completo por viejos y nuevos códigos, esta vez con traje de himno.

Pero en otros momentos hay un destino al que no siempre se llega. Como en "It's never over", que de su largada con adhesivo riff deriva pronto en un punto de extravío. "Porno", por su lado, ni siquiera llega a encontrarse. Pero todo en la escala de Arcade Fire, es decir, una que había fijado la vara cerca de la excelencia, por lo que los actos fallidos de hoy difícilmente podrían dar pie a fiascos. Hay algo más de paja mezclada con el trigo en Reflektor, es cierto, pero por suerte aún hay mucho más de lo segundo que de lo primero.

Sebastián Cerda

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