Columna de Amanda Kiran
Burlando al corazón
Martes 29 de abril de 2003, 12:43

Apenas abrió la puerta sintió un clima diferente, cómo no… El estaba sobre ella.

Eran un poco más de las ocho de la mañana, y la idea era simplemente sorprenderlo con un buen desayuno. El se había quedado trabajando hasta tarde.

Llevaba el pan más fresco que encontró, que a esa hora de la mañana es el mejor, compró naranjas para un jugo natural, jamón, palta, leche para un café, y hasta un chocolate por si prefería chocolate caliente. Había pensado en todo.

Jamás se imagino que -trabajar hasta tarde- significaría llevarse el trabajo para la casa. Fue horrible. Ni siquiera gritó, la Pancha no es de escándalos.

Cruzaron las miradas, y ella salió corriendo. Corrió lo más rápido que pudo. Lo más rápido con tal de que él nunca pudiese alcanzarla. Nunca más. Sería imposible quitar de su cabeza esa imagen de su novio sobre otro cuerpo. Se estaba burlando del amor, eso era tremendamente doloroso e inolvidable.

Así mismo esa mañana me sorprendió a mí.

Ocho y media de la mañana, con la "cuchara" acelerada y los ojos desorbitados, Francisca tocó mi puerta: "Ya Amanda, a correr, es temprano, un lindo día sin sol, así que vamos a correr", dijo.
 
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"Ahhh, Panchita, ¿qué te pasa?", contesté.

Yo no entendía nada, pero al instante decidí no preguntar más y acatar.
La vida me ha llevado a entender que hay acciones que ocurren por algo, la naturaleza es sabia. Por alguna razón, necesitaba correr.

No me quedó más que ahorrarme las preguntas y acompañarla. Me puse mi buzo más abrigado para salir a trotar. Era pleno invierno. Hacía mucho frío. Me puse mi gorrito de lana regalón, las zapatillas más gruesas y salimos.

La llevé por el Parque Pocuro, desde Pedro de Valdivia hacia arriba. Nunca la había visto correr tan rápido, sin cansarse. Es ella la que siempre se queja cuando vamos corriendo, esta situación me preocupaba mucho.

En eso, llegamos hasta Vespucio, y seguimos por el parque que lo bordea. Este parque, cuan largo es nos llevó hasta su final y decidimos cruzar el puente.

Quería elongar en el cerro que queda frente al colegio Saint George.
Mi compañera se estaba cansando y yo para qué hablar, no daba más.

Cuando paramos para subir el cerro, se apoyó de un árbol. El árbol más grande que encontró, el tronco mas grueso. Ya eran pasadas las nueve y media de la mañana, a penas una hora del trágico encuentro, y yo sin entender absolutamente nada.

Habíamos batidos todos los récords en llegar hasta ese lugar. Entonces se desplomó en llantos sobre mí.

No recuerdo cuánto rato la estuve sosteniendo. No recuerdo cuántas cosas me dijo. No recuerdo cuánta rabia acumulé, pero fue mucha.
No he conocido mujer más dedicada y fiel en mi vida. En ese momento, en cambio, estaba desmoronada, desdichada, horriblemente impactada y traumada, se sentía absolutamente engañada e infeliz.

Juntando todo eso, me confesó que no lo quería ver más, y que si podía ir yo a buscar sus cosas, las que él tenía en su departamento. Respondí de inmediato que sí, sin pensar.

Olvidé mi naturaleza, olvidé mis propios instintos, olvidé la rabia acumulada y partí. Fue al día siguiente. Un lunes, nunca se me va a olvidar. Llegué caminando a la casa de Pablo.

Pablo y la Pancha llevaban años pololeando y él era mi amigo también, pero no quería verlo. No me interesaba, y ahí estaba, haciéndole este favor a mi desesperada amiga.

Toqué el timbre. Estaba nerviosa, ansiosa, asustada, no sabía qué le iba a decir. Estaba enojada, pero no era mi problema.

Nada de lo que pensé sirvió, no fui capaz de separar mis sentimientos. Me abrió la puerta y sorprendido me dijo "¡Amanda!".

Al escuchar mi nombre, me enfurecí (no sé por qué). Y ¡plaf!… Le mandé una tremenda cachetada, la única que he dado en mi vida, la última que espero dar. Fue tremenda. Me dolió hasta la mano.

El engaño no había sido para mí, pero ahí estaba yo, abofeteando a uno de mis mejores amigos. Fue doloroso y vergonzoso. Salí corriendo. Me sentí mal.

Cuando llegué al ascensor, recordé mi misión: sacar las cosas de la Pancha. Una radio, ropa, la juguera y otras cosas más eran el "botín".

Debía volver y lo hice. Caminé de vuelta, respiré hondo y me paré delante de su puerta. Estaba más calmada, ya me había desahogado.

Puse mi dedo sobre el botón, y me atreví. Volví a tocar el timbre, sólo esperaba que él se atreviese a abrir.

Amanda Kiran

 
   
   
     
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