Columna de Amanda Kiran
El catorce
Viernes 14 de febrero de 2003, 17:41

4 ventanales.

Un espacio de dos por seis metros aproximadamente.

El sol caía de a poco sobre la no tan iluminada cuidad veraniega.

La brisa apenas me mantenía despierta, los pájaros ya estaban cansados, y
yo debía mantener mi oído fino a los neumáticos del auto que me pasaría a
buscar.

La hora de recogida era a las 18:00... pero eso ya era pasado, y las
malditas agujas de mi reloj no paraban de dar vueltas, como unas locas dentro del diámetro profundo del tiempo.

Y las seis y media, y las siete, y las siete y media, y las ocho... hasta que ya el sol dejó de hacerse presente.

Entonces dejé de sentirme bien.

La angustia junto con la noche se habían apoderado de las paredes sin luz, la tensión me mantenía a raya.

No había sonidos ni de neumáticos, ni de embriague, ni nada.
 
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Nadie me pasaba a buscar, no existía explicación.

Había que esperar, sólo eso, esperar. Dentro de la espera, yo, lenta, esperanzada, asustada, confundida.

La verdad, él nunca se atrasa, y menos para el día de los enamorados, tiene que llegar, seguro va a llegar.

Mientras pasaba el tiempo, se me ocurrió observar a la gente que se paseaba abajo, diferentes desde este ángulo, menos creativos, menos personas, bastante chatos, cada uno con su propia historia, pero la mía, era la peor de todas.

¿Exageración? tal vez, sólo esperaba bautizar esa tarde con la palabra exageración. Ese era mi sueño y mi peor dolor.

Quise quedarme ahí, así, en el cuadrado del tiempo, en silencio, sintiendo mis pulsaciones y mi olvidado orgullo, pero no pude, ese espacio pasó a ser el lugar donde los minutos te atropellan, sin importales tu dolor, sin sentir tu corazón.

Ya sin siquiera ver mi sombra, sólo sentía mi respiración, eran las diez de la noche y mi cuerpo se sentía afiebrado, desolado, sin sentido.

Quise cerrar los ojos, intenté dormirme para no pensar más y despertar con el timbre, pero no fue así.

Desperté con mi celular y el número desconocido en su visor.

Los latidos ya se habían juntado unos con otros, mi corazón loco, saltaba solo por mi cuerpo, y mi presión en las nubes del infierno.

- ¿Aló? Contesto temblorosa.
- Si, señorita ¿Amanda Kiran?
- Con ella, contesté, ¿qué pasa? ¿Con quién hablo?
- Señorita, disculpe, usted no me conoce, es que no le tengo muy buenas noticias.

Desperté del desmayo en medio de mi living, sola. Sola como nunca.

La peor soledad que he sentido en el mundo.

Desde aquél día, considero un truco publicitario los 14 de febrero.

Sin embargo, le deseo a todos los enamorados una preciosa velada.

Sinceramente, es mejor aunque sea gozar con la alegría ajena, y así de a poco ya no me voy sintiendo tan mal... es cuestión de tiempo, aunque sea imposible olvidar.


Amanda Kiran
 
   
   
     
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