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Shakespeare, el mundo volvió a sus manos A 380 años de su muerte, el dramaturgo inglés vive en los planes de todos, desde el joven actor norteamericano Leonardo di Caprio hasta el legendario y criollo Teatro UC. Si en Inglaterra se construye el que se espera sea el más grande centro de investigación de su obra, Chile prepara un nuevo montaje del Romeo y Julieta traducido por Pablo Neruda. Además, hoy destilan proyectos cinematográficos con sus comedias y tragedias, y hasta un pub con su nombre se abrió en Santiago. Aunque
sean muchos los intentos actuales de renovación y las posibilidades
a mano, lo cierto es que la modernidad de William Shakespeare es radical,
y así lo confirma un 1996 que vive en torno a proyectos que están
firmados a la luz o en las sombras por el poeta del Avon. Uno que falleció
hace 380 años, un 23 de abril de 1616, a los 52 años. Si bien siempre interesa recordar las fiestas que durante abril se agolpan en Stratford-upon-Avon, donde nació y murió Shakespeare, el centro de atración para este año es la construcción del New Globe Theatre, cuya temporada-prólogo está prevista para agosto con sólo un título, Los dos hidalgos de Verona. El Shakespeare Trust, a cargo el proyecto total, quiere poner énfasis en que se espera que el Globo se convierta en el más importante centro del mundo dedicado al teatro isabelino. Pero otras voces inglesas no dejan de llamar la atención en torno a los 45 millones de dólares en que está estimada la construcción como también en el carácter elitista que muchos ven en la idea. Y aún los hay que opinan que el New Globe, con sus dos salas, el museo, la biblioteca y las exposiciones permanentes de escenografías y vestuarios, y con actores ataviados de época llevando al público por los distintos sitios, es una especie de Disney World cultural, destinado a satisfacer la imaginación de quienes se quedaron en otro tiempo. Clones, Costos y Planes Hoy casi es un lugar común decir que al hablar de la relación cine-teatro, no es posible olvidarse de Shakespeare, probablemente el dramaturgo que más ha aportado en la historia al séptimo arte. Y la verdad es que aparte de las tantas películas basadas expresamente en sus tragedias y comedias, abundan hasta lo increíble aquellas que se basan en sus temas y los explotan de otro modo. Es el caso de El rey León, una especie de clon animado entre Bambi, Hamlet, Ricardo III y Macbeth. Tampoco hay que olvidarse de los sueños de Akira Kurosawa en Ran, dedicado a El rey Lear, ni del propio Tom Stoppard, quien en 1990 dirigió Rosencrantz y Guildenstern están muertos, basado en su drama homónimo que no es sino un Hamlet con otro punto de vista (la cinta obtuvo el León de Oro en el Festival de Venecia). La lista sería enorme, pero no se puede dejar de nombrar Los amantes de Verona, de André Cayatte; Amor sin barreras, de Robert Wise y Jerome Robbins; y Romanoff y Julieta, de Peter Ustinov, todas a costa de Romeo y Julieta. Y, además, las tantas Cleopatras (por Antonio y Cleopatra), las miradas a La tempestad (con Derek Jarman, Paul Mazursky y Peter Greenaway firmando) y el ensamble que Orson Welles hizo en Campanadas a medianoche con Ricardo II, Ricardo III, Enrique IV, Enrique V y Las alegres comadres de Windsor. Los noventa encuentran en Kenneth Branagh a un defensor de Shakespeare casi a cualquier costo. Porque definitivamente es un riesgo el que haya prestado su nombre para el Otelo que estrenó Oliver Parker, y que lo muestra en traje de Iago, junto a Larry Fishburne e Irene Jacob como el moro y Desdémona. Pero el actor y director inglés ya ha probado cuánto vale y otras dos cintas sobre Shakespeare lo confirman: Enrique V (1989) y Mucho ruido y pocas nueces (1993), en las que contó con su ex esposa Emma Thompson. Para el futuro tiene en mente un Romeo y Julieta con Leonardo di Caprio, y un nuevo Hamlet, dirigido y actuado por él. Todo eso se une al exitoso Ricardo III que protagonizan Annette Bening, Ian McKellen, Nigel Hawthorne y Robert Downey. Además, son muchos los actores de hoy que no pueden desentenderse del dramaturgo. Anthony Hopkins, para muchos el mejor Macbeth de la escena londinense, recitó especialmente para la apertura de los trabajos en el Nuevo Globo; Keanu Reeves y Ralph Fiennes divulgaron por todo el mundo su incursión en el papel principal de Hamlet; Gary Oldman (Drácula) fue descrito por el director de la Royal Shakespeare Company como ``el mayor talento de su generación''; Olivia Hussey, la Julieta de Franco Zeffirelli, anunció su vuelta a las pantallas en Sueño de una noche de verano, y Al Pacino debutará como director y productor en Looking for Richard, sobre Ricardo III, con él mismo en el papel principal, Winona Ryder y Alec Baldwin. Tampoco Chile se escapa de esta shakespearemanía: para mayo el Teatro de la UC anunció el estreno de Romeo y Julieta en la versión traducida por Pablo Neruda; Andrés Pérez es uno de los invitados a participar, en 1997, en la primera temporada del Globo inglés; y se acaba de abrir un Pub Shakespeare junto al cine Las Lilas. A todo este panorama se añade la existencia de los grupos rockeros Shakespeare's Sisters (que deben su nombre a una canción del grupo The Smiths) y Dylan and Shakespeare. De modo que no todo ha terminado ni nos resta el silencio, como declara Hamlet antes de morir. Sangre, Sexo y Modernidad Junto con ser uno de los poetas más visitados de la historia, Shakespeare detenta el récord también en torno a suposiciones acerca de su vida. Quizás la más destacada de todas las leyendas que se tejen en torno a su nombre es el hecho de que algunos crean que realmente no existió o que simplemente fue un campesino de Stratford usado por Francis Bacon, el filósofo inglés, para ocultar su firma como dramaturgo. A su vez, Bacon sería, para los rosacruces, una de las tantas encarnaciones del Conde St. Germain. En la actualidad, sin embargo, los hechos parecen estar claros, y cada vez hay más datos precisos en torno a su existencia y actividades, y Stratford observa diariamente los miles de visitantes que llegan a recorrer sus calles y visitar el monumento funerario que se encuentra en la Holy Trinity Church. Es sabido que muchos críticos antiguos veían algo de divino en la creación de Shakespeare. Todavía hoy es natural quedar perplejo ante las maneras de su poesía y el desarrollo de sus personajes, y es ahí y no en artes de magia o brujería donde hay que encontrar los porqué de su actual presencia. Sucede que el valor de Shakespeare vive en su profunda comprensión de la naturaleza del hombre. Dominaba en tal manera el material a su disposición, que en sus manos una antigua leyenda o un simple cuento se convertía en representación de un estado que durante su vida todo hombre y toda mujer tendría que vivir. Aunque es cierto que las grandes tragedias necesitan sangre y no lágrimas para quienes lo necesiten, Macbeth, Otelo y Enrique V tienen sangre de sobra, el interés de Shakespeare no radica en los treinta y cinco cadáveres del Tito Andrónico o en los cinco de Romeo y Julieta, y tampoco exactamente en las tramas tan conocidas los amantes de Verona, el príncipe de Dinamarca ya que muchas de ellas se basaron en crónicas anteriores o en narraciones que se transmitían de boca en boca. Paradojalmente, y a pesar de las muertes por espada, de puñal o veneno, uno de los grandes valores del escritor inglés es haberse instalado en el sufrimiento, apartándolo de lo físico. En El rey Lear, por ejemplo, el dolor en el cuerpo es casi una redención en comparación a las batallas libradas por la conciencia, y lo mismo ocurre en Romeo y Julieta cuando los protagonistas optan por el suicidio tras comprobar que de otro modo tendrían que vivir sin amor. Shakespeare y así lo hace en tragedias y comedias despedaza al lector con ejemplos de sufrimiento que parecen confirmar los miedos que se acumulan desde la infancia. Y esto lo consigue llevando al público, sin misericordia, ante una exploración de su propia relación con el dolor, y los problemas de sentir o no sentir. No se puede olvidar tampoco la pulsión sexual que agita a sus personajes, y en esto su obra se vuelve implacable de contingencia cuando el asunto es tópico crucial en la historia del arte y síntoma clave de los dos últimos siglos. Porque es sexo lo que enciende el amor adolescente de Romeo y Julieta y es a través del sexo que Lady Macbeth domina a su marido. Pero Shakespeare no habla del tema sólo en sus vertientes sublime o perversa, sino que también lo hace de manera básica, directa, como ocurre en los discursos de los hombres de las tabernas, de las calles de Verona, Chipre o Venecia, y también en la charlatanería de alguna nodriza. Ni padres ni hijos ni amigos se libran de tropezar en alguna de las redes que atrapan a través del sexo. Es en todo eso donde radica el ``hálito divino'' de Shakespeare. Y en esa capacidad para conseguir que cada persona sienta que alguna vez se enamoró como Romeo, fue usado como Casio, tuvo celos como Otelo, maquinó como Iago, se emborrachó como Falstaff o asesinó como Macbeth. Todo aquello, además, constatando siempre la tremenda incapacidad de cada cual para excluirse de la tragedia, se esté en el bando de los conspiradores (que siempre tienen sus razones) o de los inocentes (que no por no saber dejan de ser culpables). Si es que es posible acotarlas de este modo, las sentencias finales son que el amor es improbable por eso en su temprano Romeo y Julieta Shakespeare hace que los amantes adolescentes se suiciden, que hay mayor vulnerabilidad en el poder que en el sometimiento, que la elegancia suele ser la mejor máscara para la tristeza, y que el odio tiene su fase conclusiva no tanto en la muerte de quien es objeto de ese odio sino en el espíritu de quien lo anida.
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