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TIPS Para Shakespeare

La primera obra de Shakespeare que fue representada en Chile fue ‘‘Otelo’’, en 1822, en traducción de Teodor de Lacalle y con Francisco Cáceres como el moro. Se presentó en el teatro Arteaga.

El primer montaje de ‘‘Hamlet’’ en Chile se efectuó en diciembre de 1824, con Luis Ambrosio Morante en el papel protagónico, de quien se dice que tenía dotes histrióinicas bastante exageradas, pero que hacían las delicias del público.

Vivien Leigh, la protagonista de la película ‘‘Lo que el viento se llevó’’, vino a Chile en 1962, justo después de someterse a un electroshock. Debutó en ‘‘Noche de Reyes’’, de Shakespeare, y luego encarnó a Marguerite gautier en ‘‘La dama de las camelias’’, de Dumas. Además, presentó un espectáculo titulado ‘‘Grandes escenas de Shakespeare’’, que comprendía fragmentos de ‘‘Sueño de una noche de verano’’, ‘‘El Mercader de Venecia’’, ‘‘Antonio y Cleopatra’’, ‘‘Hamlet’’, ‘‘Macbeth’’, ‘‘Ricardo III’’ y ‘‘La Fierecilla Domada’’.

Sólo dos funciones de ‘‘Enrique VI’’ y con entradas a 25 mil pesos dio la compañía británica Royal Shakespeare Company en abril de 1995, en un escenario poco tradicional: el centro de eventos CasaPiedra. El grupo vino dirigido por Katie Mitchel.

La cartelera cinematográfica mundial está plagada de nuevas versiones sobre obras de William Shakespeare. La situación sin duda se agradece (mejores temas son difíciles de encontrar), pero también vuelve a constatarse la apabullante modernidad de los clásicos. Un tema para tener en cuenta en días como estos en los que la estrechez de muchas creaciones obliga a volver sobre una idea a la que ya muchas veces hemos aludido: de pronto pareciera que en el arte ya todo está dicho y no queda más que esperar el reciclaje de fórmulas pasadas o revisiones de las mismas.

Hoy casi es un lugar común decir que al hablar de la relación cine-teatro no  es posible olvidarse de Shakespeare, probablemente el dramaturgo que más ha aportado en la historia al séptimo arte. Y la verdad es que, aparte de las tantas películas basadas expresamente en sus tragedias y comedias, abundan hasta lo increíble aquellas que se basan en sus temas y los explotan de otro modo.

Para Shakespeare, los ejemplos se encuentran hasta debajo de las piedras, desde Disney hasta lo más sofisticado del cine japonés: es el caso de ‘‘El rey León’’, una especie de clon animado entre ‘‘Bambi’’, ‘‘Hamlet’’, ‘‘Ricardo III’’ y ‘‘Macbeth’’; de los sueños de Akira Kurosawa en ‘‘Ran’’, dedicado a ‘‘El rey Lear’’, y del propio Tom Stoppard, quien en 1990 filmó ‘‘Rosencrantz y Guildenstern están muertos’’, basado en su drama homónimo (la cinta obtuvo el León de Oro en el Festival de Venecia.

Los noventa encuentran en Kenneth Branagh a un defensor de Shakespeare a cualquier costo. Ya hizo lo que pudo como Iago en el prescindible ‘‘Otelo’’ que estrenó Oliver Parker, pero el actor y director inglés ya probó cuánto pesa y otras dos cintas sobre Shakespeare confirman sus méritos y lo absuelven de algunas culpas: ‘‘Enrique V’’ (1989), ‘‘Mucho ruido y pocas nueces’’ (de 1993, con un elenco que incluye a Emma Thompson y Keanu Reeves y que se prepara a debutar en Santiago) y ‘‘Hamlet’’ (1996).

‘‘Romeo y Julieta’’ (1996), de Baz Luhrmann, una versión moderna de la trágica historia de amor escrita por el dramaturgo inglés, se convirtió en el filme más visto en Estados Unidos durante el fin de semana de estreno, al recaudar 11,6 millones de dólares en boletería.



El valor de Shakespeare vive en su profunda comprensión de la naturaleza del hombre. Dominaba de tal manera el material a su disposición, que en sus manos una antigua leyenda o un simple cuento se convertía en representación de un estado que durante su vida todo hombre y toda mujer tendría que vivir.



Shakespeare despedaza al lector con ejemplos de sufrimiento y amor que parecen confirmar los miedos y esperanzas que se acumulan desde la infancia, y lleva al lector, sin misericordia, a una exploración de su propia relación con el dolor, de su historia personal y de los problemas de sentir o no sentir.
 
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