Un
concierto para Shakespeare
Por
Juan Antonio Muñoz H.
La música siempre estuvo presente en las
representaciones teatrales que se realizaron en Inglaterra durante el
Renacimiento y el Barroco. El teatro isabelino la incluía como
parte de la acción.
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Sello
con el dibujo del Teatro The Rose |
En
tiempos de William Shakespeare, la mayor parte de los espectáculos
dramáticos eran acompañados con música, que perseguía
o bien dar el ambiente necesario o, simplemente, servir para que el
público se interesara hasta el fin de la representación.
A las gentes más simples a veces fatigaba mucho escuchar monólogos
o largas escenas, de manera que si la representación incluía
alguna melodía que sonara familiar todo era más llevadero.
Los trozos cantados se usaban para crear una atmósfera o cambiarla,
manifestar los sentimientos de un personaje, subrayar la ironía
de una situación, describir o suscitar estados de ánimo
tales como la melancolía o la locura y hacer avanzar la trama.
Además, el canto hacía posible la participación
femenina en las puestas en escena. El teatro de la época era
un arte sólo permitido a los hombres; más tarde los puritanos
se apoyaron en una frase del Deuteronomio para hacer de esto una ley.
Fueron actores como William Ostler, Alexander Cooke, Nataniel Field
y John Underwood, quienes estrenaron papeles femeninos como Julieta
y Cleopatra.
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El
actor Nathaniel Field |
Eventualmente,
en cambio, una mujer podía cantar; claro que no siempre desde
el escenario. Un niño-soprano resultaba ‘‘más
adecuado’’ para el espíritu de la época.
¿De dónde provenían las canciones que integraron
las representaciones de obras de Shakespeare? Algunas correspondieron
propiamente a compositores dedicados, pero muchas otras eran melodías
populares tomadas por los encargados de la representación, a
las que se imponían frases dichas por algún personaje.
A Shakespeare le gustaba que sus creaturas cantaran. Por ejemplo, la
escena de locura de Ofelia ("Hamlet") está adornada
por pequeñas cantilenas lastimeras que nos hablan de su precario
estado mental:
La
voz y el laúd
‘‘Si
la música y el dulce arte de la poesía se complementan,
como se complementan, en verdad, por ser hermano y hermana,
el amor debe ser grande entre ti y entre mí, pues amas
la una y yo la otra. Dowland te agrada, Dowland, cuyo toque
celestial arrebata por medio del laúd los sentidos humanos.
Spenser me agrada a mí, cuya profunda imaginación
es tal, que, rebasando toda imaginación, no tiene necesidad
de que se le defienda. Te gusta oír el sonido deliciosamente
melodioso que exhala el laúd de Febo, el rey de los instrumentos
musicales, y yo caigo en las mismas profundas delicias desde
que el nombre de mi poeta se pone a cantar. Un mismo dios es
el de la poesía y el de la música, como pretenden
los poetas; un mismo caballero ama a las dos, y ambas dos habitan
en ti’’.
(Canto VIII de "El Peregrino Apasionado", de William
Shakespeare (1564-1616)
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(...)
Se lo llevaron rostro al cielo en su ataúd
ay no, noni, noni, ay no
y en su tumba llovieron muchas lágrimas...
Adiós, paloma mía
(...)
Debes cantarle bajo, bajito,
y llamarlo bajo, bajito.
(...) Aquí traigo romero,
que representa los recuerdos...
toma, mi amor, recuerda...
y aquí trinitarias,
para los pensamientos...
(Acto
IV, escena 5, de "Hamlet")
‘‘How
should I your true love know’’ es la canción de la
locura de Ofelia (‘‘Hamlet’’). La melodía
es tradicional anónima del siglo XV y sirve bien a la intención
dramática. En ella, el laúd debe sonar como un llanto,
y la voz de Ofelia, apagada y triste.
‘‘Las mangas verdes’’
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Nuevo
Teatro The Globe |
En
la Inglaterra de fines del siglo XVI ya había un público
aficionado a asistir a improvisados conciertos que se efectuaban a la
luz de las velas, lámparas de aceite o antorchas; un público
que, al igual que el del teatro, era variado. En recintos como The Rose,
The Globe o Blackfriars se reunían desde gentes del pueblo hasta
señores de la nobleza, animados en seguir el devenir de una pieza
de Marlowe o del autor de ‘‘Trabajos de amor perdidos’’.
Así las cosas, los niveles de comprensión eran también
diversos, como diverso era el conocimiento del público respecto
de la música: unos estaban acostumbrados a escuchar laúdes
o conjuntos de violas interpretando una compleja fantasía, y
otros apenas conocían las canciones populares obscenas que se
entonaban en mercados y calles.
En
‘‘Medida por medida’’, el cuarto acto se inicia
con la canción ‘‘Take, o take those lips away’’.
Un aire lóbrego y triste se desprende de esta canción,
que pertenece a John Wilson (1594-1673):
Aleja, aleja esos labios,
que tan dulcemente fueron perjuros,
y esos ojos, albas del día
esplendores que engañan a la aurora:
pero devuélveme mis besos,
devuélvemelos,
son sellos de un amor sellado en vano,
sellado en vano.
(Acto IV, escena 1, de "Medida por medida")
Fueron muchas las partituras creadas para el teatro isabelino, tanto
de Shakespeare como de sus contemporáneos. Pero el dramaturgo
de Avon también utilizó otro recurso para imponer la música
en sus obras: mencionó, nombró algunas piezas, con el
objeto de evocar su melodía en el público y así
retratar mejor el ambiente en que quería que se produjera su
escena. Es el caso de ‘‘Greensleeves’’, la famosa
‘‘Canción de las mangas verdes’’, como
aparece en las traducciones españolas de ‘‘Las alegres
comadres de Windsor’’. Una canción que estaba tan
internalizada en las mentes del público inglés de fines
del siglo XVI que Shakespeare no dudó en mencionarla:
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Las
alegres comadres de Windsor |
Mientras
sepa distinguir entre un hombre y otro, esta carta me hará detestar
a los hombres gordos. Y, sin embargo, este hombre no juraba; enaltecía
la modestia de las mujeres; la mala conducta encontraba en él
un censor tan rígido y fiel a las buenas costumbres, que yo hubiera
jurado a favor de la compleja consonancia entre sus sentimientos y su
lenguaje. Pero no estaban más acordes entre sí que el
centésimo salmo con la canción de "Las mangas verdes"...
(Parlamento de Mistress Alice Ford, acto II, escena 1, de ‘‘Las
alegres comadres de Windsor’’)
Semper dolens
El sonido del laúd se eleva y encanta el aire hasta adquirir
mil formas y todo lo mejora con sus cuidados (...)
Así
escribió el editor George Eastland tras conocer el "Segundo
Libro de Canciones", de John Dowland (1563-1626), fechado en Dinamarca.
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La
intérprete Emma Kirkby |
En
el Renacimiento inglés y también en los primeros años
del Barroco fue el laúd el principal compañero de la música.
Una dama inglesa retratada con uno en sus manos no podía menos
que sentirse elegida, ya que eso era como afirmar que era la encarnación
terrena de Lady Musick. La soprano inglesa Emma Kirkby, estudiosa del
período y una de las voces más destacadas de la Música
Antigua, en su presentación del disco ‘‘Elizabethan
songs’’ (L'Oiseau-Lyre), escribe que incluso la reina Isabel
Tudor, de quien se conoce su habilidad con los virginales, aparece con
un laúd en sus manos en una miniatura de Nicholas Hilliard. Crónicas
de la época agregan que una bella cantante junto a un laúd
son capaces de inspirar y llevar al oyente más allá de
sí mismo, y reproducir estados de calma y nostalgia inigualables
en la combinación del suave sonido de la voz con las cuerdas
pulsadas.
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Partitura
con la firma de John Dowland |
John
Dowland —compositor que Shakespeare menciona expresamente en ‘‘El
peregrino apasionado’’ (ver recuadro)— fue el compositor
laudista más importante de su tiempo. Su música —semper
dolens, siempre doliente— tiende hacia el lado oscuro de la naturaleza,
lo que nunca perturba su giro elegante y melancólico. Un ejemplo
clave es ‘‘In darkness let me dwell’’: En la
oscuridad dejadme descansar, dice el texto. La estructura de esta canción,
el color de su texto y su intensidad expresiva identifican bien la producción
de Dowland.
Esa misma atmósfera sirve para conocer a Desdémona, la
triste esposa de "Otelo", quien dice una breve oración
antes de ser asesinada:
Buenas noches, buenas noches. Que Dios me inspire hábitos que
no permitan extraer malos ejemplos del mal, sino mejorarme por el mal
mismo.
(Acto IV, escena 1, de "Otelo")
Y es a Desdémona a quien corresponde uno de los anónimos
más famosos de toda la literatura musical del siglo XVI: "Willow
song", la Canción del Sauce, tema que inspiró más
tarde a tantos compositores, incluido Giuseppe Verdi. La melodía
es tradicional del siglo XVI y las palabras son una mezcla de versos
pertenecientes a Shakespeare con otros que sirven bien a la melodía
misma. En esos años, la cantaba en escena el jovencito escogido
para encarnar a Desdémona.
Arte de buen amante
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El
laudista Anthony Rooley |
Robert
Johnson (1582-1630) tenía veinte años menos que Dowland.
Ian Spink, especialista en música para el teatro del siglo XVII,
señala que Johnson fue alumno y paje al servicio de Sir George
Carey, quien lo ayudó en su carrera. Carey fue nombrado Gran
Chambelán en 1597 y, por lo tanto, responsable de la Casa Real
y de los denominados Lord Chamberlan's Men, conocidos desde 1603 como
Los Hombres del Rey, que formaron la mejor compañía de
teatro de la época y para la cual Shakespeare redactó
sus últimas piezas.
Spink aventura que el trabajo de Johnson parece haber debutado con una
serie de partituras destinadas a las obras de Shakespeare: ‘‘Cuento
de invierno’’ (1609-1610 ?), ‘‘Cimbelino’’
(1610-1611 ?) y ‘‘La tempestad’’ (1611?). En
años posteriores siguió con piezas de John Fletcher, Thomas
Middleton y John Webster.
‘‘Hark!, hark! the lark’’, tomado de ‘‘Cimbelino’’,
es, según el laudista Anthony Rooley, ‘‘una asombrosa
evocación del amanecer y su despertar al nuevo día, y
sirve bien como metáfora del arte del buen amante’’.
Por más, nos referimos a tiempos en que la música era
considerada un ars amandi.
¡Escuchad!,
¡escuchad!
A la puerta del cielo canta la alondra
y Febo comienza a levantarse
para abrevar sus corceles en estas aguas,
que duermen en los cálices de las flores,
y los capullos de las caléndulas empiezan
a abrir sus ojos de oro.
Con todas las cosas bonitas,
despiértate, mi dulce ama.
¡Despiértate! ¡Despiértate!
(Acto II, escena 3, de ‘‘Cimbelino’’)
Thomas Morley (1557-1602) fue discípulo de William Byrd, y como
él compuso música religiosa. Pero Morley también
se dedicó a los madrigales y a espectáculos de danza,
y creó piezas para virginal y laúd. Es uno de los más
calificados representantes del Renacimiento inglés y a él
pertenece ‘‘O mistress mine’’, parte de ‘‘Noche
de Reyes’’, de Shakespeare.
La frívola canción cuenta con una melodía que apareció
por primera vez en ‘‘Consort lessons’’ del propio
Morley, publicado en 1599, un año antes del estreno de ‘‘Noche
de Reyes’’. Sin embargo, casi no hay lugar a dudas de que
el acompañamiento para las palabras de ‘‘Noche de
Reyes’’ fue compuesto por el propio Morley.
Y sigue ‘‘Como gustéis’’:
TOUCHSTONE: Mañana es el día feliz, Audrey; mañana
nos casaremos.
AUDREY: Lo deseo con todo el corazón, y creo que no sea deseo
deshonesto el que una mujer pretenda establecerse en el mundo.
También Thomas Morley es el autor de ‘‘It was a lover
and his lass’’, de la tercera escena del acto quinto de
‘‘Como gustéis’’, una canción
de gran dificultad para los intérpretes, con irrupciones ternarias
en el ritmo binario fundamental:
Erase un amante y su doncella, / con un hey y un ho y un hey nonino,
/ que atravesaban un campo de grano verde, en tiempo de primavera..../
Después de todo esto, es innegable que la Inglaterra de Isabel
I era teatral y musical. Muchos de los actores eran también cantantes
o instrumentistas, o las tres cosas. Los historiadores señalan
que es muy posible que el nivel de maestría musical entre los
actores aumentara tras la disolución de los monasterios católicos
propiciada por Enrique VIII y luego por su hija Isabel, lo que obligó
a los hombres a dedicarse a otras profesiones. Ese fue el caso de los
niños cantores-actores, movidos a vincularse a compañías
teatrales exitosas. Por ello no sorprende que muchas de las canciones
más hermosas de Shakespeare fueran para voces de niño
soprano. ‘‘It was a lover and his lass’’, de
‘‘Como gustéis’’, es un precioso ejemplo
de ello.
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