LA
MANDRÁGORA - ‘‘OTELO’’
Acto III, Escena III
Yago:
Voy a extraviar este pañuelo en la habitación de Cassio
y a dejar que lo encuentre. Bagatelas tan ligeras como el aire son para
los celosos pruebas de tan poderosas como las afirmaciones de la Sagrada
Escritura. Esto puede acarrear algo. El moro se altera ya bajo el influjo
de mi veneno. Las ideas funestas son, por naturaleza, venenos que en
principio apenas hacen sentir su mal gusto; pero, a poco que obran sobre
la sangre, abrasan como minas de azufre. Tenía yo razón.
¡Mirad, aquí viene! ¡Ni adormidera ni mandrágora,
ni todas las drogas soporíferas del mundo te devolverán
jamás el dulce sueño que poseías ayer!
LA
MARGARITA - ‘‘HAMLET’’
Acto IV, Escena VII
Reina Gertrudis:
Inclinado a orillas de un arroyo, elévase un sauce, que refleja
su plateado follaje en las ondas cristalinas. Allí se dirigió,
adornada con caprichosas guirnaldas de margaritas, ranúnculos,
ortigas, velloritas y esas largas flores purpúreas a las cuales
nuestros pastores dan un nombre grosero, pero que nuestras castas doncellas
llaman dedos de muerto. Allí trepaba por el pendiente ramaje
para colgar su corona silvestre, cuando una pérfida rama se desgajó,
y, junto con sus agrestes trofeos, vino a caer en el gimiente arroyo.
A su alrededor se extendieron sus ropas, y, como una náyade,
la sostuvieron a flote durante un breve rato. Mientras, cantaba estrofas
de antiguas tonadas, como inconsciente de su propia desgracia, o como
una criatura dotada por la Naturaleza para vivir en el propio elemento.
Mas no podía esto prolongarse mucho, y los vestidos cargados
con el peso de su bebida, arrastraron pronto a la infeliz a una muerte
cenagosa, en medio de sus dulces cantos.
TOMILLO
- VIOLETAS - PRIMULÁCEAS - MADRESELVAS / ‘‘SUEÑO
DE UNA NOCHE DE VERANO’’
Acto II, Escena I
Oberón:
Sé de un lindero donde crece el tomillo silvestre, donde se balancean
las violetas y las primuláceas, doselado completamente por olorosas
madreselvas, por fragantes rosas de almizcle y lindos escaramujos. Allí
duerme Titania una parte de la noche, reclinada al arrullo de estas
flores, entre danzas y regocijos, y allí se despoja la serpiente
de su piel de esmalte, de medida suficiente para envolver un hada. Y
con el jugo de esta flor restregaré sus ojos y quedará
llena de repugnantes fantasías. Coge tú un poco e inquiere
en la espesura. Una bella dama ateniense está enamorada de un
desdeñoso joven; unta sus ojos; pero hazlo de modo que se la
señora el primer objeto que haya de ver al despertar. Conocerás
al hombre por el traje ateniense que lleva. Realízalo con el
oportuno cuidado, a fin de que resulte quedar él más apasionado
de ella que ella lo está de él. Y procura encontrarme
antes del primer canto del gallo.
LA
CALÉNDULA - SONETO XXV
Que los que tienen en favor a sus estrellas se jacten
de honores públicos y de títulos orgullosos, mientras
yo, a quien la Fortuna aparta de semejantes triunfos, hallo una dicha
inesperada en lo que más honro.
Los favoritos de los grandes príncipes no despliegan
sus bellas hojas sino como caléndulas en presencia del sol, y
en ellos mismo reposa enterrado su orgullo, pues un fruncimiento de
cejas les hace perecer en plena gloria.
El afanoso guerrero, célebre en los combates, vencido una vez
después de mil victorias, queda borrado pronto del libro de honor,
y se olvidan todos sus lauros anteriores.
Feliz, por tanto, yo que quiero y soy querido donde
no puedo cambiar ni ser cambiado.
LIRIO
- CALËNDULA - MARGARITA / ‘‘LA VIOLACION DE LUCRECIA’’
Su mano de lirio descansa bajo su mejilla de rosa, frustrando
un beso legítimo a la almohada, que, colérica, parece
dividirse en dos, inflándose de enojos de ambos lados por carecer
de su gloria. En medio de estas dos colinas, su cabeza reposa como en
una tumba. Y así se ofrece, semejante a una sagrada afigie, a
los ojos libertinos y profanos.
Su otra mano linda, fuera del lecho, posábase
sobre la verde colcha; su perfecta blancura, que bañaba su sudor
de perla semejante al rocío de la noche, la mostraba como una
margarita de abril sobre el césped. Sus ojos, igual que caléndulas,
habían cerrado su brillante cáliz y descansaban engastados
dulcemente bajo un dosel de sombras, hasta que pudieran abrirse para
ataviar el día.
Sus cabellos, como hilos de oro, jugueteaban con su
hálito. ¡Oh, castidad voluptuosa! ¡Voluptuosidad
casta! Parodiaban el triunfo de la vida en el mapa de la muerte, y el
aspecto sombrío de la muerte en el eclipse de la vida. Cada uno
era en su sueño tan hermosa como si entre ellas no existiera
ningún combate, sino dijérase que la vida vivía
en la muerte y la muerte en la vida.
EL
ROMERO - ‘‘ROMEO Y JULIETA’’
Acto IV, Escena V
Fray Lorenzo:
Callad, que no es la queja remedio del dolor. Antes vos y el cielo poseíais
a esa doncella; ahora el cielo solo la posee, y en ello gana la doncella.
No pudisteis arrancar vuestra parte a la muerte. El cielo guarda para
siempre la suya. ¿No queríais verla honrada y ensalzada?
¿Pues a qué vino vuestro llanto, cuando Dios la ensalza
y encumbra más allá el firmamento? No amáis a vuestra
hija tanto como la ama Dios. La mejor esposa no es la que más
vive en el mundo, sino la que muere joven y recién casada. Detened
vuestras lágrimas. Cubrid su cadáver de romero, y llevadla
a la iglesia según costumbre, ataviada con sus mejores galas.
La naturaleza nos obliga al dolor, pero la razón se ríe.
BELLADONA
- ‘‘ROMEO Y JULIETA’’
Acto II, escena III
Fray Lorenzo:
Ya la aurora se sonríe mirando huir a la oscura noche. Ya con
sus rayos dora las nubes de oriente. Huye la noche con perezosos pies,
tropezando y cayendo como un beodo, al ver la lumbre del sol que se
despierta y monta en el carro de Titán. Antes que tienda su dorada
lumbre alegrando el día y enjugando el llanto que vertió
la noche, he de llenar este cesto de bien olientes flores y de yerbas
primorosas. La tierra es a la vez cuna y sepultura de la naturaleza,
y su seno educa y nutre hijos de varia condición, pero ninguno
tan falto de virtud que no dé alimento o remedio o solaz al hombre.
Extrañas son las virtudes que derramó la pródiga
mano de la naturaleza en plantas, piedras y yerbas. No hay ser inútil
sobre la tierra por vil y despreciable que parezca. Por el contrario,
el ser más noble, si se emplea con mal fin, es dañino
y abominable. El bien mismo se trueca en mal y el valor en vicio, cuando
no sirve a un fin virtuoso. En esta flor que nace, duermen escondidos
a la vez medicina y veneno: los dos nacen del mismo origen, y su olor
comunica deleite y vida a los sentidos, pero si se aplica al labio,
esa misma flor tan aromosa mata el sentido. Así es el alma humana;
dos monarcas imperan en ella, uno la humildad, otro la pasión;
cuando ésta predomina, un gusano roedor consume la planta.
LA
VIOLETA - SONETO XCIX
Reprendía así a la violeta temprana: “Dulce ladrona,
¿de dónde has robado el perfume que exhalas sino del aliento
de mi amor? La reluciente púrpura que colora tus delicados pétalos
las ha teñido evidentísimamente en sus venas”.
Reprochaba al lirio por imitar tus manos, y a los botones del almoraduj
por apropiarse de tus cabellos; las rosas sosteníanse temblorosamente
sobre sus espinas; la una, sonrojada de vergüenza; la otra, blanca
de desesperación;
Una tercera, ni roja ni blanca, había tomado
un poco de las dos, y a su hurto añadido tu hálito; pero,
por su robo, una oruga vengadora la roía de muerte en todo el
orgullo de su florescencia.
He reparado en otras muchas flores; mas no he visto
ninguna que no te haya robado su perfume o su color.
LA
MENTA - ALHUCEMA — AJEDREA - ALMORADUJ / ‘‘CUENTO
DE INVIERNO’’
Acto IV, Escena III
Perdita:
He aquí flores para vos: la ardiente alhucema, menta, ajedrea,
almoraduj; la caléndula, que se acuesta con el sol y, llorando,
se levanta con él. Son flores del medio verano, y creo que las
que se dan a los hombres de una edad media. ¡Sed muy bien venidos!
LA ROSA - SONETO LIV
¡Oh! ¡Cuánto más bella parece la belleza por
el dulce atractivo que le presta la espiritualidad! La rosa se nos ofrece
encantadora; pero más encantadora la hallamos por el suave perfume
que reside en su seno.
Las flores del escaramujo poseen matices tan vivos como los perfumados
pétalos de las rosas; prenden de iguales tallos espinosos, y
se balancean con idéntica voluptuosidad cuando el hálito
del estío entreabre la envoltura de sus capullos.
Pero no tienen otra virtud que su apariencia; viven
sin ser solicitadas; y, marchitas sin llamar la atención, mueren
por sí propias. No así las rosas fragantes; de sus finos
despojos se fabrican las más finas esencias.
Así de vos, hermoso y amado adolescente, vuestros encantos se
marchiten, mis versos destilarán vuestra espiritualidad.
EL ROBLE - ‘‘SUEÑO DE UNA
NOCHE DE VERANO’’
Acto II, Escena I
Puck:
El rey celebra aquí sus fiestas esta noche. Cuida de que la reina
no se presente ante su vista, pues Oberón está muy enfurecido
contra ella porque lleva de paje un hermoso doncel, robado a un monarca
de la India. Jamás había poseído ella un objeto
sustraído tan encantador; y el celoso Oberón querría
hacer el muchacho caballero de su séquito, para recorrer los
bosques inaccesibles; pero ella retiene por la fuerza al amado mozalbete;
lo corona de flores y cifra todas sus alegrías en él.
Y por eso ahora nunca se encuentran en gruta, pradera, fuente o a la
brillante e indecisa luz de las estrellas, sin que se querellen de modo
que todos sus duendes, llenos de miedo, se deslizan dentro de la corteza
de las bellotas y se esconden allí.
ROMERO
- TRINITARIAS - HINOJO - RUDA / ‘‘HAMLET’’
Acto IV, Escena V
Ofelia:
He aquí romero que es para la memoria; acuérdate, amor
mío, te lo ruego; y aquí trinitarias, que son para los
pensamientos.
Laertes:
Una lección en la locura; pensamientos y recuerdos, ¡todo
bien acorde!
Ofelia:
Aquí os traigo hinojo y aguileñas. Aquí, ruda para
vos, y también algo de ella para mí; nosotros podemos
llamarla hierba de gracia de los domingos. ¡Ah!, mas vos habéis
de llevar vuestra ruda de un modo distinto. Ahí va una margarita.
Bien quisiera ofreceros algunas violetas; pero se marchitaron todas
cuando murió mi padre. Dicen que tuvo un buen fin.
EL
GRANADO - ‘‘ROMEO Y JULIETA’’
Acto III, Escena V
Julieta:
¿Tan pronto te vas? Aún tarda el día. Es el canto
del ruiseñor, no el de la alondra el que resuena. Todas las noches
se posa a cantar en aquel granado. Es el ruiseñor, amado mío.
Romeo:
Es la alondra que anuncia el alba; no es el ruiseñor. Mira, amada
mía, cómo se van tiñendo las nubes del oriente
con los colores de la aurora. Ya se apagan las antorchas de la noche.
Ya se adelanta el día con rápido paso sobre las húmedas
cimas de los montes. Tengo que partir o si no, aquí me espera
la muerte.
Julieta:
No es esa luz la de la aurora. Te lo aseguro. Es un meteoro que desprende
de su lumbre el sol para guiarte en el camino de Mantua. Quédate.
¿Por qué te vas tan luego?