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ROMEO Y JULIETA:
Una puesta en escena con altibajos

Por Carola Oyarzún
El Mercurio, martes 21 de mayo 1996

No está demás recalcar las expectativas que una puesta en escena de una de las más populares obras de Shakespeare, como lo es ''Romeo y Julieta'', puede despertar en toda clase de público y de todas las edades. Si a esto agregamos que la dirección ha estado en manos del inglés Leon Rubin, de larga trayectoria teatral, conocedor de esta obra en particular y de mucha experiencia con grupos de actores extranjeros, entonces, es mayor todavía la expectación.
Esto es un antecedente importante a la hora de analizar el montaje de ''Romeo y Julieta'' realizado por el teatro de la Universidad Católica. La mayor parte de los espectadores conoce la historia perfectamente, así como la traducción del texto, de Pablo Neruda, de manera que estamos ante un receptor más exigente, que espera identificarse en plenitud con los sentimientos de los protagonistas, la animosidad del ambiente de Verona y el triunfo del amor, celebrados magistralmente a través de las palabras, instancia sin igual de poesía y belleza.

El planteamiento general de la dirección de Leon Rubin ha sido acercar la obra a un presente reconocible, a través de los vestuarios, de las costumbres, de las maneras, de los tipos, de la música y demás elementos del espectáculo, rasgo que se consigue paso a paso a medida que cada una de esas formas se hace parte de un todo coherente. En este aspecto, se cumple con éxito el hacer de la historia una realidad próxima y familiar, lo que marca uno de los atractivos de este montaje.

Sin embargo, el acercamiento logrado con la exteriorización global, se contrapone con la distancia emotiva y sentimental de una puesta en escena que fluye, pero que conmueve sólo en escasos momentos. ``Romeo y Julieta'' es un drama de amor, altamente dominado por el mundo de las pasiones, llevado a instancias sin salida; por eso, la falta de fuerza en este sentido es una debilidad notoria y grave.

Su origen radica en la heterogeneidad del elenco en cuanto a actuaciones, estilos y compromiso por una parte, y por la otra, en el ritmo sostenido que no deja espacio a los momentos de mayor dramatismo, generadores de las emociones más fuertes. Por último, también se debe a las muchas escenas vacías de contenido teatral y dramático.

Respecto a lo primero, los roles protagónicos realizados por Alvaro Morales y Francisca Imboden se perciben en una línea uniforme, con poco desarrollo de personaje, más acentuada esta característica en la actriz, cuyo vestuario (Maite Lobos), además, contribuye a opacarla. Ambos se esfuerzan por entregar el difícil texto Neruda-Shakespeare, haciéndolo brillar a ratos, pero también dejando su sentido más profundo de lado en escenas cruciales.

Con excepción de la destacada actuación de Remigio Remedy en el papel de Mercutio, que imprime ciertamente un tono trágico al conjunto, y la de Teresita Reyes en su lúcido trabajo de ama de Julieta, el resto de las actuaciones son planas en su mayor parte, o excesivas, como las de Alberto Vega en el rol de Capuleto, o equivocadas, como las de Claudio Bello en un deslavado Fray Lorenzo, lo mismo Carlos Díaz como Paris.

En relación a la velocidad, es claro que en ''Romeo y Julieta'' el tiempo y la fatalidad se hermanan para jugar con los acontecimientos y adelantar el trágico desenlace, lo que no significa que la acción deba correr con el mismo ritmo como ocurre aquí, impidiendo la creación de grandes instantes.

La escena de la muerte de Mercutio es un ejemplo de lo contrario, de cambio, énfasis y tempo, en beneficio de un clima preciso, uno de los mejores de esta versión .

Un gran acierto, que ilumina por completo el montaje, es la escenografía de Ramón López, de grandes volúmenes, amplios espacios, pórticos y murallas.

También el suelo inclinado permite una dinámica distinta, un juego que, junto a la familiaridad de la concepción de la obra, son los principales atractivos de esta representación de ''Romeo y Julieta''.

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