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MODA DE OBRAS DE SHAKESPEARE: El mundo del cine sigue girando en torno a Shakespeare como si no hubiese otro autor y como si no hubiera un mañana. Para las estrellas de Hollywood, el interés por interpretar alguno de sus personajes cada vez es más patente. Lo triste es que muchos de ellos no alcanzan a estar a la altura de las obras. El caso Shakespeare. ¿Está fuera de control? Al igual que los ratones de barco, aquellas figuras de Hollywood cuya reputación les asegura el éxito corren apresuradas para lanzarse al mar. Exactamente ahora, a la Titania de Michelle Pfeiffer, reina de las hadas, se la ve pasar rápidamente por "El sueño de una noche de verano", de Michael Hoffman, en caída libre bajo la luz de las estrellas. Pronto seguirán la Tamora de Jessica Lange, una malvada reina de los godos, en "Titus" de Julie Taymor y Alicia Silverstone como la Princesa de Francia en la actualizada "Love's Labour's Lost" de Kenneth Branagh. La industria está afectada, girando en torno a Shakespeare como si no hubiera un mañana. El mañana llegará, no obstante, y con éste llegarán las críticas y en cantidad. De este modo, el texto para el día bien puede no ser "Una vez más con el peso de la batalla, queridos amigos, una vez más", sino más bien "Nuestras parrandas ahora terminaron". Carisma Isabelino En una crítica que apareció en "The Wall Street Journal" sobre la actual "Sueño de una noche de verano", Joe Morgenstern escribió de "la maldición de los buenos actores que están preparados en forma inadecuada para Shakespeare". El sentimiento lo resume el director Trevor Nunn de la Royal Shakespeare Company: "Si tomara a los mejores atletas olímpicos del mundo y les diera esquíes a todos, luego los pusiera en la cima de una montaña y los hiciera descender, sólo los esquiadores terminarían la carrera". ¿Las estrellas de cine son dignas de Shakespeare o lo perjudican? Depende. Numerosos críticos y eruditos siguen pensando en los shakespeareanos como una clase aparte, distinguidos no sólo por la profundidad, sino también por una técnica especializada. Pero en el cine, muchas habilidades técnicas del teatro se desperdician - mejor dicción, proyección, gestos- si es que se toleran. Shakespeare, después de todo, exige una actuación real. A partir de esta premisa, los snobs sacaron la conclusión de que las estrellas - personalidades demasiado grandes, en oposición a los actores de carácter, los verdaderos maestros de su gremio- vulgarizaban un clásico, lo convertían en un circo. Desde el punto de vista de estos detractores, el magnetismo personal es capaz de ser en el mejor de los casos una distracción. Shakespeare, hombre de teatro práctico como lo fue, podría haber estado en desacuerdo. El carisma importaba en los teatros del Londres isabelino exactamente como importa hoy. La atracción fatal de Shakespeare para los ricos y famosos del mundo del cine no es difícil de entender. Llega un momento en la vida de un actor en que el dinero y las portadas de revistas empiezan a saciar y el artista en su interior grita por salir. En momentos así, Mel Gibson interpreta a Hamlet en pantalla para Franco Zeffirelli o Helen Hunt hace "Twelfth Night" en el teatro en el Lincoln Center. "Acicale su Shakespeare", aconsejó Cole Porter, "y todos le demostrarán gran respeto". Pero, ¿es así en realidad? No trataron con gran reverencia al dulce príncipe de Gibson, ni alabaron a Viola de Hunt, a quien un crítico de la revista "New Yorker" hiperbólicamente consideró "muy mala". Sí demostraron gran respeto por Branagh en "Enrique V", "Mucho Ruido y Pocas Nueces" y "Hamlet", pero eso fue diferente. Branagh era un shakespeareano mucho tiempo antes de poner un pie en un set. La reverencia selectiva está en armonía con la actual "Sueño de una noche de verano", aunque no necesariamente donde uno podría haber anticipado. Kevin Kline, un protagonista romántico con preparación clásica con Benedick, Ricardo III y varios Hamlet a su haber, aparece como Bottom el tejedor, cortejado por la reina hada y aplaudido en la tragedia por un duque. Interpreta a un dandy y a un tenorio, un concepto extraño que deja el núcleo de inocencia poética del personaje intacto. El currículum clásico de la Pfeiffer es débil, aunque su Olivia en "Twelfth Night" del Festival de Shakespeare de Nueva York hace 10 años hizo que los fans hicieran cola desde el alba. Como Titania, preside en la corte telegrafiando ira y majestuosidad mediante el movimiento de sus alhajas al mismo tiempo que sus líneas. Calista Flockhart, una reciente Julieta y Cordelia en escenarios regionales norteamericanos, interpreta a la masoquista Helena como Ally McBeal menos bajo cero: no logra enardecer al público. Otras actuaciones en el filme son más atractivas: Rupert Everett y Stanley Tucci crean un equipo perverso como el rey de las hadas y su ayudante, Puck. El Bardo en Hollywood Una búsqueda hecha en el International Movie Database (us.imdb.com) muestra qué tanto de Shakespeare se ha hecho en Hollywood, y la cifra no es nada despreciable: 373 filmes. Para partir desde el principio, está el "Rey Juan" mudo de 1899, que protagoniza Herbert Beervohm-Tree. Shakespeare sin palabras no es Shakespeare en absoluto. Algunos clicks le ofrecen al mascullante Marco Antonio de Marlon Brando en "Julio César" de Joseph L. Mankiewicz (1953) y a la desinhibida Kate de Elizabeth Taylor en "La fierecilla domada" de Franco Zeffirelli de 1967, dos de los ejemplos más cautivadores del Shakespeare de marquesina. ¿Y qué hay de estos ítemes, que abarcan desde lo ridículo hasta lo sublime? "Trono de sangre" de Kurosawa, basado en "Macbeth"; "Ran" de Kurosawa, basado en "El Rey Lear"; "Rosencrantz and Guildenstern están muertos", un homenaje de Tom Stoppard a "Hamlet"; "Prospero's Books", la fantasía narcótica de Peter Greenaway sobre "La Tempestad"; "Tempestad" de Paul Mazursky, ambientado en Hollywood; otra "Tempestad" o dos en la forma de "Forbidden Planet", que protagoniza Walter Pidgeon, y el western "Yellow Sky", que estelariza Gregory Peck; "Esa sucia historia del Oeste" alias "Johnny Hamlet"; un "Hamlet" ebrio de Rick Moranis titulado "Strange Brew"; "Romi-O and Julie-8" (no pregunte); "West Side Story". La proporción de diálogo shakespeareano en los filmes en la lista abarca desde ninguna palabra hasta demasiadas. Pero ni uno constituye por más que se piense una prueba de proeza shakesperiana. Shakespeare sin las palabras de Shakespeare no es Shakespeare tampoco. Cortes y transposiciones son, por supuesto, permisibles. Con "Chimes at Midnight" (1966), uniones de varias historias de Shakespeare, Orson Welles hizo uno de los más grandes filmes shakespeareanos de todos, con escenas de batallas que están al mismo nivel de las de Eisenstein. Shakespeare sobrepasa a otros dramaturgos. Su imaginación fue más rica que la de otros dramaturgos, y asimiló una gama muchísimo más completa de experiencia. Sus obras son al mismo tiempo las más naturalistas y las más poéticas jamás escritas. Un actor con la esperanza de acceder a todo esto con alguna bolsa de trucos especializados seguramente fracasará. Lo que Shakespeare requiere no es una pericia limitada sino la experiencia más global posible. Los actores que se desplazan de un lado a otro, de la televisión, al cine, al teatro, saben esto. Las estrellas de cine cuyo campo es exclusivamente material contemporáneo, de acción o de fantasía tal vez no lo sepan. Acostumbrados a la relación amorosa de la cámara, ven en Shakespeare la tentadora cubierta del artificio. Tan ciegos a los desafíos como a las recompensas, imitan las tradiciones superficiales del teatro clásico (léase: "británico"): dicción declamatoria y acentos imaginarios, acompañados de gestos apropiados para el vestuario indispensable de capas y coronas. El actuar para impresionar al público, no obstante, fue una tentación, tanto en tiempos del Bardo como ahora. Hamlet habla en nombre de Shakespeare en sus instrucciones familiares a los actores ambulantes: "Digan las palabras, les ruego, como yo se las pronuncié, ágilmente en la lengua; pero si las pronuncian como muchos de nuestros actores lo hacen, tendría de buena gana al pregonero para que dijera mis líneas. Tampoco corten el aire demasiado con su mano así, sino que usen todo suavemente". En las películas, los actores con el talento de ser reales llegarán al público, aun cuando un entrenamiento superficial los deje abiertos a las críticas sobre puntos técnicos (ya que el gran favorito es la sutileza del verso). El "Ricardo III" de 1995, que protagoniza Ian McKellen, presentó a Annette Bening y Robert Downey Jr. como la Reina Isabel y Rivers, un par de estrellas impecablemente elegidas como miembros de la realeza por su matrimonio, pero de origen norteamericano, en una casa de York de la década de 1930. Si el maravilloso "Romeo + Julieta" de 1996 de Baz Luhrman no pudo hacer shakespeareanos maduros de Leonardo DiCaprio y Claire Danes, no tenía para que hacerlo. El hampa de la película dio a las estrellas un lugar donde el lenguaje de Shakespeare podía brillar como propio, aunque sólo fuera por dos horas. No ocurrió tal transustanciación en "My own private Idaho" de Gus van Sant (1991). Keanu Reeves apareció como un joven que periódicamente declamaba las líneas del Príncipe Hal de "Enrique IV" a un anciano de baja condición social que respondía con las líneas de Falstaff. ¿Qué impulsaba su pequeño juego? ¿Quién podría decirlo? Con todo, la entrega inexpresiva (y lenguaje corporal desgarbado) de Reeves prestó a las secuencias una magia muy excéntrica y fuera de tono. En "El sueño de una noche de verano" de la Warner Brothers de 1935 se eligió al joven Mickey Rooney como Puck. Luciendo la mitad de sus 14 o 15 años, el compañero de Judy Garland relinchó sus líneas como un mozalbete discordante a la luz de la luna. Más gracioso, más ingenioso y más divertido aun fue James Cagney, un Bottom de ojos brillantes que se amoldó bien aunque creó discordias más sutiles en un plano superior. "He tenido una visión más extraña", declaró con una tonificante alegría, al despertar en la mañana, libre del hechizo de las hadas. "He tenido un sueño, pero está más allá de la cordura humana decir qué sueño fue. El hombre es solamente un asno, si está a punto de detallar este sueño". Un crítico obligado a describir la actuación de Cagney podía hacerlo peor que adoptar estas líneas. Ni por un instante estuvo él "haciendo Shakespeare". Fue un actor por contrato haciendo su labor, para tener un efecto trascendental. |