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"SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO": Los altibajos pueblan la última llegada al cine de la comedia de William Shakespeare. Sin embargo, el director Michael Hoffman acierta al describir el teatro dentro del teatro propuesto por el dramaturgo y revela que la humanidad no vive tanto en los altercados de los protagonistas como en los rústicos que intentan representar "Píramo y Tisbe". Es probable que el director Michael Hoffman haya conocido la puesta en escena de "The fairy queen" (Henry Purcell) que el régisseur Luca Ronconi diseñó para el Maggio Musicale Fiorentino de 1987. Esa obra está basada en "Sueño de una noche de verano" de Shakespeare, y Ronconi, a pesar de su habitual mirada desencantada del mundo, la situó en el siglo XVII, en medio de los mágicos y laberínticos jardines Boboli del palacio Pitti florentino. No sería raro que Hoffman supiera de aquel montaje, porque él mismo traslada la acción a fines del siglo XIX y cambia la antigua Atenas por una villa de la Toscana Medicea. También el mundo social es otro, por supuesto. Como lo dice la película en sus primeros minutos, en la Italia de entonces estaba por ser abolido el polisón, recién se conocía la bicicleta y los casamientos rara vez eran una cuestión de amor. "Sueño de una noche de verano" es una obra en que lo real y la magia están entrelazados y que combina aspectos del espíritu racionalista ateniense con elementos de fino esoterismo y las metamorfosis ovidianas. Además, Shakespeare aprovecha de comentar la errática conciencia erótica de Occidente. Una especie de victoria del Renacimiento tardío es "Sueño de una noche de verano", curiosa comedia que habla sobre el bien y el mal, y que enarbola una tremenda desconfianza tanto respecto de la realidad como de la persistencia del sentimiento amoroso. William Shakespeare (1564-1616) escribió su "Sueño" alrededor de 1595 y fue representado en esa misma época. La historia narrada es de gran complejidad, pero puede resumirse en al menos tres desencuentros "maritales".
En circunstancias del inminente matrimonio del duque Teseo y de Hipólita, comparece Egeo ante el gobernante, junto a su hija Hermia, que se niega a casarse con Demetrio, a quien la destina su padre. En cambio, la joven quiere a Lisandro, mientras que Demetrio es amado por la amiga de Hermia, Helena. Ante la posibilidad de hacer caso a su padre, morir o entrar a un convento, Hermia y Lisandro planean una fuga, pero Helena advierte de esto a Demetrio, que los sigue al bosque donde quedaron de reunirse. Es ahí cuando comienza la acción verdaderamente, porque en la foresta - donde convergen noche, impulso sexual, magia y hasta alguna borrachera- se encuentran Titania, la reina de las hadas, y Oberón, su rey, distanciados como pareja porque ambos necesitan poseer a un niño que ella ha convertido en su paje. Restan dos personajes cruciales. Primero, el tejedor Bottom (miembro de un grupo de rústicos que prepara una representación para las bodas de Teseo e Hipólita), quien será parte del sueño de Titania y que vivirá la más radical transformación de su pobre carrera de actor amateur: lo convertirán en asno, pero en esa situación será amado por la reina de las hadas. Y Puck, el duende que sirve a Oberón, quien al equivocar el destinatario del filtro que provoca el mal de amor, eleva al error de categoría. Mientras por sus restos culturales las pasiones atormentan a los jóvenes humanos y los ponen al borde del colapso, las hadas del bosque, seres fuera de la norma, responden a la fascinación amorosa y al desengaño con total naturalidad y despreocupación. Sexo, noche y hadas en bicicleta De mirada juvenil, con atractivos escenarios naturales y un despliegue de vestuario inagotable y sofisticado, el "Sueño de una noche de verano" de Hoffman quiere avivar el tema de la locura amorosa que se desprende de la obra y la libertad que al respecto ofrecen la noche y el bosque. "Cuando entramos en el bosque nos quitamos toda la ropa", dijo Anna Friel, quien encarna a Hermia. Surge entonces "la otra escena" de cada uno de ellos y es ahí donde el atractivo erótico aparece y desaparece, desconcertando a todos y poniéndolos al límite de lo que pueden resistir. Una verdadera pesadilla amorosa. Sin embargo, el gran mérito de la cinta de Hoffman se encuentra en su aproximación al teatro dentro del teatro, que Shakespeare propone desde el inicio de su comedia y que culmina con una versión de "Píramo y Tisbe" representada por los rústicos. Es entonces que casi se perdona - pero no se olvida- la aciaga elección de fragmentos de "La traviata" verdiana (el famoso brindis) y de la recurrida "Una furtiva lagrima" ("El elixir de amor", de Donizetti) para ilustrar la vida pueblerina italiana. Una idea que, en cambio, funciona bien cuando el mundo de las hadas, en feérica turbación por el avance de la tecnología, parece hechizado con la audición de "Casta diva" ("Norma", de Bellini) que emite un gramófono. La opción de trasladar la acción a fines del siglo XIX en general funciona. Sólo que resulta exagerada una ley tan rígida como la de la antigua Atenas, en relación a la obediencia que las hijas deben a sus padres en temas de contratos matrimoniales. En especial cuando disentir puede terminar en ajusticiamiento, como le prometen a la pobre Hermia. Pero es divertido el juego de las bicicletas, que contagia al mundo de las hadas casi tanto como los antiguos discos de vinilo con los que se entretienen los espíritus del bosque. De hecho, Puck termina movilizándose en una de ellas. Los créditos anuncian una estética de película Disney que pronto se esfuma y las primeras imágenes presagian una cinta en la línea de Kenneth Branagh ("Mucho ruido y pocas nueces"). Más tarde, cada actor parece provenir de distintas escuelas: Rupert Everett (Oberón), de británica articulación y medido refinamiento, está muy lejos de la Helena de Calista Flockhart, que no puede desentenderse de la serie televisiva que protagoniza, "Ally McBeal". Pero también está Michelle Pfeiffer como Titania, que viste cualquier cuadro, y el curioso talento de Stanley Tucci (Puck). El acento extranjero de Sophie Marceau sirve bien a Hipólita; en cambio, Teseo no cuadra con David Strathairn, más un dandy envejecido que un duque en problemas. Anna Friel (Hermia), Dominic West (Lisandro) y Christian Bale (Demetrio) cumplen su cometido con eficacia. Teatro en el teatro Es verdad que los altibajos pueblan esta llegada a la pantalla de "Sueño de una noche de verano", pero los últimos quince minutos merecen verse.
Hoffman, el director, parece entender y participar de la profunda humanidad que late en los rústicos y en su historia de fracasos artísticos. El grupo completo de actores escogidos es solvente y su líder, Nick Bottom (Kevin Kline), favorecido por su mirada, se eleva a protagonista absoluto de la cinta y se convierte - tras sacudirse con dificultad de sus delirios de grandeza y de su esperanza de poder interpretar todos los papeles- en una suerte de emperador del arte dramático de aficionados. "Píramo y Tisbe" permite al dramaturgo referirse a dos temas que le preocupaban. Primero, el teatro como un arte al margen, y luego, la situación de las mujeres en la escena inglesa de la época. Una frase del Deuteronomio sirvió primero para prohibir que ellas actuaran y, más tarde, para cerrar los teatros (1642): "No llevará la mujer vestido de hombre ni el hombre se pondrá vestido de mujer". Hasta 1654 prácticamente no hubo actrices en Inglaterra. Desde ese mundo marginal, favorecido al término por el duque Teseo y su novia, Shakespeare discurre acerca de cómo la creación artística a veces habita fuera de lugar y de cómo el dolor puede convertir lo burdo, lo torpe y lo ridículo en expresión emocionada. Michael Hoffman supo captar eso y lo puso en escena, como lo confirma la sobrecogedora escena de la muerte teatral de Tisbe. "Sueño de una noche de verano" no es una comedia que provoque risas, sino sonrisas y miradas suspicaces. De hecho, las escenas buscadamente cómicas - la representación teatral es usada, en general, sólo en ese sentido- se resuelven en una especie de descanso para seguir avanzando sobre asuntos más "serios". El director Michael Hoffman, con sus deficiencias, tuvo eso en cuenta y fue capaz de plantear temas como la redención desde la precariedad y el descubrimiento de lo bello que habita en la miseria. Sueño con Notas Según el catastro "Shakespeare music catalogue", de Gooch and Thatcher (Oxford University Press), existen más de 20 mil ítemesque consignan el vínculo del poeta con la música. Tres obras de distintos períodos dan cuenta de cómo "Sueño de una noche de verano" fue observado con sensibilidades y mundos culturales muy distintos: EL BARROCO Y PURCELL.- El compositor de "Dido y Eneas" fue llamado por los críticos ingleses del siglo XIX "our musical Shakespeare". Tras la prohibición del teatro debida a Cromwell, el dramaturgo de Stratford-upon-Avon seguía dominando la escena londinense; Henry Purcell (1659-1695), que venía de triunfar con su "King Arthur", se lanzó sobre "Sueño de una noche de verano" y creó, en 1692, "The fairy queen" (La reina de las hadas), en la que centró la atención sobre el personaje de Titania y su mundo fantástico. Más que una ópera, "The fairy queen" es una masque, espectáculo de origen italiano de gran éxito en el siglo XVI, que combina poesía, danza y música, y que tiene un sentido alegórico. El adaptador dramático de la obra de Purcell es anónimo, pero incorporó en el desarrollo a una pareja de chinos y a Adán y Eva, entre otros. La obra cuenta con una rica orquestación y contribuye con casi dos horas de melodías hermosas y variadas. Grabación recomendada: Dirección: Ton Koopman. Con Catherine Bott, Jeffrey Thomas y Michael Schopper. The Amsterdam Baroque Orchestra. Erato, 1995. ROMANTICISMO Y MENDELSSOHN.- Shakespeare fue un verdadero catalizador del romanticismo alemán. Félix Mendelssohn (1809-1847) fue introducido a las traducciones alemanas de la obra del dramaturgo inglés cuando apenas tenía 11 años. A los 17, su entusiasmo por Shakespeare encontró su expresión musical en la obertura de concierto "Sueño de una noche de verano" (Opus 21, 1826). Tiempo después compuso música incidental para la misma comedia, comisionada por el Rey Friedrich Wilhelm IV de Prusia (Opus 61, 1843). Es célebre la Marcha Nupcial, pero son más interesantes la mencionada obertura y la "Marcha de las hadas". Grabación recomendada: Dirección: Seiji Ozawa. Con Kathleen Battle y Frederica von Stade. Narrador: Judy Dench (la actriz que ganó el Oscar secundario por "Shakespeare apasionado"). Boston Symphony Orchestra. Deutsche Grammophon, 1994. SIGLO XX Y BRITTEN.- Sir Benjamin Britten (1913-1976) quiso recuperar la lengua inglesa para el canto, un asunto que, según él, se había perdido con Purcell. Su "Sueño de una noche de verano" (1960) es, sin duda, la mejor llegada al teatro lírico de la comedia del poeta del Avon. Fueron el propio Britten y su amigo Peter Pears quienes se preocuparon del libreto. El compositor quiso diferenciar musicalmente los tres tipos de personajes que se encuentran en la obra: las hadas, los enamorados (los humanos) y los rústicos. Así, por ejemplo, Titania fue encargada a una soprano de coloratura, que confirma su procedencia haciendo arriesgadas proezas vocales. La evocación de la noche es uno de los pasajes más sugestivos posibles de encontrar en la música de este siglo, a la vez que en la partitura se encuentran los motivos de toda la obra de Britten: la pérdida de la inocencia, el sueño y la ambigüedad. Grabaciones recomendadas: Dirección: Benjamin Britten. Con Alfred Deller, Peter Pears, John Shirley Quirk, Josephine Veasey y Heather Harper. London Symphony Orchestra. Decca, 1966. Dirección: Colin Davis. Con Brian Asawa, Robert Lloyd, Sylvia McNair y Ian Bostridge. London Symphony Orchestra. Philips, 1996. También
fueron tras el "Sueño", Karl Maria von Weber ("Oberón",
1826) y Ambroise Thomas (en "Mignon", de 1866, hay una representación
de la obra, pero Thomas también compuso otro "Sueño",
que data de 1850). A ellos se agregan los trabajos de Luigi Mancinelli,
Víctor Vreuls, Bernhard Paumgarten, August Halm, Gergei Werfilenko,
Martin Shaw, Ernst Roters y Ernst Kench. |