Términos y condiciones de la información © El Mercurio S.A.P.

Una tremenda "Máquina Hamlet"
Por Juan Antonio Muñoz
El Mercurio, martes 14 de noviembre de 2000

Una puesta en escena perturbadora es la que presentan el director Rodrigo Pérez y alumnos de Teatro de la U. de Chile.

Un grupo de estudiantes de teatro fue convocado por el director Rodrigo Pérez para encarnar de punta a cabo el proceso de autodestrucción y ponerlo en escena sin tapujos.

"Máquina Hamlet" es una obra compleja, repleta de citas y de autorreferencias biográficas de Heiner Müller, basada en ese inabarcable poema dramático que es "Hamlet", de Shakespeare.

Como cualquier interpretación siempre termina por ser parcial, Müller optó por amplificarla hasta convertir al personaje y a su historia en receptáculo que contiene cuanto mueve al hombre: "Máquina Hamlet" encarna la máquina de la violencia perpetua. Por eso es que los vínculos que entrega el texto viajan desde ese asesino de príncipes que fue Ricardo III hasta el protagonista de "Crimen y castigo", pasando por los totalitarismos del siglo XX.

Müller tuvo temprano contacto con la violencia. Una noche de fines de enero de 1933, los nazis llegaron hasta su casa para arrestar a su papá. Heiner tenía cuatro años y su reacción fue de terror: "Fingí que dormía. Esa es mi culpa", dijo después.

Al morir de cáncer en diciembre de 1995, las cosas no habían cambiado mucho para él. Seguía sosteniendo que el mundo era como un gran matadero en el que los hombres se empujan hacia la muerte y que, en arte, entregar un mensaje es suicidarse.

Cuando en 1996 la compañía argentina Periférico de Objetos presentó en Chile su mirada para esta obra, el criterio de perversión intrínseca fue trasladado desde los actores al uso que ellos hacían de unas muñecas. Tal rapto de la función del juguete para instalarla en otro contexto (el teatro), era perturbadora, pero morigeraba el impacto. Rodrigo Pérez, en cambio, lo que hizo fue llamar a sus jóvenes actores a encarnar de punta a cabo el proceso de autodestrucción (un tema que atormentó en vida y obra a Heiner Müller) y a ponerlo en escena sin tapujos.

En su mirada, el anhelo de paz a la que se aspira a través de la violencia (una contradicción vital centrada en Shakespeare), el insistente imperativo por el cambio de sexo y el inevitable deseo de terminar, se resuelven en un cuadro terrorífico que llama a la piedad. Ni el hombre por sí solo ni la familia - vista también como un grupo humano corrupto- son capaces de subvertir esa irremediable inclinación mülleriana a ser nada o a ser otra cosa.

Todo esto debe haber sido una experiencia estremecedora para el grupo de estudiantes, por la búsqueda y la exposición que significa abordar un montaje de este tipo. Todos ellos, además, recién inician una vida adulta, de manera que muchos sentidos preexistentes se deben haber visto cuestionados y otros afianzados, con cuanto eso significa en pérdidas y obtenciones.

El curso es solvente (hay algunas voces que no es frecuente encontrar en las tablas chilenas) y con eso en cuenta Pérez debe haber escogido esta obra, que no se puede hacer si no hay un material humano dispuesto y rico en capacidades expresivas. El director optó por una estructura coreográfico-coral, donde los movimientos en paralelo, el estatismo (la pose) y las tensiones espaciales entre los cuerpos semidesnudos en acción tienen gran importancia. A la vez, en ciertas oportunidades un mismo texto es primero dicho en monólogo y después es repetido por un coro de tres o cuatro voces en cadena, provocando un efecto de enorme sugestión.

Esta "Máquina Hamlet" es un excelente montaje y también un plato fuerte desde los puntos de vista visual, auditivo y de contenido, hecho para un público adulto de criterio formado. El ritmo, el diseño (Ruby Goldstein), el preciso trabajo de la luz, las imágenes fotográficas proyectadas y la intensidad del sonido son elementos que potencian la propuesta escénica.

"Máquina Hamlet".- Sala Noissvander (Morandé 750). Reservas: 696 5142.

 

Imprimir