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"TITUS ANDRONICUS":
Shakespeare en la carnicería
Por Juan Antonio Muñoz
El Mercurio, lunes 22 de julio de 2002

Los factores de interés en el montaje de "Titus Andronicus" (120 minutos ininterrumpidos), que el director Aldo Droguett presenta en el teatro La Palomera, son la obra misma, la sala y la producción.

La sala es cómoda; hecha para teatro circular, frontal o bifrontal; 120 butacas; buenos baños (incluido uno para lisiados). Un acierto de Fernando Cuadra.

La elección de "Titus Andronicus" -la historia de la venganza contra el victorioso general romano y sus hijos tras su regreso a Roma después de dominar a los godos- responde al proyecto de montar cada año una pieza de Shakespeare. Al verla o leerla, la primera reacción lógica es decir "qué obra más tremenda", pero la verdad es que más que tremenda es una obra rara. Porque sus entrañas están más allá de las decenas de cadáveres, de las mutilaciones y violaciones y, por supuesto, mucho más allá del festín final, con los malvados del cuento convertidos en pastel de carne.

FICHA:

Autor: William Shakespeare.
Director: Aldo Droguet.
Elenco: Óscar Hernández, Carmen Disa Gutiérrez, Pedro Vicuña, Tito Bustamante.
Lugar: Teatro La Palomera (García Reyes 58).
Funciones: Viernes y sábados a las 20:30 horas. Domingos a las 19:00 horas.
Entradas: $5000 y $3000 estudiantes.

Es cierto que los personajes están a media marcha y que el verso es más básico que el de piezas clave al respecto, como la compleja "Antonio y Cleopatra", pero hay una ebullición constante en la escritura de esta obra, que atrapa al lector y al espectador.

La trama en sí misma interesa menos que descubrir el por qué de tanta violencia y de las bofetadas de humor espantoso. Es de imaginar que Shakespeare se estaba riendo un tanto de Marlowe, pero no por eso se oculta el dramaturgo visionario que, a través de estas inundaciones de sangre, comenta la violencia desmesurada de su tiempo y de ahora. Si a eso agregamos que en los actos de "Titus" casi no hay violencia heroica sino siempre de venganza, el paralelo con nuestros días es inevitable. Además, a eso le da toques de risa, como subrayando la liviandad con que parecen tomarse las decisiones más cruentas (atención con las líneas sobre la muerte de la mosca).

Shakespeare estaba observando también el ritualismo de la guerra, las máscaras del poder y esa suerte de inmovilidad escultórica que tienen las historias de la Antigüedad. Todo eso está presente en el montaje de Droguett, quien viaja por el tiempo a través del vestuario y que usa todos los rincones posibles de la sala, creando espacios de tensión entre las figuras de los protagonistas y focalizando cinematográficamente lo que quiere que el público observe. Hacia el frente, los lados o arriba, la acción continúa aunque los cuerpos parezcan fragmentados. El diseño de Cristián Reyes es un apoyo fuerte a esta idea de dirección y resulta definido como propuesta. No sucede lo mismo con el vestuario de Constanza Wette, en cambio, desde cuya ciertamente sugerente alternancia temporal no se observa un concepto estético acabado.

Droguett cuenta con cuatro puntales para su obra: Óscar Hernández (Titus), Tito Bustamante (Aarón El Moro), Carmen Disa Gutiérrez (Tamora) y Pedro Vicuña (Marcus), quienes dan energía a estas creaturas que parecen sacadas de un friso de dioses. Hernández tiene las riendas y corre por Titus con seriedad y reciedumbre, yendo y viniendo en su aparente y extravagante transtorno; Carmen Disa Gutiérrez aporta un material vocal como pocos, pastoso y dúctil, aunque su papel se le escapa un tanto hacia el final; Tito Bustamente, otra voz ejemplar del teatro nacional, asquea con la lascivia de Aarón El Moro y enternece en su defensa del vástago recién nacido, y Pedro Vicuña, presencia vocal y escénica asentada, comunica sin aspavientos lo necesario.

Los problemas son que no hay una escuela común desplegada en la escena (los actores pertenecen a generaciones y mundos teatrales diversos) y que Shakespeare necesita elencos fuertes hasta en el último del reparto. Como el nivel actoral del resto está en desarrollo (en algunos casos muy en ciernes), el desequilibrio se hace notar. Especialmente con los intérpretes de Demetrio y Quirón (semi rapados de caprichosa manera), y del emperador Saturnino. La tragedia de Lavinia (Dayana Orrego) está adecuadamente resuelta por la joven actriz, pero el personaje debe tener una mayor participación teatral: violada y mutilada (manos y lengua) al inicio, se mantiene en escena hasta el final.

 

 

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