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HAMLET:
En deuda con Shakespeare
Por Juan Antonio Muñoz
El Mercurio, sábado 7 de junio de 2003

El nivel y el valor del trabajo de Alexis Moreno al frente del colectivo La María, uno de los conjuntos jóvenes con mayor proyección de los últimos años, es indudable. En particular considerando su reescritura de El pelícano (Strindberg) y cómo sabe avanzar sobre las historias por complejas que sean. Moreno permite al público tener una perspectiva crítica, incluso respecto de su posición sobre el asunto tratado.

Sin embargo, la experiencia acumulada hasta ahora todavía no es suficiente para abordar una obra como Hamlet, de William Shakespeare. El mismo Heiner Müller, sabiendo que cualquier reducción termina por ser parcial, prefirió, para su Máquina Hamlet, asumir que el personaje y su historia encarnan una matriz que contiene todo cuanto mueve al hombre. Por eso es que su poderoso texto atrapa en su abrazo desde ese asesino de príncipes que fue Ricardo III hasta el protagonista de Crimen y castigo, incluidos los totalitarismos del siglo XX.

Alexis Moreno da el calificativo de crepuscular a su adaptación del clásico. No especifica a qué se refiere con esto, pero puede relacionarse con su conciencia de trabajar con un material sombrío e inabarcable.

Su opción a la hora de la reescritura fue esta vez fallida, principalmente porque colma las escenas de textos nuevos que se sienten postizos y que no pueden competir ni en profundidad ni en actualidad ni en belleza con el original. Esto trae aparejado que se trivialice el espíritu de los personajes - en especial Ofelia, Laertes, Polonio- , lo que implica dificultades de acercamiento para los actores.

La adaptación olvida a un personaje con tantas posibilidades teatrales como Horacio; minimiza el caso Rosencrantz y Guildenstern; suprime la escena clave de los sepultureros, y disuelve la estrategia de Laertes y Claudio para acabar con Hamlet, precipitando el final. A la vez, desperdicia la locura de Ofelia, uno de los momentos más hermosos de la historia del teatro, rellenándola con nuevos textos, alusiones a Ricardo III y anteponiendo a su muerte un monólogo redundante.

La dirección de la puesta (poco más de 3 horas de duración con un intermedio) corresponde al propio Alexis Moreno, quien acentúa la oscuridad de las divagaciones de Hamlet y Ofelia y su apetito de autodestrucción, idea que subraya con golpes en el rostro, un escenario casi siempre en penumbras y un tempo lento difícil de sostener. Consigue transmitir el anhelo de paz a la que se aspira a través de la violencia y el irremediable imperativo de ser nada y terminar con todo.

La segunda parte del montaje funciona mejor en lo teatral que la primera, en especial porque hay una lograda dignidad en la escena entre la Reina Gertrudis y Hamlet, relación en la que se insiste en el carácter edípico.

El trabajo de actores es otra debilidad. Marcelo Alonso, aunque es seguro y proyecta físicamente su parte, no penetra la interioridad del personaje ni su poesía, y su habla está sometida a un sonsonete y una cadencia que limitan los matices de las frases. Esto último sucede también con el resto del elenco, cuyos textos, sean de Shakespeare o de Alexis Moreno, parecen no tener densidad dramática. No ocurre con la joven Reina de Trinidad González, que es expresiva y controlada, aunque no pueda dar con la edad del papel.

La escena de los actores está bien resuelta y hay instantes en que la iluminación de Ricardo Romero consigue atmósferas misteriosas. Es sugerente que los personajes huyan de los focos de luz para cobijarse en la oscuridad y resultan atractivos los negros totales de ciertos momentos. Vestuario y escenografía tienen diseños irregulares y la música si bien es efectiva como registro de tensión, en ocasiones saca de contexto o está sobrepuesta a textos que se quisiera escuchar mejor.

Sala Antonio Varas, Morandé 25. Miércoles a sábados, 20 horas. $6.000 y $3.000 (estudiantes y 3ra edad).

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