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"LOS CAPULETOS Y LOS MONTESCOS":
Triunfo orquestal y tropiezo dramático
Por Juan Antonio Muñoz
El Mercurio, lunes 21 de julio de 2003

No por nada esta ópera se llama "Los Capuletos y los Montescos" (1830) y no "Romeo y Julieta". Interés diferenciador de Vincenzo Bellini y su libretista Felice Romani, quienes quisieron evitar más vínculos de los debidos con el exitoso "Giulietta e Romeo" que en 1825 había firmado Nicola Vaccai, con libreto del propio Romani.

"I Capuleti ed i Montecchi" no se basa en la tragedia de Shakespeare sino en fuentes latinas anteriores. Romani conocía bien "Giulietta e Romeo" de Luigi da Porto y las reelaboraciones propuestas por Matteo Bandello, Gherardo Boldieri, Girolamo della Corte, Luigi Scevola y también el libreto escrito por Giuseppe Maria Foppa para la ópera "Giulietta e Romeo" (1796) del profesor de Bellini, Zingarelli.

La debilidad del texto, los personajes incompletos y las reiteraciones de las ideas expuestas se deben a Romani, y se encuentran tanto en Bellini como en Vaccai (los interesados pueden conocer su ópera en una versión del sello Bongiovanni, editada en 1997, con Paula Almerares y María José Trullu). Pero "Capuletos" tiene música del compositor de "Norma" y por eso continúa presentándose.

Es un aporte para el público y para los cantantes del ciclo "Encuentro con la Ópera" que la dirección musical de este título se haya confiado a Maurizio Benini, un maestro que conoce a carta cabal los pormenores del belcanto y que es capaz de extraer toda la riqueza que habita en el recorrido espacial que proponen las largas líneas musicales de Bellini. Su batuta subrayó la belleza elegíaca y lírica de la partitura sin nunca desconocer su vocación dramática; de esta manera, fragmentos que pueden parecer exangües fueron dotados de brío y de un contenido conmovedor. Atento los numerosos detalles instrumentales, también condujo a los cantantes por un mundo melódico rico en matices, respetando sus características vocales. Nota aparte para la suave manera de hacer caer el recitativo inicial de Julieta sobre el aria "O, quante volte"; para el entrañable cortejo fúnebre de Julieta sobre las frases incrédulas de Tebaldo y Romeo, y para la escena de la muerte. La Orquesta Filarmónica y el Coro respondieron con un sonido nítido y refinado; excelente Bobbi-Jane Berkheimer en el corno.

Fueron los aspectos teatrales y vocales los que hicieron tropezar esta versión, enmarcada en la austera belleza de la escenografía y el vestuario de Pablo Núñez.

El trabajo de actores no estuvo bien desarrollado, lo que es un problema en una ópera que debe cuidar mucho este aspecto para mantener cierta coherencia.

Ilia Aramayo-Sandivari no posee la figura necesaria para encarnar al joven Romeo Montesco, con lo cual las escenas de amor, ya complicadas por estar asignado el rol a una mezzo, se hicieron todavía menos eficaces, a pesar del esfuerzo de la cantante por dar una postura heroica al personaje. En lo vocal, cuenta con un material de interés y es segura, pero la emisión dispareja y abrupta afecta la esencia de esta música. La soprano Stephanie Elliot ofreció una Julieta delicada, vocalmente precisa y con gran aplomo. Si bien su material es más ligero que el que se requiere para esta ópera, ella lleva bien el canto y sabe cómo mantener la línea interminable; en términos de proyección, debe dotar de contenido expresivo a las notas para que su indudable dominio técnico adquiera verdadero sentido artístico.

El tenor Gonzalo Tomckowiack (Tebaldo) no enfocó bien el estilo musical y aunque cantó con seguridad, su rico material se escuchó opaco y tenso. Enfático y autoritario el Capellio del bajo cubano Homero Pérez, quien sí estuvo muy pendiente de la escena, mientras que el barítono Carlos Guzmán (Lorenzo) tiene un color de voz personal y un respetable volumen, pero su emisión desigual tiende a lesionar el tejido musical de su parte.

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