UN SELLO PROPIO A lo largo de treinta versiones, el Concurso “Luis Sigall” ha ido afianzando una idiosincrasia totalmente distintiva y propia dentro del mundo de las competiciones de este tipo, con un perfil único e inclusive atípico. En primer lugar, es el único concurso para intérpretes de música clásica en el continente, al menos de los que están afiliados a la Federación Internacional. En segundo término, es un encuentro más bien pequeño, que no pretende crecer excesivamente en lo que al número de participantes se refiere, pero que suple esta falta de masividad con mayores grados de selectividad. Lo anterior permite que éste sea un concurso donde pese más el factor humano que en otros certámenes de mayor envergadura, donde a veces la frialdad prima por sobre la personalidad de un músico. En Viña del Mar, en cambio, los participantes tienen un contacto cercano con el jurado y con público. Además, los concursantes tienen la ventaja de disponer de un tiempo importante para demostrar su talento: una hora en las dos primeras etapas, y la posibilidad de ejecutar una obra sinfónica completa en la fase final. En esto hay una diferencia sustancial con otros certámenes, donde los participantes sólo suelen disponer de unos pocos minutos. El carácter de los jurados, conformados principalmente por profesores de prestigiosas escuelas y conservatorios, como el Conservatorio de París, la Royal Academy of Music de Londres o la Juilliard School de Nueva Cork, también entrega un matiz de diferencia, con un claro sesgo de rigurosidad académica, y un perfil más bien discreto.
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