¿Qué
entendemos por canción francesa?
Es preciso
elevarse de la gramática para comprender que por "canción
francesa" (la "chanson") aludimos a algo más
que un sustantivo. La categoría adquirió carácter
de género con sucesivas generaciones de jóvenes cantautores
que, a lo largo del siglo XX, impusieron un molde de composición
de códigos únicos en el mundo. En lo formal, se trataba
de canciones con fuerte dominio del verso, compuestas a partir de temáticas
cotidianas que combinaban la inquietud amorosa con el devenir social
de la clase media. El modo de interpretarlas era, también, sorprendente:
el cantante se compenetraba a tal punto con sus textos, que lograba
transmitir una emotividad a veces devastadora.
Para muchos franceses, la canción tuvo primero una asociación
no romántica sino política. La Revolución Francesa
tuvo sus "chansons", así como la resistencia durante
la Segunda Guerra Mundial y las protestas estudiantiles de 1968. Incluso
antes, en los siglos XI y XII, las "chansons de geste" se
hicieron muy populares con sus relatos épicos.
A mediados del siglo XX, muchos artistas callejeros dependían
de la canción para comer (no era extraño encontrar a cantautores
de vereda vendiendo partituras originales a los peatones), lo cual los
obligó a superarse en la interpretación y bordear lo dramático
para llamar la atención de la multitud. Desde entonces que el
cantante francés no sólo canta sino que encanta, con una
"performance" intensa y elegante. Al conocer las biografías
de muchos de los más grandes nombres del género, se eleva
aún más el valor de una canción sutil que contrasta
con vidas precarias y esforzadas, como la de Edith Piaf. Como en el
blues, era desde la pobreza que surgía su sentimiento
único.
La
"chanson" busca también un cierto efecto sentimental,
y se podría considerar fracasada si no logra inquietar, aunque
sea un poco, hasta al auditor más frío. No es lo suyo
el sentimentalismo. Claude Debussy destacaba "la claridad de expresión,
precisión y concentración de la forma que son cualidades
particulares al genio francés". Pero, dentro de esa cierta
contención, el intérpete buscará refinar hasta
la esencia la capacidad emotiva de su texto y canto. No hay pudor que
valga: el auditor atento puede soltar lágrimas sin problemas
al enfrentarse a "Baudelaire" de Serge Reggiani, "Hymne
á l´amour" de Edith Piaf, "Sous le ciel de Paris"
de Jacqueline François, "L´aigle noir" de Barbara
o "Ne me quitte pas" de Jacques Brel.
Es por ello que en su definición, pesa mucho más la distinción
de un cierto espíritu común, que el género o el
tiempo en el que se desarrolla. Hay rasgos de la mejor chanson française
en jóvenes exponentes de música electrónica o hip-hop,
por ejemplo. Si hay algo que la "chanson" le ha legado
al arte popular de su país es la preocupación por el texto,
porque los versos banales simplemente no quepan dentro de un estribillo.
Aún
cuando su época de gloria se fija en las décadas del 50
y 60 -por el trabajo irrepetible de gente como Charles Trenet, el belga
Jacques Brel, el poético Georges Brassens y el inclasificable
Serge Gainsbourg-, la canción francesa ha encontrado poderosos
relevos en cada década, aún cuando su difusión
no haya alcanzado hasta hoy niveles globales. Se trata de un movimiento
saludable, en parte por disposiciones legales. Desde 1994, rige en Francia
una ley que estipula una cuota mínima de un 40 por ciento de
presencia musical local en las radios. De ella, la mitad debe corresponder
a artistas nuevos. Además, existe una bien aceitada máquina
estatal a cargo de distribuir y difundir a sus músicos (Bureau
export, Francophonie diffusion). Un empujón que en lo absoluto
explica pero sí estimula el desarrollo de un género quizás
tan distintivo como el son cubano o la bossa nova brasileña.
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