Georges Brassens

¿Qué entendemos por canción francesa?

Es preciso elevarse de la gramática para comprender que por "canción francesa" (la "chanson") aludimos a algo más que un sustantivo. La categoría adquirió carácter de género con sucesivas generaciones de jóvenes cantautores que, a lo largo del siglo XX, impusieron un molde de composición de códigos únicos en el mundo. En lo formal, se trataba de canciones con fuerte dominio del verso, compuestas a partir de temáticas cotidianas que combinaban la inquietud amorosa con el devenir social de la clase media. El modo de interpretarlas era, también, sorprendente: el cantante se compenetraba a tal punto con sus textos, que lograba transmitir una emotividad a veces devastadora.

Para muchos franceses, la canción tuvo primero una asociación no romántica sino política. La Revolución Francesa tuvo sus "chansons", así como la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y las protestas estudiantiles de 1968. Incluso antes, en los siglos XI y XII, las "chansons de geste" se hicieron muy populares con sus relatos épicos.

A mediados del siglo XX, muchos artistas callejeros dependían de la canción para comer (no era extraño encontrar a cantautores de vereda vendiendo partituras originales a los peatones), lo cual los obligó a superarse en la interpretación y bordear lo dramático para llamar la atención de la multitud. Desde entonces que el cantante francés no sólo canta sino que encanta, con una "performance" intensa y elegante. Al conocer las biografías de muchos de los más grandes nombres del género, se eleva aún más el valor de una canción sutil que contrasta con vidas precarias y esforzadas, como la de Edith Piaf. Como en el blues, era desde la pobreza que surgía su sentimiento único.

La "chanson" busca también un cierto efecto sentimental, y se podría considerar fracasada si no logra inquietar, aunque sea un poco, hasta al auditor más frío. No es lo suyo el sentimentalismo. Claude Debussy destacaba "la claridad de expresión, precisión y concentración de la forma que son cualidades particulares al genio francés". Pero, dentro de esa cierta contención, el intérpete buscará refinar hasta la esencia la capacidad emotiva de su texto y canto. No hay pudor que valga: el auditor atento puede soltar lágrimas sin problemas al enfrentarse a "Baudelaire" de Serge Reggiani, "Hymne á l´amour" de Edith Piaf, "Sous le ciel de Paris" de Jacqueline François, "L´aigle noir" de Barbara o "Ne me quitte pas" de Jacques Brel.

Es por ello que en su definición, pesa mucho más la distinción de un cierto espíritu común, que el género o el tiempo en el que se desarrolla. Hay rasgos de la mejor chanson française en jóvenes exponentes de música electrónica o hip-hop, por ejemplo. Si hay algo que la "chanson" le ha legado al arte popular de su país es la preocupación por el texto, porque los versos banales simplemente no quepan dentro de un estribillo.

Aún cuando su época de gloria se fija en las décadas del 50 y 60 -por el trabajo irrepetible de gente como Charles Trenet, el belga Jacques Brel, el poético Georges Brassens y el inclasificable Serge Gainsbourg-, la canción francesa ha encontrado poderosos relevos en cada década, aún cuando su difusión no haya alcanzado hasta hoy niveles globales. Se trata de un movimiento saludable, en parte por disposiciones legales. Desde 1994, rige en Francia una ley que estipula una cuota mínima de un 40 por ciento de presencia musical local en las radios. De ella, la mitad debe corresponder a artistas nuevos. Además, existe una bien aceitada máquina estatal a cargo de distribuir y difundir a sus músicos (Bureau export, Francophonie diffusion). Un empujón que en lo absoluto explica pero sí estimula el desarrollo de un género quizás tan distintivo como el son cubano o la bossa nova brasileña.

 

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