“Yo quiero tener un millón de amigos” fue el himno del año, y Roberto Carlos llegó en el momento preciso para confirmarlo ante todo Chile. Tras un intenso trabajo durante los años 60, el cantautor de la región de Espíritu Santo se afianzaba luego como un inigualable baladista, aún cómodo en la integración de elementos sutiles del rock sicodélico (como en su tema “Amada amante”) y sin pudor por traspasar a su canto su profunda fe cristiana (“Jesús Cristo”).
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