Fue en esos momentos cuando surgió la figura del padre Tucker, un irlandés formado en EEUU. Al capellán, experto conocedor de los embrollos de los Grimaldi, se le ocurrió que aquello sólo podía arreglarlo un golpe efectista y, para ello, nada mejor que un matrimonio (un compromiso del que quedaba excluido el amor, ingrediente esencial de los cuentos de hadas).

Existía, además, otra poderosa razón para poner fin a la soltería de Rainiero: la descendencia. El artículo III del tratado franco-monegasco de 1918 especificaba que, si un Grimaldi moría sin tener hijos, el minúsculo Principado se convertiría en un en un protectorado francés, perdiendo así su condición de paraíso fiscal…
simplemente ¡la ruina! Así que el padre Tucker decidió que, ya que las cartas estaban echadas así, lo más conveniente sería que la novia fuera una estrella de Hollywood. En su lista figuraban de candidatas Deborah Kerr, Natalie Wood y Grace Kelly.

De las tres, Grace era la candidata ideal: a su belleza unía su elevada posición social. Aunque su trayectoria moral no era del todo irreprochable, pues arrastraba una historia de romances desafortunados y cierta fama de "rompehogares" por culpa de sus idilios con Ray Milland, Bing Crosby y William Holden, entre otros.

Tras conocer a Grace en el Festival de Cannes, en noviembre de 1955 Rainiero viajó a Filadelfia en visita privada, acompañado por el padre Tucker. Entre sus compromisos figuraba una invitación a cenar en casa de los padres de la actriz. La trama empezaba a tejerse.

Para Navidad, el príncipe viajó de nuevo a Filadelfia para pasar las fiestas junto a la actriz. Los Kelly estaban estupefactos; conocían el casino de Montecarlo, pero tendían a confundir Mónaco con Marruecos. Tuvieron que explicarles, sobre un mapa, dónde se hallaba Mónaco, que nada tenía que ver con Marruecos, y enseñarles fotos de Montecarlo, en las que el único negro que se veía era un portero de hotel vestido como un almirante.


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