¿Compromiso o transacción?
La noche del 5 de enero de 1956 se hizo oficial el compromiso matrimonial, tras lentas y complejas negociaciones. El motivo era la dote; el padre de la prometida, Jack Kelly, se resistía a entregar a su hija "al Príncipe en quiebra de un país que nadie conoce" y, mucho menos, a pagar por ello. Los abogados del Principado, insistían en esta tradición de la vieja nobleza europea y exigían desorbitadas sumas que, al final, con la buena voluntad de todos, quedaron reducidas a la módica cantidad de dos millones de dólares.
Grace se estremecía años más tarde cuando pensaba en la semana de la boda: "Fue una pesadilla, de verdad", recordando la molestia de su padre frente a lo que consideraba "la flojera monaguesca", los 120 miembros de su familia directa y el mal tiempo que reinó en Mónaco en esos días.
A esta pesadilla contribuyó que todas las casas reales europeas boicotearan el enlace del príncipe Rainiero con una plebeya, hija del rey de los ladrillos; hasta el extremo de que el ex rey Faruk de Egipto fue el invitado de más alto rango, junto con el viejo Aga Khan. Pero nada ni nadie podía restar brillo al acontecimiento y la ceremonia fue la mayor superproducción de la carrera de Grace.
Hasta ese día, el Principado vivía de los casinos y de la evasión de impuestos, pero con la llegada de la nueva Princesa, adquirió un halo de nobleza y de encanto. Su clase, su educación y su belleza le permitieron dar un impulso al decadente Estado, convirtiéndolo en un pequeño paraíso en el que, además de los privilegios fiscales, se podía disfrutar de las más bellas obras de arte, los más aplaudidos bailarines y las más cotizadas orquestas de música clásica. Fue su mejor papel.
Ninguna princesa más elegante, orgullosa, distinguida, caritativa y eficaz que ella. Otra cosa es que su vida matrimonial no fuese, precisamente, digna del cuento de hadas que le habían pintado.
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