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SHAKESPEARE:
Una
atmósfera de respeto casi religioso es necesaria para un Liederabend,
una tarde de Lieder, de canciones. Es la huella de la canción
alemana, que Elisabeth Schwarzkopf defiende a ultranza y que asegura
no puede enfrentar sino quien domine totalmente la lengua: ‘‘Uno
tiene que crecer en el idioma para conocer todos los significados. Por
ejemplo, la palabra Wald, bosque, tiene diferentes connotaciones en
un poema escrito por Mrike, Eichendorff o Goethe...’’, afirmó
en entrevista para El Mercurio realizada en 1994.
La
leyenda dice que Schubert escribió hasta seis Lieder al día.
Textos de Goethe, Schiller, Heine y Shakespeare, entre otros, son las
bases de una obra gigantesca para la voz y el piano, en la que fueron
traducidas a notas las heridas más profundas del espíritu
del hombre.
Esa
misma cercanía no existió, en cambio, con la ópera,
donde se le reprochó no tener capacidad para conseguir la tensión
dramática necesaria a lo largo de una escena ni saber cómo
terminar un personaje complejo. Pero Schubert sí era capaz de
exprimir un estado emocional, provocar interpretaciones distintas sobre
palabras como Kuss (beso) o Wald (bosque), vincular la melodía
popular con el más refinado intelecto y asociar a ella una poesía
culta, antigua o contemporánea, extranjera (como en el caso de
Shakespeare) o alemana. Todo eso él pudo hacerlo en sus Lieder.
‘‘La primera página de Shakespeare que leí me hizo comprender que él y yo éramos uno solo... Me sentí como una persona nacida ciega que ve la luz por primera vez... No dudé por un momento en renunciar al teatro plagado de reglas de los antiguos... Me lancé al aire libre y por primera vez estuve consciente de que poseía manos y pies... Frente a Shakespeare reconozco que soy un pobre pecador, mientras que él predice a través de la fuerza pura de la naturaleza’’.
El analista Stephen Johnson, en sus notas para el disco ‘‘Shakespeare's Kingdom’’, explica que el descubrimiento de Shakespeare fue uno de los catalizadores más importantes del desarrollo del Romanticismo alemán; a fines del siglo XVIII y principios del XIX se produjo una enorme cantidad de literatura inspirada en sus escritos. ‘‘Una traducción en verso de todas las obras, que inició August Schlegel y completó Johann Ludwig Tieck fue tan exitosa que más de un siglo después escritores alemanes hablaban del dramaturgo isabelino como unser Shakespeare, nuestro Shakespeare’’. Quizás
el más conocido de todos los Lieder sobre textos de William Shakespeare
sea ‘‘An Sylvia’’, de Franz Schubert, quien
también creó ‘‘Trinklied’’ y ‘‘Ständchen’’
basado en palabras del autor de ‘‘Venus y Adonis’’.
‘‘An Sylvia’’ fue compuesto en julio de 1826
sobre una traducción de Eduard von Bauernfeld, amigo del compositor.
Es tan hermosa como justa
Cantemos, entonces, a Sylvia
El
personaje de Ofelia (‘‘Hamlet’’) resultó
ser especialmente fascinante para los románticos, quizás
por su naturaleza abstracta, particular y sombría. Es probable,
además, que ya entonces se observara a la hija de Polonio como
el sector femenino de Hamlet, que él debe negar para poder cumplir
con lo que considera su deber.
En la primera canción —el primer Lied— persiste un área de ensueño, una zona vaga de patetismo acendrado, pero cuando la música cae sobre las palabras tot und hin, Frulein (muerto y desaparecido, señora) Strauss devela su propósito sin más. El hablará de la experiencia que ha trastornado a su heroína, aunque se dará un descanso en el tercer Lied para cantar ¿Y no vendrá él de nuevo?, probablemente el más conmovedor. Es muy interesante escuchar las complejas piezas de Strauss yuxtapuestas con las sencillas cinco ‘‘Canciones de Ofelia’’ que Johannes Brahms compuso para una producción de "Hamlet" en el Burgtheater (Viena), en 1873, a pedido de la actriz Olga Precheisen. Estas obras, que se publicaron sólo en 1935, constituyen una efectiva escena musical en combinación con las de Strauss. La soprano chilena Magdalena Amenábar las interpretó así en sus recitales ‘‘Shakespeare in voice’’ en la Biblioteca Nacional y en el Goethe-Institut, con gran éxito. Los textos de las partituras de Brahms fueron traducidos por August Schlegel y Dorothea Tieck, y los de Richard Strauss, por Karl Simrock. De un lado (Brahms) tenemos a la Ofelia nacida del espíritu romántico; y de otro (Strauss), a la joven como objeto de estudio del psicoanálisis. Las palabras son las mismas, es la música la que cambia. Todo continúa
Canciones basadas en textos de Shakespeare hay muchísimas, en
las más variadas lenguas y con los más distintos enfoques.
Existen más de 20 mil ítems de su vínculo con la
música, según catastro del ‘‘Shakespeare music
catalogue’’ de Gooch and Thatcher (Oxford University Press).
La producción para la ópera también es amplia durante todo el período romántico —‘‘Otello’’, de Rossini; ‘‘Los Capuletos y los Montescos’’, de Bellini; ‘‘Romeo y Julieta’’, de Gounod; ‘‘Hamlet’’, de Thomas, y ‘‘Macbeth’’, ‘‘Otelo’’ y ‘‘Falstaff’’, de Verdi, son algunos títulos imprescindibles— y en el siglo XX, cuando Aribert Reimann, basado en ‘‘El Rey Lear’’, compuso ‘‘Lear’’, que se continúa presentando con gran éxito. En otro ámbito, Rautavaara y Shostakovich se interesaron en los complejos ‘‘Sonetos’’. Y si muchos versos no fueron olvidados por Poulenc, Korngold, Honegger, Quilter, Vaughan Williams y Walton, existen, además, tantos músicos cuya inspiración, aunque proveniente de las palabras, se tradujo en música instrumental y no vocal (Liszt y Prokofiev, entre ellos).
El compositor inglés Michael Tippett también hizo un aporte con su trío de breves y sorpresivas canciones para Ariel, el personaje de ‘‘La Tempestad’’, y de verdad el resultado no tiene nada que ver con la masque del barroco Henry Purcell (‘‘our musical Shakespeare’’, según los críticos ingleses del siglo XIX). Fueron creadas en 1962 para una puesta en escena de la obra en el Old Vic. Tippett las compuso para voz, piccolo, flauta, tímpanos, clarinete, arpa, campanas y clavecín, pero él mismo efectuó luego la reducción para piano.
La primera canción es una invitación al baile y al amor: Venid
a estas arenas amarillas
Sir Benjamin Britten, quien tanto quiso a Shakespeare y a la época isabelina —tradujo en música el dolor profundo de ‘‘La Violación de Lucrecia’’ (1946) y el mundo fantástico de ‘‘Sueño de una Noche de Verano’’ (1960), y rindió homenaje a Isabel I en la excepcional ‘‘Gloriana’’ (1953)— , ofrece su íntima llegada al Soneto XLIII y el encantador ‘‘Fancie’’ (Capricho). Las palabras corresponden al tercer acto, escena 2, de ‘‘El Mercader de Venecia’’. Dime
dónde se alimentan los caprichos,
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