Entrevistas
Testimonios

Peter Jahn, historiador:

"El nacionalsocialismo es parte de nuestro pasado, querámoslo o no"

Ernst Cramer, judío alemán

"Pensé que ni en 100 años iba a ser posible reconstruir Alemania"

Hannelore Lubach, alemana

"No había tiempo ni para pensar"

Horst Pillau, dramaturgo alemán

"Intentábamos vivir el caos lo más normal posible"

"No había tiempo ni para pensar"

Lubach vivía en Berlín y tenía 18 años hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Acá nos cuenta cómo vivió los últimos meses antes que se rindieran los alemanes y de qué manera el ser humano termina adaptándose a circunstancias inimaginables creando una cierta cotidianeidad mientras alrededor caían las bombas y moría la gente.

Por Ilona Goyeneche, desde Alemania

Hannelore Lubach (78), jubilada

"Ya estábamos en plena Segunda Guerra Mundial cuando yo terminé el colegio y di anticipadamente en 1944 mi Abitur (algo así como la PSU). Después de egresar de la educación primaria una era inscrita automáticamente en lo que se llamaba el "Servicio de trabajo". A principios del '45 me asignaron a trabajar en las fuerzas militares aéreas, en una base al norte de Berlín. Ahí, junto a un grupo de otras niñas, operábamos unos enormes focos que iluminaban de noche los aviones enemigos para que los encargados de disparar supieran hacia dónde hacerlo.

"De esa época, la última fecha que recuerdo es el 18 de abril, mi cumpleaños número 19. Después perdí la noción del tiempo. Los rusos ya estaban muy cerca y tuvimos que dejar el puesto donde trabajábamos y huir. A esas alturas la situación era caótica y no había ni un jefe o comandante que diera órdenes o que nos dijera qué hacer. Simplemente había que desarrollar iniciativa propia, ver cómo huías y hacia dónde.

"Como sabía que mis padres también iban a arrancar si llegaban los rusos, no hacía sentido ir de vuelta a casa, que quedaba a unos 50 kilómetros de Berlín. Así que decidí irme en dirección al sur donde vivía una hermana de mi madre con la esperanza de encontrarla. Todavía funcionaban algunos tranvías con los que nos comenzamos a movilizar o, si no, había que seguir caminando. Eso era especialmente desagradable porque muchas veces llegaban los aviones enemigos que volaban muy bajo y disparaban con sus ametralladoras a cuanta cosa se movía. Teníamos que tirarnos en la próxima zanja para cubrirnos y rezar que no nos alcanzara una bala. Pero en general no se tenía miedo, porque no lo pensabas mucho. Simplemente había que intentar sobrevivir".

Peter Jahn, historiador:

"El nacionalsocialismo es parte de nuestro pasado, querámoslo o no"

Ernst Cramer, judío alemán

"Pensé que ni en 100 años iba a ser posible reconstruir Alemania"

Hannelore Lubach, alemana

"No había tiempo ni para pensar"

Horst Pillau, dramaturgo alemán

"Intentábamos vivir el caos lo más normal posible"

Enfermera de un día para otro

"Así, en algún momento del camino hacia el sur, me topé con un bunker que era un pequeño edificio donde vivían miles de personas.. ¡No sabes lo que fue esa sensación de encontrarme con un edificio donde no podía pasar ni una bomba ni una granada! Tuve una increíble sensación de seguridad y lo único que pensaba era 'tengo que entrar ahí como sea'. A estas alturas quedábamos unas tres mujeres del grupo inicial y cuando le preguntamos a alguien que nos pareció que tenía algún tipo de cargo si nos podíamos quedar, estaban más que contentos porque les faltaba personal femenino para el lazareto.

"Nos mandaron directamente al piso donde estaba esta suerte de hospital que era impresionante: ¡había de todo! Estaba completamente equipado, tenía salas de operaciones, estaban todos los instrumentos, sobraba ropa de cama, y comida y medicamentos en exceso, cosa que a estas alturas de la guerra me parecía un milagro.

"Se nos hizo un curso intensivo de enfermeras que consistía en uno o dos demostraciones de cómo poner vendas, recetar medicamentos y poner inyecciones, y listo, ¡a trabajar! Así que ahí estaba frente a dos salas grandes completas con camarotes con soldados heridos que había que atender. Cada una se las tuvo que arreglar como pudo. Si no estabas limpiando alguna venda o atendiendo enfermos, pasabas horas acompañando a los soldados o civiles heridos dándoles ánimo o simplemente distrayéndolos con algo. Habían niños y ancianos entre los soldados que simplemente no se las podían con sus heridas. Especialmente aquellos a los cuales se les habían amputado una pierna.

"Como prácticamente no teníamos posibilidad de lavar, menos la ropa de cama, lo que se hacíamos cuando moría un soldado, cosa que pasaba bastante a menudo, era envolverlo en la misma sábana. Uno, porque no la íbamos a ocupar para el siguiente herido y dos, porque como a estas alturas ya teníamos estrictamente prohibido salir del búnker tampoco lo podíamos enterrar. Entonces los envolvíamos y los llevábamos a una sala especialmente habilitada para los muertos donde se comenzaban a apilar.

"Uno de los peores momentos los viví ahí fue cuando estaba con otro compañero de trabajo dejando un nuevo soldado fallecido. Estábamos justo en eso, dejándolo bastante arriba donde aún había un espacio, cuando cayó una tremenda bomba, todo retumbó y se apagó la luz por un instante. A mí me bajó el pánico y lo único que quería era salir. No veía nada y solo recuerdo haberme agarrado de manos y brazos y caras heladas hasta que encontré la puerta".

Peter Jahn, historiador:

"El nacionalsocialismo es parte de nuestro pasado, querámoslo o no"

Ernst Cramer, judío alemán

"Pensé que ni en 100 años iba a ser posible reconstruir Alemania"

Hannelore Lubach, alemana

"No había tiempo ni para pensar"

Horst Pillau, dramaturgo alemán

"Intentábamos vivir el caos lo más normal posible"

Trabajando con lo puesto

"Mientras afuera caían las bombas adentro seguíamos trabajando como si nada. Durante aproximadamente cuatro semanas yo no salí del bunker. Siempre había algo que hacer, no tenías tiempo ni de llevar un diario de vida ni de pensar. Al principio iba a dormir a un piso que estaba habilitado para los refugiados, pero luego ni siquiera iba a eso y dormía sobre cualquier cama desocupada del lazareto. Había demasiado que hacer y por otra parte estaba ese miedo que te robaran algo.

"Durante semanas prácticamente no me saqué nada de encima, ni si quiera los zapatos para dormir. De hecho mis botas nunca me las sacaba. Un día desperté con unos dolores en los pies que no me aguantaba y uno de los doctores dijo que tenían que romper los zapatos para poder sacármelos. Como esas botas eran lo único que tenía me negué. Así que entre varias personas que me sujetaron me sacaron los zapatos a la fuerza... y junto con ellos toda la piel de la planta de los pies que estaba pegada al zapato por las heridas, ampollas y pus que ya se habían formado porque no me podía cambiar los calcetines, ni lavar ni nada. ¡Pero lo importante era que mis botas estaban enteras!

"Casi no salí del lazareto. Sólo una vez no lo pude evitar. Es que si vives por tanto tiempo sólo con luz artificial pierdes totalmente la noción de tiempo y espacio. Y yo ya no aguanté más y quería ver, aunque sea por sólo un momento, el cielo azul y sol. Las ganas no me duraron mucho, porque uno de los soldados que estaba en la cubierta me dijo espantado que por favor volviera a entrar porque los rusos podían pensar que nos estábamos rindiendo. ¡Claro, es que yo andaba con el delantal blanco puesto!"

La vida después

"Cuando entraron los rusos al lazareto supe que la guerra había terminado. Tuvimos suerte porque éstos fueron bastante civilizados e inmediatamente recibimos pan y leche fresca, cosa que hace semanas no habíamos recibido. A mí por ejemplo, nunca se me tocó ni un pelo. Pero especulo que una razón para eso fue que como yo estaba en contacto directo con los vendajes de los heridos, que eran todo menos asépticos, a los rusos eso les daba asco y preferían evitar cualquier tipo de contacto.

Peter Jahn, historiador:

"El nacionalsocialismo es parte de nuestro pasado, querámoslo o no"

Ernst Cramer, judío alemán

"Pensé que ni en 100 años iba a ser posible reconstruir Alemania"

Hannelore Lubach, alemana

"No había tiempo ni para pensar"

Horst Pillau, dramaturgo alemán

"Intentábamos vivir el caos lo más normal posible"

"Después de terminada la guerra tuve la suerte de no tener que acompañar a los soldados con heridas leves a otro lugar para prisioneros. Como no tenía donde ir, me quedé en el bunker que por lo bien equipado que estaba se había transformado en un hospital civil, con todo el personal incluido. A esas alturas, ayudaba como podía en la sala de operaciones. Todavía recuerdo la impresión que me causó la primera amputación de una pierna. ¡Era yo la que la estaba sujetando y de repente me quedé con el pedazo en la mano! Estaba tan impactada que no atiné en soltarlo. El cirujano me tuvo que pegar un grito para que lo hiciera.

"En esa época también tuve que trasladar algunos enfermos, que podían caminar, a otro hospital. Todo estaba destruido así que uno no tenía idea dónde se estaba ni cómo se llegaba a un lugar. Se me sumaron muchos soldados alemanes al grupo para poder huir de los rusos haciéndose pasar como uno de los pacientes. Yo les pasaba vendas para que se las pusieran y simularan. Pero muy pocos lograron pasar los miles de puestos de seguridad que tuvimos que atravesar y lo más probable es que la mayoría fue fusilada.

"Cuando ya me podía ir del lazareto deambulé por la ciudad en búsqueda de mi tía que vivía más al sur. Crucé la ciudad completa caminando y el escenario era horroroso. Todo estaba destruido, las calles, los edificios, todo. En todos lados se veían fumarolas y los seres humanos que se atrevían a salir de los sótanos, donde habían estado durante semanas, eran prácticamente unos espantapájaros. Durante muchos días se veían muertos todavía debajo de escombros, una mano por aquí, otra extremidad por allá.

"En octubre del 1945 estaba estudiando arquitectura en una universidad media improvisada. A mis padres los contacté recién a fines del '45. En general la gente trataba de reencontrarse a través del correo que se comenzó a reestablecer por sectores y de manera muy local, y de información que circulaba de boca en boca. El primer tiempo, después del fin de la guerra, simplemente evadí cualquier proceso de superación de los meses anteriores. Sólo importaba que me sentía libre y que tenía ganas de, una vez por todas, vivir.