Entrevistas
Testimonios

Peter Jahn, historiador:

"El nacionalsocialismo es parte de nuestro pasado, querámoslo o no"

Ernst Cramer, judío alemán

"Pensé que ni en 100 años iba a ser posible reconstruir Alemania"

Hannelore Lubach, alemana

"No había tiempo ni para pensar"

Horst Pillau, dramaturgo alemán

"Intentábamos vivir el caos lo más normal posible"

"Intentábamos vivir el caos lo más normal posible"

Lo común, lo que se estila, los que suele escucharse o leerse son testimonios de soldados y prisioneros de campos de concentración. Pero también estaban los otros, los civiles, las familias, los niños y mujeres que de un día para el otro vieron como las bombas derrumbaban sus casas, y como calles y edificios eran trasformados en un montón de ladrillos, polvo y pequeñas fumarolas. Horst Pillau era uno de ellos.

Por Ilona Goyeneche, desde Alemania

Ernst Cramer, periodista.

"El año 1945 tenía 12 años lo que para mí fue la salvación porque con 13 había altísimas probabilidades que me hubieran enrolado en el llamado "Volkssturm" (fuerzas alemanas de reservistas).

"A fines de la guerra la mayoría de los soldados del ejército alemán estaban muertos, esparcidos, huyendo o ya eran prisioneros de los enemigos. Así en un último intento por parte de Hitler se armó un batallón donde la mayoría eran niños. No se les entregaba uniformes, ni capacitación, ni nada. Simplemente se le dio a cada uno un arma y los mandaban a la calle para dar una última e inútil batalla contra los rusos que ya estaba entrando a la ciudad.

"A estas alturas mi familia, mis papás y un hermano menor, ya habíamos perdido la casa y vivimos en diferentes lugares. Porque cuando una bomba destruía tu edificio te mandaban a vivir con tu vecino, si su departamento seguía en pie, o con cualquier otra familia. Llegabas así con tus cuatro cosas a tocarle la puerta a una familia X diciéndole que te correspondía vivir con ellos. Se desocupaba una habitación y ahí uno entraba a vivir. Hasta que una bomba echaba abajo ese edificio y había que partir nuevamente a otro lugar.

"Aunque la situación se ponía cada vez más seria, no había tiempo para desesperarse ni angustiarse ni cuestionarse la guerra. Mi padre, que se desempeñaba en una industria de materias primas importante durante la guerra, trabajó casi hasta al final. Mi madre, por su parte, estaba preocupada por conseguir comida. Muchas veces no había suficiente y se tenía que comprar alimentos en el mercado negro donde podías pagar 30 veces más por algo".

Peter Jahn, historiador:

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"Intentábamos vivir el caos lo más normal posible"

"Los niños no entendíamos mucho lo que estaba pasando. No sabíamos que Hitler era un asesino ni que Alemania había empezado la guerra. Íbamos al colegio, teníamos que hacer las tareas e igual salíamos a jugar. A nadie se le ocurría prohibirles a los niños salir a jugar. Había una suerte de fatalismo en el ambiente, porque no estabas seguro en ningún lado. Así uno podía morir tanto jugando afuera como estando en casa.

"Recuerdo que una de las cosas que más nos gustaba hacer a mis amigos y a mí, era ir adonde pasaba el tranvía que en algunas partes aún funcionaba. En el camino recolectábamos restos de bombas, unos pedazos de metal, que poníamos sobre los rieles y esperábamos que pasara el tren para luego recoger esta suerte de pequeñas obras de arte que coleccionábamos o intercambiábamos. O íbamos al bosque desde donde veíamos cuando pasaban unos 500 aviones de guerra que brillaban al sol. ¡Imagínate es espectáculo para nosotros! En esos momentos sentíamos un cierto terror y miedo y nos dábamos cuenta que algo serio estaba pasando.

"A fines de 1944 y a principio del '45 viví algo que me impresionó mucho. Estaba escuchando las noticias de la radio nazi y entre medio una persona de la BBC, de Londres, intervenía la transmisión y decía 'Es todo mentira. Tienen campos de concentración. Los judíos son asesinados. Alemania va a perder la guerra o Hitler es un asesino’.

"Eso me impresionó mucho y corrí a preguntarles a mis padres si todo eso era verdad. Sólo me respondieron cuidadosamente: 'en parte'. Es que no había que olvidar que si yo hablaba de eso en el colegio la GESTAPO se podía enterar y simplemente arrestar a mis padres.

"Lo más terribles para nosotros eran las noches. Teníamos que acostarnos a las 20:00 horas, pero cuando estábamos profundamente dormidos, comenzaban a sonar las sirenas que avisaban que venían los aviones a bombardear la ciudad. Ahí teníamos que bajar al sótano donde nos quedábamos, a veces horas, esperando que pasaran los bombardeos. En ese momento obviamente sentíamos miedo, especialmente cuando retumbaba el suelo y las murallas y entraba aire y polvo a presión donde estábamos refugiados. Cuando podías salir nuevamente nunca sabías con qué te ibas a encontrar arriba".

La llegada de los rusos y el fin de la guerra

"Cuando los rusos ya se encontraban muy cerca, entre marzo y abril, mi familia junto a otras, cada una con sus tres pertenencias, fuimos llevados en unos camiones a un complejo industrial a una hora de la ciudad y que ahora estaba abandonado. Ahí pasamos las últimas semanas. Esa salida de Berlín es una de las vivencias que tengo más marcadas. Había una luz tenue y gris, prácticamente ningún edificio seguía en pie y los adultos siempre miraban para arriba viendo si no habían aviones enemigos en camino. Realmente era un ambiente de fin del mundo.

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"Cuando llegaron los rusos ya sólo vivíamos en una suerte de bunker que construimos de sacos de arena y troncos. Cuando entraron con sus ametralladoras lo primero que gritaron fue 'Uri, uri', porque querían los relojes. Los adultos los habían escondido entre los sacos, pero cuando comenzaron a amenazar con la muerte todos terminaron sacándolos de sus escondites. Pero tuvimos suerte, porque pese a todo los rusos que llegaron a nuestro campamento fueron muy amables. Especialmente con nosotros niños. Sabían que no teníamos nada que ver con la guerra así que conversábamos como podíamos, nos enseñaban canciones rusas o a veces nos daban algo de comer.

"En agosto del '45 volvimos a la ciudad en un tren en un viaje que normalmente se demora 40 minutos, pero que esta vez fueron casi 6 horas. Ya se había desmontado la segunda vía y en el camino había que parar para dejar pasar los que venían de frente.

"La primera casa que nos asignados fue un hogar abandonado que le pertenecía a unos nazis. Parecía que habían huido porque el departamento estaba completamente amoblado y tal cual. Pero eso no duró mucho. Cuando los americanos llegaron a ocupar el sector tuvimos que cambiarnos unas 4 a 6 veces antes de tener nuestro lugar definitivo. Siempre llegaban nuevos comando de soldados que se tomaban cuadras completas y nos volvían a mandar a otro lugar. En menos de dos horas teníamos que dejar el departamento y llevarnos lo mínimo. Sólo los que tenían niños les fue permitido llevar ropa de cama. Por eso yo, mi hermano y otros amigos nos hicimos pasar varias veces como hijos de otras mujeres para que ellas también pudieran llevarse ropa de cama. Los hice varias veces y el soldado de la portería nunca se dio cuenta que siempre entraba con una madre diferente.

"Lo más terrible, eso sí, fue que mi padre sobrevivió la guerra, pero no el fin. Un día los rusos lo llamaron a presentarse ante un ayuntamiento soviético y nunca más volvió. Durante meses mi madre iba a la estación del tranvía con la esperanza que iba a llegar. Recién 30 años después nos enteramos que había muerto en marzo del 1946 en territorio de la entonces Uinión Soviética. Fue lo único que pudimos averiguar".

La restauración de la vida cotidiana

"Pronto también volví al colegio. Recuerdo que el primer día de clases llegó un niño y al entrar a la sala dijo 'Hi Hitler'. Imagínate, todos los padres saltaron medios nerviosos, pero también se rieron porque, claro, el pobre no tenía por qué entender que eso de un día para el otro ya no se tenía que decir.

Peter Jahn, historiador:

"El nacionalsocialismo es parte de nuestro pasado, querámoslo o no"

Ernst Cramer, judío alemán

"Pensé que ni en 100 años iba a ser posible reconstruir Alemania"

Hannelore Lubach, alemana

"No había tiempo ni para pensar"

Horst Pillau, dramaturgo alemán

"Intentábamos vivir el caos lo más normal posible"

"Durante ese primer año después del fin de la guerra unos amigos y yo encontramos una forma espectacular de ganarnos unas monedas. Recolectamos todo tipo de objetos que tenía que ver con los tiempos del nazismo, como fotografías de Hitler, su libro "Mein Kampf" (Mi Lucha), condecoraciones, banderas, la svástica, sables, etc. A los americanos estos objetos-souvenir le encantaban y los cambiábamos por pan, chicle y Coca-Cola.

"Apenas había terminado la guerra ya se comenzaron a montar teatros y hacer conciertos. Las salas donde se presentaban las compañías aún estaban medias destruidas, se llovían y pasaba el viento. En vez de pagar entrada, uno podía traer clavos o tablas o lo que fuese necesario para reconstruir el teatro. A veces hacían sólo 14 grados en la sala, pero daba igual porque estabas viendo a Shakespeare.

"Recién como el año '46 llegué a enterarme de lo que fue Hitler y de lo que pasó durante la guerra. Los americanos crearon centros para los jóvenes donde se nos enseñaba democracia, nos daban charlas, nos hablaban del nazismo, vimos películas y nos daban Coca-Cola y sándwiches. Eso era el paraíso. Fue muy impresionante enterarnos de todo porque realmente no sabíamos nada.

"Ahora mirando para atrás me doy cuenta que tuve que crecer muy rápido, pero sólo en cuanto a lo que concierne la sobrevivencia. A veces viajaba durante días al campo para cambiar velas u otra cosa con frutas o verduras. Y eso que muchas veces, a la vuelta, la policía local me lo volvía a quitar. Pero respecto a la vida en ese entonces aún era inmaduro, porque me faltaba eso, vivir. Tener una vida despreocupada de fiestas y salidas y paseos largos. Sólo fue colegio, estudiar y sobrevivir. Y eso son vivencias que no se te borran nunca".